Dicen las fuentes oficiales de promoción turística que “Mallorca son cien rincones y mil lugares por descubrir” y tienen razón. Más allá del mar azul turquesa, de las playas, de las palmeras. Más allá de las carreteras sinuosas de la sierra de Tramontana, de sus noches de verano, de sus vestigios prehistóricos, del enorme Joan Miró. Más allá de todo lo anterior, Mallorca es, sin duda, el conjunto de esos innumerables rincones que nos esperan. ¿Te apetece sumergirte ahora en alguno de ellos? Te propongo dos y los dos se esconden en la catedral de Palma: uno es el que ideó Miquel Barceló para la tercera capilla del ábside, en forma de magnífico mural cerámico, y otro el que nos traslada a principios del siglo XX de la mano de Gaudí.
El mural del ábside es una extraordinaria obra de arte contemporáneo, de cerca de 300 m2, creada por este polifacético autor neoexpresionista y gran humanista que ha hecho de la experimentación la base de su trabajo. Siempre en movimiento, Barceló absorbe influencias de lo que le rodea: del mar de Mallorca –su isla natal–, de los artistas que descubrió en sus primeros años en Francia, de la tierra y los colores de Mali, de la espiritualidad del Himalaya.
Pintor, ceramista, escultor, ilustrador. Desde su participación en los trabajos de reproducción de la cueva de Chauvet hasta la creación de la cúpula de la sala XX de la ONU, su trabajo es fiel reflejo de su propio movimiento vital, de su carácter nómada, aventurero, experimentador, imaginativo y curioso.
El mural de la catedral de Palma es una de sus últimas grandes obras. Realizado entre 2001 y 2007, representa motivos religiosos sin que por ello el arte sacro constituya una de las principales preocupaciones artísticas de Barceló. Se trata de una obra de encargo y, como tal, se debe a las exigencias y a los requerimientos iconográficos de su comitente, por lo que representa a Cristo resucitado en el panel central y los milagros de la multiplicación de los panes y los peces y de la conversión del agua en vino en los laterales. La interpretación cerámica de los temas encargados resultó muy controvertida porque se alejaba por completo de la iconografía tradicional cristiana, sobre todo en lo que respecta a la imagen del Cristo, totalmente ajena a los estándares establecidos por la Iglesia católica. Es un Cristo desnudo, para algunos autorretrato del propio Barceló, sin más elementos identificativos que las llagas en manos, pies y costado. No siendo del gusto de los exégetas de la iglesia y una vez superado el impacto inicial, sí se reconoce que la capilla es una obra que provoca una inmensa sensación de espiritualidad e induce a la introspección, a la contemplación y a la paz interior, probables objetivos iniciales del artista al enfrentarse al proyecto.
Además del excepcional panel cerámico, que nos traslada inevitablemente al silencio del fondo del mar y que encarna la esencia de los pueblos mediterráneos –a través de la representación de nuestra fauna marina y nuestra flora, así como de objetos, como las ánforas, que nos recuerdan nuestra procedencia clásica común– la obra consigue aumentar su gran sensación mística gracias a la incorporación de cinco oscuros vitrales de grisalla que, trabajados en una sola pieza, actúan como tamices de luz. Cubiertos de gris (plomo) se trabajaron esgrafiando con los dedos sus imágenes. El sobrio mobiliario de la capilla, que amplifica con su austeridad la sensación de trascendencia, fue también elaborado por Barceló y lo hizo con piedra de Binissalem, un tipo de mármol, con venas de cuarzo, procedente de las canteras de Mallorca.
En conjunto, el enorme panel y sus vitrales conforman una obra de gran complejidad técnica, ambiciosa y complicada, resultado de un gran trabajo de experimentación con los materiales y las herramientas utilizadas para su creación.
La realización del mural resultó, según las propias palabras de Barceló el mismo día de su inauguración, “físicamente muy intensa”. El trabajo se llevó a cabo en el taller del ceramista italiano Vicenzo Santoriello, encargado de preparar el barro y mantenerlo en condiciones óptimas durante su modelado, que se realizó en crudo por ambas caras. Para su ejecución Barceló se sirvió de sus propias manos, con herramientas propias del modelado de la arcilla y otros elementos “improvisados” –siempre la experimentación como base del trabajo de Barceló– como guantes de boxeo, escoria, el uso de un secador de pelo para crear la textura de los panes o el recurso a medios audiovisuales, que permitieron al artista trabajar por una cara viendo el resultado del trabajo a través de la imagen y optimizando de este modo el tiempo de ejecución, que aun así se alargó durante seis años –prueba de la inusitada envergadura y complejidad del proyecto–.
Con independencia de la investigación y de los recursos innovadores utilizados en la creación del mural, la técnica de su elaboración siempre estuvo respaldada por el canon, con una cuidadísima selección del material (elegido por su textura en canteras de Alemania e Italia) y una cocción de todas las piezas también cuidada y realizada, teniendo en cuenta sus muy diferentes tamaños, en una misma curva de temperatura para que el resultado final resultara homogéneo (1200ºC).
De este modo, a pesar de ser una obra cerámica, la intención del artista es que se observe como si se tratara de una pintura, de un enorme “lienzo” orgánico que representa una verdadera explosión de imágenes de fuerte carga simbólica, que combinan el fondo de barro cocido con zonas policromadas capaces de trasladarnos, a través de su contemplación, a un mundo de recogimiento donde sentirnos seres espirituales.
Además de esta maravilla contemporánea, la catedral de Palma, uno de los tesoros góticos de nuestro país, atesora alguno más de esos rincones especiales que descubrir en Mallorca. Particularmente, el que es fruto de otro encargo, aquel que el obispo Pere Joan Campins encomendó al genial Antoni Gaudí a principios del siglo XX.
Esta reforma, que se vio interrumpida por la muerte del obispo, se centró en dotar de una nueva distribución interior al espacio y en modificar su decoración. Las grandes aportaciones de Gaudí a la catedral fueron la eliminación de dos retablos que impedían a los fieles ver la cátedra, el traslado del coro de la nave central al presbiterio, la incorporación del baldaquino del altar mayor (que dejó inacabada), la instalación de nuevo mobiliario litúrgico y elementos ornamentales, y los cambios en la iluminación del espacio, que incluyeron innovaciones relativas tanto a la entrada de la luz natural como al establecimiento de un moderno sistema eléctrico de iluminación.
Así, la iluminación eléctrica de la Seu y las maravillosas lámparas que rompen la verticalidad de las naves –que pasan por ser de las más altas del gótico europeo–, las vidrieras, los elementos ornamentales, el baldaquino, esa maravillosa forma de hacer convivir de una manera extraordinaria lo antiguo con lo moderno, tan propia de Gaudí, confieren a la catedral de Mallorca un carácter insólito que sin duda se ha visto incrementado con la aportación de Miquel Barceló.
Y es que ambos encargos evidencian una excepcional tendencia hacia la incorporación al recinto religioso de aportaciones vanguardistas, que podemos considerar inusuales a tenor de las intervenciones en muchos otros monumentos históricos de nuestro país. Se trata de aportaciones que, aun causando un fuerte impacto en sus primeros años de existencia, han acabado adaptándose al monumento de manera natural, casi pasando desapercibidas, como ocurre con las contribuciones gaudinianas, sin hacer perder al monumento su carácter esencial, sacro.
La Seu de Mallorca es el símbolo de la isla y una visita obligada para quienes deciden pasar unos días en Palma. Cuando estéis allí y vuestros pies os lleven a la catedral, que lo harán, que la grandiosidad gótica no os haga olvidar los pequeños rincones de Barceló y de Gaudí. Son, sin duda, dos de esos cien que nos recomiendan descubrir a los viajeros. Buscadlos y disfrutad de su belleza, de las sensaciones que os van a transmitir, disfrutad de haberlos encontrado y continuad vuestro camino por la isla, atentos a todo lo que Mallorca os va a regalar.
Lectura recomendada:
Damiano, Michael (2012). Porque la vida no basta. Encuentros con Miquel Barceló. Barcelona: Anagrama.