Históricamente la Tierra de Campos fue el enclave elegido por los vacceos como lugar de asentamiento, una región que en época visigoda se denominó Campos Góticos y que más tarde devino objeto de disputa entre los reinos de León y de Castilla, habiéndose llegado a asegurar que en ella nació en 1201 el que se convertiría en el gran unificador de ambos territorios, Fernando III el Santo. Es en esta antigua comarca de paisaje tan característico donde se encuentra Mayorga, relevante localidad vallisoletana que cuenta con un importante conjunto patrimonial: véase, entre otras, su Iglesia de Santa María de Arbas, templo mudéjar construido entre los siglos XIII y XVI y declarado Monumento Histórico Artístico, o su rollo jurisdiccional, de estilo gótico flamígero ya documentado en 1426.
En la galería de imágenes se propone un recorrido visual del Museo del Pan de Mayorga de acuerdo con el sentido de la visita establecido por la propia institución, comenzando en la tercera planta (cereales) y continuando en los pisos segundo (molienda) y primero (panificación) para terminar en la planta baja (cultura y sociedad). A continuación, se ofrecen distintas vistas del exterior.
No obstante, a estos atractivos ha venido a sumarse desde hace diez años un nuevo centro de interés: el Museo del Pan, que no solo destaca por ser la primera entidad museística de carácter gastronómico que se dedica en España a este alimento fundamental en nuestra dieta, sino que constituye el resultado de un proyecto arquitectónico excepcional por la forma en que su construcción ha sabido integrar la fábrica de un viejo templo –la iglesia de San Juan, donde fue bautizado el Santo patrón Toribio Alfonso de Mogrovejo, quien llegara a ser Arzobispo de Lima y cuyas reliquias se trajeron de vuelta a la población en 1737– y un innovador espacio expositivo de diseño vanguardista inspirado en los tradicionales silos de grano. Así, el arquitecto Roberto Valle ha concebido un inmueble de hormigón blanco cuyas formas volumétricas puras se proyectan límpidamente al exterior en armonía con el encalado de los muros de la antigua iglesia, consiguiendo una distribución interior marcada por la funcionalidad y por los acentuados contrastes, tanto táctiles y cromáticos –derivados del empleo de la madera como revestimiento de ciertas partes del paramento y de las vitrinas–, como lumínicos –generados por la disposición longitudinal de unas pocas hileras de vanos corridos a lo largo de los compactos muros del edificio–.
Además, este Museo del Pan se enmarca en una estrategia de decidida dinamización turística provincial, sirviendo a su vez de revulsivo en la apuesta por el desarrollo cultural de una zona en la que, distribuidos entre las poblaciones de los alrededores, se han creado recientemente nuevos museos de carácter histórico, artístico, etnográfico, natural y gastronómico. De este modo, en Santervás de Campos puede visitarse el Museo Ponce de León, dedicado al descubridor de La Florida, oriundo de esta pequeña localidad vallisoletana; en el pueblo leonés de Gordoncillo permanece abierto al público el Museo de la Industria Harinera de Castilla y León (MIHACALE); y, de nuevo en la provincia de Valladolid, Villalón de Campos alberga los Museos del Queso y del Calzado ‘Vibot’. A ellos habrían de sumarse el Centro de interpretación de la Caza en Saelices de Mayorga, el Centro de interpretación de la Avifauna en Monasterio de Vega, o el Museo San Francisco, el Museo de Semana Santa y el Centro de recepción de viajeros del Canal de Castilla en Medina de Rioseco, que sobresalen entre las muchas propuestas culturales que hoy en día ofrece al visitante la Tierra de Campos.
En lo que particularmente concierne al Museo del Pan de Mayorga, la programación didáctica dentro del conjunto arquitectónico se ha estructurado en tres áreas temáticas principales, como son las dedicadas a la materia prima, a su preparación y a su transformación final, es decir, a los cereales, la molienda y la panificación, respectivamente. Pero no solo importa el pan en cuanto alimento de primera necesidad, sino que la ubicación del museo en Mayorga está plenamente justificada por constituir la producción del trigo una de sus mayores fuentes de riqueza agrícola –junto con la lenteja pardina, el maíz o el centeno– y por contar la provincia con su propia marca de garantía ‘Pan de Valladolid’, producto histórico que ya en otros tiempos demandara Carlos I durante su retiro en Yuste y del que los panaderos andaluces solicitaron expresamente la receta. Asimismo, en el ámbito español existen más de trescientos tipos de este alimento entre las variedades del pan común –ya sea candeal o de miga dura, ya sea de flama o de miga blanda– y las de los panes llamados ‘especiales’ –por contar su elaboración con ingredientes adicionales y un proceso de preparación diferente a la tradicional cocción de una masa de harina, agua, sal y fermentos–.
Una vez en el interior del Museo del Pan, la visita comienza en la tercera planta, donde los ocho cereales de consumo más extendido (trigo, cebada, maíz, centeno, arroz, sorgo, mijo y avena) son presentados al público apelando directamente a los sentidos: lentes de aumento permiten observar su forma amplificada, una serie de cuencos posibilitan palparlos reconociendo su textura y, en otra hilera de recipientes, el visitante es capaz de apreciar los aromas que los distinguen. Por medio de audiovisuales, recursos interactivos y llamativas instalaciones se representa gráficamente desde el proceso que experimenta una semilla durante su crecimiento –con la debida indicación de la nomenclatura específica relativa a cada una de sus partes–, hasta la distribución de los cereales en el mundo y las naciones que encabezan su producción, pasando por la representación de las distintos avances introducidos en el cultivo cerealístico a lo largo de la historia (desde los útiles de sílex en el neolítico, la hoz en el Antiguo Egipto, el arado, las técnicas de regadío y el abonado en Roma, el arado pesado con ruedas y la sustitución del buey por el caballo en la Edad Media, hasta la máquina de vapor, el carbón y los fertilizantes durante la Revolución Industrial y el tractor en la época actual). Asimismo, grandes vitrinas explican el desarrollo de los estudios científicos de las variedades del grano de trigo y las fases de su cultivo (siembra, abonado, riego, recolección, conservación y almacenamiento), que se ven acompañadas de algunas reproducciones de los útiles empleados antaño en cada una de ellas (la criba, el trillo, la guadaña o el yugo de bueyes): de este modo, las nuevas generaciones pueden comprender los profundos cambios tecnológicos experimentados en las últimas décadas mientras que los más mayores se complacen en recordar los instrumentos que marcaron la vida rural en sus años de juventud.
Descendiendo al segundo piso, la molienda se explica mediante una serie de reconstrucciones, maquetas, ilustraciones y gráficos en los que se especifican los distintos tipos de molinos que existen en el mundo, los elementos que los componen y la evolución que han experimentado desde el neolítico hasta la actualidad. De esta manera, se advierte el aprovechamiento de los recursos naturales como ríos, mareas o corrientes de aire con el fin de transformar la fuerza de los elementos en la energía necesaria que logra poner en funcionamiento los complejos mecanismos que en cada época o región han servido para moler el trigo. Pero antes de llegar a ese perfeccionamiento técnico se emplearon los llamados ‘molinos de sangre’, por ser accionados por el ser humano o la fuerza animal y que aún se utilizan en ciertos lugares del mundo. En este sentido, en el museo se exhibe un mortero y diferentes clases de molinos basados en la superposición de dos piedras entre las que se muele el grano, como en los tipos barquiforme y rotativo –que implican la intervención de una persona– y el de rueda –en el que una de las piedras es impelida mediante una serie de radios a los que se aplica tracción animal–. También se exhiben reproducciones de planos de molinos de viento publicados a finales del siglo XVIII en EEUU, en la Enciclopedia francesa de D’Alembert y Diderot o en el Catálogo del Real Gabinete de Máquinas, inaugurado en 1792 y del que fue director el prestigioso ingeniero Agustín de Betancourt y Molina. Todo ello sin olvidar las alusiones al Quijote y el famoso episodio de su acometida contra aquellos molinos de viento que él creía gigantes. Justamente, una de las maquetas expuestas reproduce el interior de uno de estos molinos de la Tierra de Campos y del que se exponen los planos originales de Carlos Carricajo Carbajo. Otro modelo de molino hidráulico a escala natural abarca los tres pisos del edificio, facilitando al público la contemplación de todos sus elementos desde cada una de las plantas del museo: se distingue así la tolva a través de la que caía el trigo hasta quedar aprisionado entre las piedras volandera y solera, donde el grano era aplastado al girar un eje vertical o palón que entraba en movimiento cuando el rodezno ubicado en su parte inferior giraba por efecto del paso del agua. Este procedimiento contrasta con los procesos mecánicos empleados en la actualidad, de los que se también se exponen los diferentes tipos de rodillos –ahora accionados por energía eléctrica– que dan lugar a las distintas clases de harinas. Hoy en día, tras la descarga en la harinera se lleva a cabo un análisis de calidad del trigo, que es sometido a varias fases de limpieza como son el deschinado, la aspiración, la separación magnética y la clasificación antes de su trituración, almacenaje, envasado y transporte.
Continuando la visita a lo largo de la planta primera, el público puede descubrir expuesta en vitrinas una selección de los distintos tipos de pan que existen en España y, en concreto, en la provincia de Valladolid, donde llama especialmente la atención el denominado ‘pan lechuguino’, una variedad del pan candeal o bregado –de miga compacta y corteza fina y tostada– que se caracteriza por su esmerado diseño típico a base de círculos concéntricos decorados mediante una continua sucesión de pequeñas y abultadas formas redondeadas, siendo ese cuidado aspecto el que le ha hecho ganarse el calificativo que antiguamente se empleaba para designar a los hombres excesivamente arreglados. Para imprimir estos dibujos en la corteza del pan se utilizan unos sellos, de los que algunos tipos se exponen en esta sección, así como los moldes empleados para la elaboración de las galletas. Los sellos constituyeron un regalo típico de boda y servían para diferenciar los panes que pertenecían a cada familia cuando la masa se llevaba al horno comunitario, correspondiendo los más elaborados a los linajes más pudientes. Asimismo, el citado muestrario de panes típicos se ve acompañado de maquetas con figuras en las que se escenifica la evolución de la panificación empezando en el neolítico –cuando el proceso se apoyaba en las técnicas y aparejos más rudimentarios–, continuando en el mundo egipcio –con el empleo de las levaduras como fermentos–, pasando al mundo romano –y la introducción del horno refractario– hasta llegar a la Revolución industrial –con la que se inicia el proceso de mecanización y desarrollo tecnológico que desemboca en el incremento de la producción y consumo de harina que conocemos en la actualidad–. Como detalle de interés, es preciso reseñar el prestigio del que gozaba el oficio de panadero en la Antigua Roma, donde su reputación era similar a la del escultor o el arquitecto y al que solo podía accederse por tradición familiar.
Finalmente, en la planta baja se hace hincapié en la relación entre el pan y la cultura social en la que está inmerso, señalando muchas de las alusiones que a este alimento se encuentran en el refranero popular–“molinero y ladrón, dos cosas suenan y una son”, por ejemplo, debido a la dificultad de medir con exactitud la “maquila” o parte del cereal que se quedaba el molinero por la molienda– e incidiendo en su vinculación histórica con el estamento eclesiástico y el cristianismo –de ahí la presencia de motivos decorativos como la espiga de trigo en casullas y otros tipos de prendas y material litúrgico católico, donde el pan queda simbólicamente ligado a la comunión eucarística–.
Entre las actividades que se llevan a cabo en el centro cabe destacar las degustaciones y demostraciones de panadería o los talleres destinados al fomento del turismo escolar, en los que bajo el lema ‘Panaderos por un día’ los niños castellanoleoneses descubren el arte de la panificación, elaborando ellos mismos su propio pan en una sala situada junto al obrador del centro, emplazado en una de las naves de la antigua iglesia de San Juan.
En definitiva, el Museo del Pan de Mayorga se ha convertido ya en un importante referente cultural que aúna en sí muchos de los ingredientes básicos que alientan el viaje del turista: tanto a la hora de disfrutar del arte –en lo relativo a la conservación del patrimonio y a la experimentación formal que implica su innovador diseño arquitectónico–, como en lo que atañe a la posibilidad de saborear un producto típico de la gastronomía de la Tierra de Campos –asociado indefectiblemente a su paisaje, su climatología y su tradición cultural–. No ha de olvidarse, en este sentido, que una de las modalidades de entrada brinda la oportunidad de degustar el pan de Valladolid acompañado de otros productos típicos de la región. Y en cualquier caso, el Museo del Pan de Mayorga, hermanado con el Museu do Pão dePortugal, permite descubrir un área productiva que todavía hoy permanece íntimamente ligada a la economía y la historia de la Tierra de Campos y que, por lo tanto, posibilita comprender la identidad de esta comarca y de sus gentes. Cuenta además con un gran potencial en cuanto centro de difusión cultural, quedando únicamente esperar que sus organismos rectores continúen apostando por él y sigan ampliando progresivamente la programación de actividades en sus instalaciones.
Museo del Pan de Mayorga
Carretera Sahagún, 4747680 Mayorga
Tfno.: (+34) 983 751 625
Email: infoyreservas.museodelpan@dipvalladolid.es