La nueva exposición temporal del CaixaForum Barcelona reúne hasta el próximo mes de junio en la ciudad condal casi trescientas piezas entre obras de artistas como Salvador Dalí, Man Ray, Lee Miller, Giorgio de Chirico, René Magritte, Joan Miró, Claude Cahun, Marcel Duchamp o Meret Oppenheim, y de diseñadores y arquitectos como Gae Aulenti, Le Corbusier, Antoni Gaudí, Ray Eames o Achille Castiglioni. Todas ellas revelan la influencia del surrealismo y su preocupación por el mundo del subconsciente, los sueños, el erotismo, las obsesiones, el azar y lo irracional en una amplia variedad de manifestaciones artísticas, desde la pintura, la escultura, el dibujo o la fotografía, hasta la cinematografía, la moda o el diseño gráfico de libros, revistas y carteles, pasando por el interiorismo y el arte del mueble.

En consecuencia, esta muestra producida y organizada por La Caixa y el Vitra Design Museum –cuyo director Mateo Kries ha actuado en calidad de comisario asistido por Tanja Cunz– se ocupa de la pervivencia de los presupuestos surrealistas en el mundo del diseño durante los últimos cien años, debiéndose entender esta continuidad como una reacción contra el funcionalismo racionalista imperante durante el primer cuarto del siglo XX. Así, llama la atención que, al mismo tiempo que el surrealismo buscaba inspiración en los objetos de la vida cotidiana para alterarlos y subvertirlos, su estética repercutía en el diseño de nuevos modelos de útiles que hacían suyo el paradigma surrealista, no solo durante los años treinta, a raíz de la publicación del Manifiesto del Surrealismo de Andre Breton en 1924, sino también y de forma especialmente intensa tras la II Guerra Mundial, cuando el desastre y la angustia existencial causada por el conflicto bélico internacional provocó una crisis de valores que hizo tambalearse los fundamentos más sólidos de la creencia en la razón humana. Una tendencia que aún hoy continúa vigente en el mundo del diseño contemporáneo que, partiendo del carácter imaginativo, onírico, irónico, terrorífico y emocional que el surrealismo incorporó a la plástica artística, consigue imprimir en sus creaciones el sello de libertad, subversión y fantasía que le son propios.

Se trata pues de una exposición de carácter multidisciplinar articulada en cuatro ámbitos temáticos: ‘Sueños de modernidad’, ‘Imagen y arquetipo’, ‘Surrealismo y erotismo’ y, por último, ‘El pensamiento salvaje’. Así, la muestra aborda en primer lugar la expansión que durante el segundo cuarto de siglo experimentó la aplicación de los principios del movimiento surrealista, propagándose desde el campo de la pintura a otras artes visuales como la fotografía o el cine, aunque sin olvidar áreas de creación artística como el diseño de objetos, muebles e interiores. Todas ellas asumieron formas contrarias al canon establecido por medio de insólitas conexiones relativas a la irracionalidad de la emoción humana y a la insospechada combinación de formas orgánicas, una estética que halla su antecedente en fórmulas gaudinianas, véase la silla de la Casa Calvet, así como en el pensamiento del autor de los Cantos de Maldoror (1869), Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, cuando afirmaba: «Bella […] como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una tabla de disección». Más próximos en el tiempo, los ready-mades de Marcel Duchamp originaron una nueva escultura basada en la creación de objetos sin sentido a partir de materiales encontrados, como demuestra la obra de Meret Oppenheim en particular, y las exposiciones de arte surrealista de los años treinta en general, de las que la muestra del CaixaForum ofrece una interesante documentación fotográfica. 

En lo concerniente a la arquitectura y el diseño de interiores esta sección de la exposición barcelonesa incide en la desconcertante concepción espacial del apartamento que Le Corbusier proyectó en los Campos Elíseos para el coleccionista Carlos de Beistegui. A pesar de su adscripción al Movimiento Moderno, el arquitecto suizo creó un espacio similar al de la pintura surrealista, enfatizando el vacío y la desconcertante contraposición entre mundo interior y exterior. A su vez, cabe resaltar la decoración del ático a la manera de un collage surrealista con muebles exuberantes, tapizados brillantes y un conducto de ventilación en forma de periscopio. Los diseños de interiores de Salvador Dalí adoptan una estética semejante que se vuelve más atrevida durante la década de los treinta, baste citar como ejemplos de esta evolución la decoración de su casa de Portlligat, el sofá inspirado en los labios de Mae West o su teléfono langosta, creaciones que se corresponden con las extravagancias que caracterizan los lienzos surrealistas del genio catalán. 

Poco después, el ascenso del nazismo y la II Guerra Mundial obligaron a muchos de estos creadores a emigrar a los Estados Unidos, donde los presupuestos del surrealismo arraigaron fácilmente entre los artistas locales. Es el caso de Ray Eames, Isamu Noguchi o Frederick Kiesler, quien diseña la galería de Peggy Guggenheim, Art of this Century. Es en este momento, además, cuando Dalí se encarga de los escaparates de los almacenes Bonwit Teller de Nueva York y colabora con Alfred Hitchcock realizando parte de la escenografía de la película Recuerda.

A continuación, pasando a la sección titulada ‘Imagen y Arquetipo’, la exposición se centra en el interés de los surrealistas por cuestionar los convencionalismos de la vida real, creando confusión en el espectador mediante el establecimiento de asociaciones absurdas y casuales que trastocan la percepción y significación habitual de los objetos cotidianos. Esta subversión de las apariencias puede apreciarse claramente en el pequeño óleo con un trozo de queso pintado que René Magritte encierra en una quesera de vidrio, así como en los zapatos con punta en forma de pie humano que el mismo autor representa en Le modèle rouge. De nuevo a este respecto es especialmente significativo el referente de Marcel Duchamp y sus mencionados ready-mades, que ejercieron una gran influencia tanto en el taburete con sillín de bicicleta o el sombrero que recuerda un molde para tartas de Achille Castiglione, como en la mesa apoyada sobre ruedas de  Gae Aulenti, inspirada en la Rueda de bicicleta de Duchamp de 1913.

Esta búsqueda de una descontextualización de lo acostumbrado se ha mantenido hasta la actualidad, baste citar como ejemplo la lámpara con forma de caballo de las diseñadoras Front (2006). No obstante, el desarrollo de la industria del plástico ya posibilitó a partir de la década de los sesenta la realización de todo tipo de muebles de formas incoherentes o caprichosas, como evidencian las creaciones del movimiento de diseño radical italiano. Igualmente, la silla MAgriTTA (1970) –homenaje de Roberto Matta al pintor surrealista belga– o El testimonio (1971) –gran ojo con el que Man Ray incide sobre el papel del mueble como observador mudo de la vida doméstica– patentizan la pervivencia de la experimentación surrealista en el terreno del diseño durante el último medio siglo

Por otra parte, la tercera sección de la muestra del CaixaForum Barcelona se detiene en la fuerte carga erótica que a menudo presentan los objetos concebidos dentro de la corriente surrealista. Así, bajo el título de ‘Surrealismo y erotismo’ se agrupan una serie de obras en las que el amor y la sexualidad afloran de forma libre y desconcertante en creaciones que pretenden transgredir la censura que la moral colectiva impone en una sociedad puritana e hipócrita. Se incluyen en este grupo trabajos como el collage La cara de Mae West (1934-1935), donde cada uno de los elementos decorativos con que Salvador Dalí diseña el espacio interior de la representación (cortinas-cabellos, ojos-lienzos, chimenea-nariz, sofá-labios) contribuye a la conformación del rostro de la actriz. Esta obra se acompaña, además, de las que en sintonía con esta estética daliniana creó el diseñador, fotógrafo y arquitecto italiano Carlo Mollino, véase su sofá Devalle en forma de labios o la mesa inspirada en el cuadro de Dalí, Mujer con cabeza de rosas (1935).

Un apartado especial dentro de esta sección es el dedicado al arte de las mujeres artistas que se situaron en la órbita del Surrealismo y que, contrariamente al fetichismo erótico de sus compañeros, se sirvieron de los motivos con que se identifica su sexo —boca, pechos, cabello y zapatos de tacón— para criticar la opresión y los estereotipos a los que la mujer se ve sometida. Mención especial al respecto merecen los autorretratos andróginos de Claude Cahun y las fotografías de Dora Maar y Lee Miller

Esta última, al igual que Man Ray, se ocupó a menudo de la moda y es que este arte tampoco escapó a los postulados surrealistas, tal y como atestiguan el Vestido langosta (1937), el Sombrero zapato (1937-1938) o el Vestido esqueleto (1938) que nacieron fruto de la colaboración entre Salvador Dalí y la diseñadora Elsa Schiaparelli. En este sentido, la colección de otoño/invierno de 2007-2008 diseñada por Rei Kawakubo para Comme des Garçons da prueba de la vigencia de esta tendencia en la actualidad.

Tampoco debe olvidarse que el erotismo y la pulsión de muerte y violencia constituyeron las dos caras de una misma moneda entre los surrealistas. Una dualidad visible, por ejemplo, en Un perro andaluz de Luis Buñuel y Salvador Dalí, así como en las muñecas cuyos cuerpos distorsionaba y fragmentaba Hans Bellmer. Esta asociación se perpetúa durante la segunda mitad del siglo XX en creaciones como La Mamma (1969), de Gaetano Pesce: un sofá con forma de mujer voluptuosa que, al tiempo que invita sensualmente a sentarse en su regazo, provoca una contradictoria sensación de encadenamiento. Un efecto similar produce la tetera con forma de cráneo de cerdo de Wieki Somers que, al igual que ciertas obras de Meret Oppenheim, genera cierta incomodidad en el espectador al establecer una correspondencia a priori incongruente y paradójica entre el uso habitual al que está destinado el objeto y su representación.

Finalmente, en la cuarta sección —titulada ‘El pensamiento salvaje’ en alusión a la denominación empleada por el etnólogo Claude Lévi-Strauss para referirse al interés por lo arcaico, lo fortuito y lo irracional— la muestra barcelonesa remite al interés de los surrealistas por el mal llamado ‘arte primitivo’ así como por el inconsciente y el azar. Baste mencionar a este propósito la fotografía Blanco y negro (1926), donde Man Ray retrata la cabeza de una modelo junto a una máscara africana. Tampoco han de olvidarse técnicas como el cadáver exquisito, la escritura automática o los frotagges de Max Ernst

En esta última sección y al igual que en las anteriores, la exposición del CaixaForum ofrece ejemplos actuales que demuestran la pervivencia de estas técnicas en el diseño contemporáneo, como en el caso de los objetos escultóricos creados a partir de materiales encontrados al azar por los hermanos brasileños Fernando y Humberto Campana o el automatismo que otros dos hermanos, los franceses Ronan y Erwan Bouroullec, aplican a sus diseños. A su vez, las nuevas tecnologías como la impresión 3D facilitan el juego con el factor azar en el diseño a través de los algoritmos, véase el jarrón creado por Audrey Large.

Para la exposición del CaixaForum Barcelona se ha contado con la colaboración de numerosas colecciones, fundaciones y museos de todo el mundo, como la Fondazione Giorgio e Isa de Chirico, la Fundación Gala-Salvador Dalí, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, el Museo Casa Mollino, la Fondazione Achille Castiglioni, la Eames Collection LLC, el Design Museum Den Bosch y el propio Vitra Design Museum, donde ya se pudo ver la muestra. Tras su clausura, Objetos de deseo. Surrealismo y diseño, 1924-2020 viajará a CaixaForum Madrid, CaixaForum Sevilla y CaixaForum Palma.

(Fuente: Obra social La Caixa)

Objetos de deseo. Surrealismo y diseño, 1924-2020
Del 28 de febrero al 7 de junio de 2020
(Nuevas fechas del 1 de junio al 27 de septiembre de 2020)
CaixaForum Barcelona
Más información en: www.caixaforum.es