Detalle de Autorretrato, 1906. 

Tras el descubrimiento de los restos íberos conservados en el Museo del Louvre y una posterior estancia en el pueblo pirenaico de Gósol durante el verano de 1906, el arte de Picasso experimentó una significativa transformación en la constante evolución que caracterizaría toda la carrera del pintor malagueño. Concretamente, los testimonios prerromanos de los Cerros de los Santos, Osuna y Córdoba (siglos V-IV a. C.) –adquiridos por el Louvre desde 1902 e instalados en la Galería XVIII del museo a finales de 1905– se sumarían a otras influencias previas, como la de la escultura arcaica griega, la escultura asiática o, incluso, la pintura del Greco, con las que Picasso intentaba encontrar ya por entonces una nueva forma de representación alejada de los cánones convencionales ligados al academicismo clasicista que imponía la tradición pictórica. Y es que junto a Cézanne y su máxima de ‘captar la naturaleza a través del cubo, el cilindro y la esfera’ –y sin olvidar el exotismo de la obra de Gauguin o el carácter sintético de la escultura románica catalana–, el arte íbero prerromano influyó de forma decisiva en Picasso, generando ese pretendido distanciamiento estético de la búsqueda de la reproducción fidedigna de la realidad que imperaba por aquellas fechas. 

Génesis protocubista

Este nuevo estilo caracterizado por su subjetividad, arcaísmo y la simplificación de los rasgos y el colorido, implicó una primera aproximación de Picasso a esa corriente que la historiografía occidental ha tildado de ‘primitivista’, sin que el pintor español conociera todavía el arte africano y oceánico. De ahí que, antes incluso de visitar el parisino Museo de Etnografía del Trocadero en 1907, el arte de Picasso ya hubiera asimilado el carácter geométrico, el hieratismo, la planitud y la simplificación figurativa de la escultura íbera, tal y como evidencian ‘rostros-máscara’ como el del retrato de su mecenas Gertrude Stein –aquel, naturalmente, al que con el tiempo se terminaría pareciendo la retratada y que fue completado en el otoño de 1906 tras el regreso de Cataluña–. Una innovación que desembocaría en la creación de un lenguaje renovador, una forma radical de representación que más tarde se conocerá como ‘cubismo’ –término originado, recordemos, a raíz de la crítica que Louis Vauxcelles profirió ante la obra de Braque expuesta en el Salón de Otoño de 1908, cuando afirmó que en ella todo se reducía a esquemas geométricos, “a cubos”–.

Así pues, el arte íbero, ese “antecedente legitimador” en palabras de María Dolores Jiménez Blanco, supuso para Picasso “un objeto de deseo tan poderoso como para producir robos, en los que el propio Picasso acabó por verse envuelto”. Tanto es así que los dos bustos que el secretario de Apollinaire, Honoré Joseph Géry Pieret, se llevó del Louvre escondidos bajo su abrigo en marzo de 1907 y que vendió a Picasso por 50 francos también se exponen en la actual exposición que el Centro Botín de Santander dedica, precisamente, a analizar por primera vez a gran escala la repercusión de la escultura íbera en la pintura picassiana, ofreciendo un recorrido completo de la trayectoria del artista desde el ‘protocubismo’ hasta sus últimos años. 

Diálogo, intensidad y magia

En efecto, se trata de una muestra única de más de 200 piezas producida en colaboración con el Musée national Picasso-Paris, en la que se establece un diálogo constante entre las obras del artista español y la escultura íbera, gracias a la exhibición de obras procedentes de diferentes colecciones públicas y privadas, entre ellas las catorce piezas de arte íbero prestadas por el Museo del Louvre o las cuarenta y una del Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Aparte de estas tres instituciones, también se ha contado con la participación de los museos de Jaén, Albacete, Elche, Valencia, Córdoba, Teruel, Alcudia, Alcoy, Alicante o Carmona, la Universidad Bordeaux Montaigne, el Museo della Civiltà Romana, la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte, el Museo Picasso Málaga, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Musée national d’art moderne-Centre Pompidou y otros prestadores particulares. De hecho, Laurent Le Bon, presidente del Musée national Picasso-Paris, ha asegurado que “en muy pocas ocasiones he podido ver una exposición de tanta envergadura, con tanta intensidad y, diría, con tanta magia. Estoy en estado de shock. Con Picasso tenemos este diálogo y hoy, después de haber visto esta exposición, puedo decir que debemos continuar con él”. 

Muestra pionera en su género

Asimismo, según Cécile Godefroy, curadora de la muestra junto con Roberto Ontañón, quien ha actuado en calidad de comisario asociado, “la exposición expone por primera vez la relación de Picasso con el arte íbero, una relación que desde 1940 conocen ya los expertos pero que nunca se había mostrado en una exposición. Se llama ‘Picasso íbero’ porque habla de la mirada y de los conocimientos, pero también de la relación entre historiadores del arte, arqueólogos, especialistas en Picasso y del arte íbero”. No en vano para la ocasión se ha reunido un comité científico integrado por los mayores expertos en arte íbero del mundo: Teresa Chapa Brunet, Hélène Le Meaux, Alicia Rodero Riaza y Rubí Sanz Gamo, coordinados por Pierre Rouillard, quien ha sintetizado de esta manera el triple propósito que ha guiado su actuación: “Hemos trabajado sabiendo que teníamos tres objetivos. Presentar con pocas piezas, pero muy bien seleccionadas, el mundo ibérico desarrollado en la parte oriental y meridional de la península entre los siglos XI y II a. C; presentar las piezas, sobre todo esculturas, que el maestro malagueño pudo ver entre 1905 y 1907; y buscar los elementos arqueológicos que Picasso redescubrió hacia los años 20-30”.

Itinerario expositivo

En definitiva, la muestra santanderina se estructura en tres secciones articuladas en función del diseño museográfico de Jasmin Oezcebi, atendiendo primeramente a la presentación de la cultura íbera a través de sus esculturas y cerámicas policromadas para pasar, a continuación, a analizar el ‘iberismo de Picasso’ entre 1906 y 1908, momento del descubrimiento de las piezas de arte íbero del Museo del Louvre –entre ellas, por aquel entonces, la famosa Dama de Elche–, lo que se traduce nítidamente en la obra plástica picassiana. De este modo, las esculturas prerromanas del museo francés se confrontan aquí con los dibujos, pinturas y esculturas del autor malagueño. Por último, en su tercer apartado la muestra profundiza en la repercusión de las piezas íberas en el Picasso posterior a 1908 a través de temáticas que aparecen reiteradamente a lo largo de su trayectoria artística, véanse sus figuras oferentes, los toros, encuentros o las cabezas y rostros, sin dejar de incidir en la importancia de su propia colección de exvotos, un centenar de piezas de bronce adquiridas en fechas desconocidas. Por ejemplo, parece que Picasso volvió a mirar al arte íbero a principios de los años treinta reparando en la excepcional escultura de El Beso o en los relieves AcróbataGuerrero del Museo Arqueológico Nacional. También se aprecia esta influencia en algunos de sus cuadros fechados entre 1928 y 1929, como Le MinotaureEl beso, ambos expuestos en el Musée national Picasso-Paris, así como en las esculturas Mujer con un jarrón o Dama oferente de 1933 (Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía) o Mujer con una naranja de 1934 (Musée national Picasso-Paris), directamente vinculadas con la Dama oferente del Cerro de los Santos. 

De la Vanguardia y el supuesto ‘primitivismo’

Queda así probada la continuidad y relevancia del arte íbero en Picasso a través de, en opinión de Godefroy, “esculturas íberas increíbles, un préstamo singular al que se suman otras cesiones particulares excepcionales, tanto de prestadores privados como de diversas instituciones” que convierten la muestra en “una ocasión única para admirar estas obras maestras en una exposición que se augura como irrepetible”. Sin embargo, no es posible terminar este recorrido sin recordar que aquella apropiación de Picasso fue imitada por muchos otros artistas de vanguardia a partir de entonces, fenómeno que ha de mover a la reflexión acerca de complejas y variadas cuestiones artísticas, como la dialéctica entre originalidad y reiteración en el arte, la asimilación de la tradición como fuente de modernidad, o las propias implicaciones ideológicas de estas acciones, contextualizadas particularmente en el caso de Picasso en un momento de expansión colonialimperialismo político, con el que se corresponde en el terreno cultural el surgimiento del equívoco término de ‘primitivismo’. Tal vez lo más acertado consistiría en considerar que, siguiendo a Homi Bhabha, “el valor transformador del cambio reside en la rearticulación, o traducción de elementos que no son ni el Uno… ni el Otro, sino un algo más adicional, que contesta los términos y territorios de ambos”.

Picasso íbero
Del 1 de mayo al 12 de septiembre de 2021
Centro Botín, Santander
Más información en: www.centrobotin.org