El martirio de San Bartolomé
Portada de la iglesia de San Bartolomé, Logroño (siglos XIII-XIV)

“Es un hombre de estatura corriente, cabellos ensortijados, tez blanca, ojos grandes, nariz recta y barba espesa”. Así describió la figura de San Bartolomé a mediados del siglo XIII el dominico Jacobo de la Vorágine en su conocidísima obra La Leyenda Dorada y es precisamente de esa misma forma como el maestro que esculpió esta maravillosa efigie decidió plasmarlo hace aproximadamente unos ocho siglos.

El viandante que se acerca a la plaza de San Bartolomé encuentra el lugar donde se erige la más antigua de las iglesias de Logroño y uno de sus más bellos y representativos monumentos, además del espacio que da cabida a tan peculiar representación.

La iglesia de San Bartolomé, iniciada en el siglo XII, se muestra como un edificio testigo del paso de los siglos y del peso de la historia de la capital riojana, convirtiéndose su bellísima portada en el escenario necesario para narrar la vida y la obra del santo titular que le da nombre, así como en el grandioso marco de acceso al templo, cuya riqueza ornamental contrasta con la simplicidad de la cubierta a dos aguas que le sirve de cerramiento o con la mayor austeridad que presenta el edificio en su interior.

La devoción a San Bartolomé no parece muy extendida en el resto de la ciudad, donde apenas se hallan representaciones suyas salvo las custodiadas en Santa María de la Redonda, poseyendo una mayor fortuna, eso sí, a lo largo y ancho de La Rioja y destacando en localidades como Aldeanueva de Ebro o Lumbreras, donde se le representa de forma relevante en las iglesias que al igual que la logroñesa lo tienen como santo titular.  No obstante, la calidad y abundancia iconográfica que ofrece este pequeño pero buen templo logroñés –como lo describía el renombrado arquitecto y restaurador Vicente Lampérez (1861-1923)– es difícilmente superable.

Ocupando el lado del Evangelio de la portada –el que dejamos a la izquierda cuando nos introducimos en la iglesia– aparecen representadas en ocho registros diferenciados una serie de escenas dedicadas al peregrinar de la vida del santo cananeo, así como al martirio al que fue sometido. Aunque es bien sabido que San Bartolomé ha pasado a la historia como uno de los integrantes del Colegio Apostólico, poco sabemos de su figura si atendemos al hecho de que tanto en los Evangelios como en los Hechos de los Apóstoles apenas se le menciona. Se ha evidenciado, sin embargo, cómo su nombre “Bartolomé o Bar-Tôlmay” vendría a significar “hijo de Tôlmay o Tolomeo” (el cultivador y luchador), señalándose igualmente que se trataría de un sobrenombre, apodo o incluso apellido del nombre Natanael, al que San Juan cita en los Evangelios siempre en compañía de Felipe, otro de los apóstoles (Juan I: 45-51).

Se sabe también que a causa de su predicación por distintas partes del orbe llegó a sufrir martirio, siendo crucificado –según relata San Doroteo– o, como se acepta de forma más generalizada, falleciendo tras habérsele seccionado la cabeza después de haber sido cruelmente desollado vivo.

Sea como fuere, la Leyenda Dorada lo presenta como un hombre seguro, firme y de profunda sabiduría, que solía mostrarse alegre y risueño. Cualidades que, sin duda, lo ayudarían cuando marchó a evangelizar la India, atribuyéndosele también la cristianización de Armenia, donde junto a San Judas Tadeo se le venera actualmente como Santo Patrón.

Sería a mediados del siglo I cuando sus pasos y sus prédicas lo llevaron hasta una región hindú –o armenia según las fuentes– gobernada por un monarca llamado Polimio, cuya hija se creía poseída por un demonio. Conocedor de la fama y milagros de Bartolomé, el soberano hizo que algunos de sus lacayos corriesen en busca del santo y lo instasen a acudir a palacio para tratar de sanarla. El apóstol así lo hizo, logró curar a la joven y Polimio, agradecido por ello, quiso recompensarlo ordenando que se cargasen varios de sus camellos con oro, plata y piedras preciosas para regalárselos.

No pudieron sus sirvientes encontrar a Bartolomé para ofrecerle tan opulento presente, pero a la mañana siguiente, hallándose Polimio en sus aposentos, el santo se presentó ante él. No buscaba sus riquezas, sino que lo escuchase, y tras explicarle los ideales de la fe cristiana, consiguió la conversión de un rey que hasta entonces había creído en ídolos paganos. Incluso el monarca se hizo discípulo suyo renunciando al trono, que cayó en manos de su hermano Astiages.

Tiempo después, los pontífices de los templos paganos del reino decidieron quejarse ante el nuevo soberano del perjuicio ocasionado a sus antiguos dioses a causa de las enseñanzas de San Bartolomé, así como de la cristianización de su hermano debido a sus artes mágicas. El reyAstiages, dejándose llevar por la ira, ordenó a un ejército de mil hombres buscar y traer ante él al apóstol para castigarlo, y estos así lo hicieron. Lo capturaron y, una vez ante el gobernante y por orden suya, lo apalearon, desollándolo vivo posteriormente como ya hemos indicado. De ahí que tan cruenta forma de tormento haya inspirado la representación iconográfica del santo de Caná acompañado de un cuchillo como símbolo de martirio o, al igual que ocurre en la representación que nos ocupa, portando su piel al hombro como si de una prenda de vestir se tratase.

San Bartolomé se muestra imperturbable, tranquilo, ha sido castigado por dar testimonio de su fe, pero ha vencido y caminando sereno y con firmeza, parece dirigirse al marco arquitectónico que tiene inmediatamente a continuación, donde un grupo de fieles acuden a escucharlo en una eterna plegaria.

En otro orden de cosas, sabemos que el apóstol ha sido uno de los santos más venerados por la Orden del Templecurtidores, peleteros, carniceros, sastres, estucadores o encuadernadores le rinden culto como Santo Patrón. Además, suele ser invocado para combatir las crisis espasmódicas y las enfermedades nerviosas en general. 

Su festividad se conmemora en nuestro país cada 24 de agosto y su nombre ha servido de inspiración a numerosos pueblos y ciudades de todo el mundo, encontrándonos “San Bartolomés”, por ejemplo, desde las Islas Canarias hasta Argentina, pasando por Italia o México.

La iglesia de San Bartolomé de Logroño fue declarada Monumento Nacional en 1866.

Bibliografía:
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Monreal y Tejada, L.: Iconografía del Cristianismo.Barcelona, El Acantilado, 2000.
Moya Valgañón, J. G. (dir.): Inventario artístico de Logroño y su provincia. Madrid, Raycar impresores, 1975, vols. I y II.
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