Durante la segunda mitad del siglo XIX Montmartre estaba lejos de ser el centro de atracción turística internacional que hoy conocemos. Se trataba de un barrio mísero y marginal situado a las afueras de París que en 1860 pasaba a convertirse en el decimoctavo arrondissement de la capital francesa. Más tarde, en diciembre de 1881 Rodolphe Salis fundó allí Le Chat Noir (El Gato Negro), cabaré que pronto comenzó a ser frecuentado por los antiguos integrantes del club literario de Les Hydropathes y los intelectuales próximos a Les Arts Incohérents, movimiento artístico precursor de vanguardias como el surrealismo y el dadaísmo
–véase la Mona Lisa fumando en pipa (1883) de Arthur Sapeck (seudónimo de Eugène Bataille), muy anterior a la Gioconda de Marcel Duchamp–. En efecto, el 7 de octubre de 1882 el semanal Le Chat Noir daba cuenta de la exposición de “las obras maestras de la incoherencia”, organizada por Jules Lévy en la calle Antoine-Dubois 4 y de la que se decía que “los premios echados a suerte han ido a recaer en los más dignos”. No en vano Salis había calificado su local de “cabaré artístico” y, para él, Adolphe Willette había concebido el icónico letrero del gato negro sobre una media luna y la pintura titulada Parce Domine (1884), hoy en el Museo Carnavalet de Historia de París.

En función de lo anterior, no es de extrañar que Montmartre se transformara en uno de los principales centros de creación artística de la capital francesa, lugar de reunión de pintores como Henri de Toulouse-Lautrec, Paul Signac, Pierre Bonnard y Henri-Gabriel Ibels; cantantes como Aristide Bruant e Yvette Guilbert; compositores como Erik Satie, Vincent Hyspa o Gustave Charpentier; y escritores como Alphonse Allais, Alfred Jarry o Émile Goudeau –fundador de los mencionados Hydropathes y redactor jefe del citado magacín Le Chat Noir–.

Todos ellos formaban parte de una bohemia parisina que acudía a los cabarés, cafés-concierto, salas de baile, music-halls, teatros y circos de Montmartre o, lo que es lo mismo, a los más de cuarenta locales de entretenimiento que ya existían a finales de la centuria en la colina donde se empezaba a erigir la Basílica del Sacré-Cœur (1875-1914). Este ambiente lúdico y cultural devino símbolo de la libertad creativa e individual frente a las convenciones académicas y sociales, donde la vanguardia triunfaba sobre las rígidas normas que la moral burguesa imponía al artista en particular y a la ciudadanía en general. En definitiva, allí floreció lo que el antiguo director del Zimmerli Art Museum of New Jersey y comisario de la exposición Phillip Dennis Cate ha denominado el “espíritu de Montmartre”, una mentalidad y estado de ánimo de oposición al orden establecido que durante las décadas de 1880 y 1890 compartieron los jóvenes artistas de vanguardia, quienes aprovecharon su separación del centro de París para encontrar una vía de escape que les permitiera sentirse independientes. En efecto, Cate –que ha dedicado cincuenta años de su vida a investigar el arte de Toulouse-Lautrec y su círculo–, enfatiza la importancia de la Parodia del ‘Bosque Sagrado’ de Puvis de Chavannes, que Lautrec realizara en 1884 y en la que el de Albi se retrata junto a sus colegas pintores irrumpiendo en el escenario clásico y atemporal que caracteriza las pinturas de Chavannes: todo un acto simbólico para proclamar que, en palabras del comisario, “nosotros, los jóvenes artistas nos ocupamos únicamente de la vida contemporánea, de la vida que nos rodea; no nos interesa el pasado”. Asimismo, Cate hace hincapié en la trascendencia y repercusión posterior de esta “independencia” que ha de ser considerada precursora del continuo desafío al “establishment” mantenido por el arte de los siglos XX y XXI.

Sea como fuere, además de propiciar el ocio y el intercambio intelectual, los locales de Montmartre posibilitaron la presentación de las obras de los pintores, escultores, escritores y cantantes que se situaban al margen de los circuitos oficiales y comerciales de difusión artística y, que, por consiguiente, carecían de salas expositivas donde exhibir sus trabajos. Igualmente, este conjunto de creadores recurrió a todo tipo de producciones artísticas efímeras con el fin de alcanzar a un mayor número de público y poder obtener algún ingreso con el que subsistir. A esto contribuyó la innovación del fotograbado de Charles Gillot, también conocido como gillotage, que a partir de los años setenta permitió la impresión fotomecánica de fotografías o ilustraciones, dejando de ser el dibujo un paso previo de preparación de bocetos pictóricos para convertirse en un arte moderno plenamente independiente. De ahí que los artistas de Montmartre se ocuparan del diseño de estampas, carteles e ilustraciones para libros, partituras, periódicos y revistas como Le Chat NoirLe Courrier FrançaisLe RireGil Blas IllustréLe Frou FrouL’Assiette au Beurre. A este propósito conviene señalar que las innovaciones técnicas, el aumento de establecimientos gráficos y el incipiente desarrollo de los medios de comunicación de masas estimularon la producción y mercado de grabados y affiches, que contaron con L’Estampe originale y sus litografías en color como principal medio de difusión. Asimismo, los alternativos Théâtre Libre y Théâtre de l’Œuvre, donde se representaban obras naturalistas y simbolistas alejadas de la tradición teatral francesa, encargaron las portadas de sus programas y sus decorados a artistas como Toulouse-Lautrec, Bonnard y Vuillard que, precisamente, se ocuparon de los de la obra de Alfred Jarry, Ubú Rey (1896), precedente del teatro del absurdo. 

En este sentido, cabe recalcar que para todas estas manifestaciones gráficas se recurrió a enfoques y recursos poco empleados por el arte academicista como el humor, los juegos de palabras, la ironía, la sátira, la parodia, la caricatura y los títeres, valiosas armas con las que censurar la hipocresía de la vida social y artística parisina. A este respecto también se dejaba notar la influencia de Les Arts Incohérentes y su absurdidad antiburguesa llamada fumisme.

Es en este marco en el que ha de situarse la celebración de la exposición organizada por La Caixa, El espíritu de Montmartre en tiempos de Toulouse-Lautrec, una muestra protagonizada por carteles, dibujos, grabados, pinturas, diarios y objetos fin-de-siècle que carece de antecedentes en nuestro país. Un conjunto de más de 300 obras procedentes de museos y colecciones particulares de relevancia internacional, con las que se da representación a una veintena de artistas de primer nivel, entre los que cabe destacar, además de Toulouse-Lautrec, los nombres de Édouard Manet, Louis Anquetin, Pierre Bonnard, Georges Bottini, Pablo Picasso, Maxime Dethomas, Hermann-Paul, Henri-Gabriel Ibels, Charles Léandre, Louis Legrand, Charles Maurin, Henri Rivière, Théophile Alexandre Steinlen, Louis Valtat, Adolphe Willette, Jules Chéret y Suzanne Valadon.

Concretamente, el recorrido expositivo se articula en nueve secciones que proporcionan una completa visión del arte gráfico finisecular y de su principal foco de creación parisino, abarcando desde los paisajes de Montmartre y la fundación del cabaré Le Chat Noir –prestando especial atención al grupo de Las Artes Incoherentes o al teatro de “sombras chinescas” diseñado por Henri Rivière para el nuevo local al que se trasladó Le Chat Noir en 1885–, hasta la repercusión en la pintura y el dibujo de los medios de comunicación de masas y la reproducción seriada, pasando por el ocio, el circo, la noche y la mujer de finales del siglo XIX. En relación a esta última, y además de sus retratos realistas y simbolistas, los artistas de Montmartre sintieron una especial predilección por el desnudo femenino y la representación de la prostitución, que ponía de manifiesto tanto la hipocresía de la sociedad burguesa como la preocupación de los pintores por el contagio de la sífilis.

Prueba de todo ello son las famosas litografías de sencillos dibujos lineales y planos con las que Toulouse-Lautrec representó a La Goulue y a Aristide Bruant aux Ambassadeurs, otras ilustraciones como El encuentro de los gatos de Édouard Manet o el cartel de Pierre Bonnard para La Revue Blanche. En ellas se evidencia un estilo que rompía con los principios clasicistas de las Academias y se dejaba influir por otras técnicas artísticas y estéticas foráneas, como es el caso de la fotografía, la ilustración periodística y la estampa japonesa, vulnerándose así las reglas tradicionalmente aceptadas para la construcción de la perspectiva en el lienzo. Igualmente, en estas obras se abocetaban las figuras sin preocupación por el detalle anatómico, el color se aplicaba por medio de nerviosas pinceladas o planos cromáticos sin atender a su correspondencia lógica en la naturaleza, y los temas mitológicos se sustituían por la representación de la vida real y el compromiso social y político, con predominancia de las escenas protagonizadas por la bohemia, el mundo del espectáculo y la vida nocturna con sus prostitutas, vagabundos y otros tipos marginales como los artistas circenses, hacia los que los vanguardistas parisinos sintieron una gran afinidad a causa de su vida poco convencional. 

El espíritu de Montmartre en tiempos de Toulouse-Lautrec
CaixaForum Zaragoza
Del 26 de noviembre de 2020 al 14 de marzo de 2021
Más información en: www.caixaforum.es

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