Reposo,1930 .

Entrevista con Gretel Piquer

Entre las actividades programadas con motivo del aniversario del LXXII fallecimiento de Evaristo Valle —acaecido el 29 de enero de 1951—, el Museo Evaristo Valle ha presentado el catálogo de la exposición En los márgenes de la Edad de Plata. Realismo mágico en Asturias, 1920-1937 que, prologado por Juan Manuel Bonet, cuenta con el estudio de la especialista Gretel Piquer Viniegra, comisaria de la muestra y quien, a continuación, nos descubre las claves del arte del periodo de entreguerras, una apasionante etapa creativa del siglo XX aún poco conocida. Como la misma Gretel Piquer nos recuerda, al igual que la exposición, el libro En los márgenes de la Edad de Plata. Realismo mágico en Asturias, 1920-1937 toma como punto de partida la publicación del célebre volumen de Franz RohRealismo mágico. Post expresionismo. Problemas de la pintura europea más reciente, editado en Alemania en 1925 y dos años después en España. El libro de Roh se convirtió en un texto esencial para todos los artistas de la época y, a finales de la década de 1920, la idea de lo que representaba el ‘realismo mágico’ —la vuelta a un arte figurativo dentro del llamado retorno al orden—, había sido ya perfectamente asumida por la crítica artística asturiana, que no dudaba en señalar como pioneros del mismo a maestros como Evaristo Valle y Nicanor Piñole, seguidos por toda una nueva generación de originales creadores.

EN PERSPECTIVA: ¿Qué supuso el Realismo mágico en el contexto del Arte del primer tercio del siglo XX? 

GRETEL PIQUER: Una reacción en dos sentidos: a la realidad circundante, resultado de la destrucción y los estragos que la Primera Guerra Mundial provocó en Europa y especialmente en toda una generación de artistas plásticos y literatos; y a la destrucción y confusión que, con respecto a la idea clásica del arte, habían provocado las vanguardias. Vanguardias que muchos de los artistas que habían sobrevivido a la guerra encontraban profundamente desvinculadas de toda la problemática social de los años 1920.  

E-P: ¿Ha recibido el Realismo mágico la atención que merece por parte de la Historiografía del Arte contemporáneo? 

GP: Creo que como objeto de análisis en muchas ocasiones se ha visto opacado por esas diversas corrientes de vanguardia que se desarrollaron en paralelo. Estudiamos la Nueva Objetividad alemana, la pintura metafísica italiana, el Novecento… pero no nos planteamos la visión de conjunto del arte de ese periodo de entreguerras como lo hizo Roh en su libro Realismo mágico (1925), ni conocemos en profundidad la gran influencia que dicha publicación tuvo en su época y cómo las ideas que plantea se fueron diseminando con una gran fuerza y rapidez por toda Europa y llegarían a América. 

E-P: En particular, ¿se ha reconocido justamente su valor en España? 

GP: No. De hecho el caso español presenta dificultades añadidas para su reconocimiento, pues nos encontramos con un país que se mantiene neutral en la Gran Guerra y en el que no se puede hablar —dentro de nuestras fronteras, no por parte de artistas españoles en el extranjero—  del cultivo de un arte de vanguardia según las características que definen los ismos, por lo menos hasta los años veinte. Por lo tanto, esa reacción pasaría aún más desapercibida en el caso español, sobre todo porque el realismo del XIX también se perpetuaba en los medios oficiales. Desde finales de la década de los noventa y hasta el presente, exposiciones y publicaciones españolas han estudiado el tema, pero nunca se ha incluido en ellas el caso asturiano

E-P: ¿Podría hablarse de una escuela asturiana del Realismo mágico? 

GP: Más que de escuela, hablaríamos de dos generaciones a las que llegan con fuerza estas nuevas ideas: la de los maestros ya consagrados, como Evaristo Valle y Nicanor Piñole, formados en la vanguardia europea hacia 1900 y siempre abiertos y receptivos a las nuevas ideas, y la de los jóvenes creadores asturianos que de 1920 en adelante van a estudiar en San Fernando y optar a becas que les permitan ampliar estudios en Francia, Italia o Alemania y conocer de primera mano los nuevos realismos. En el Gijón de la época y en convivencia con ellos por motivos laborales o de otra índole nos encontramos a personajes como Fernando Vela, José Moreno Villa, Gerardo Diego, Roberto Fernández Balbuena, Timoteo Pérez Rubio… para los que esta estancia asturiana va a ser en muchos casos determinante en su trayectoria. 

E-P: ¿Por qué una exposición sobre el Realismo mágico en el Museo Evaristo Valle? 

GP: Porque Evaristo Valle fue uno de los cultivadores pioneros del realismo mágico en Asturias. Es en sus escritos y en su obra donde primero detectamos ese giro en el arte europeo del que Roh alerta. Además, en los años veinte y treinta, Valle alentó las carreras de artistas más jóvenes y fue lo que hoy llamaríamos comisario de exposiciones. Del repertorio de autores que Valle escogía para estas exposiciones han salido gran parte de los artistas elegidos para esta muestra. 

E-P: ¿Cómo se origina este proyecto? 

GP: Supongo que la primera idea surgió durante la realización de mi tesis doctoral sobre Evaristo Valle, al hallar semejanzas entre sus pinturas y escritos de la década de 1920 con las teorías de Franz Roh sobre el Realismo mágico. La crítica artística asturiana de finales de los años veinte ya habla claramente del realismo mágico en boga en los pintores europeos y lo encuentra en la obra de autores regionales. A partir de ahí la idea fue creciendo, buscando en la obra y en la bibliografía sobre otros autores conexiones con el tema.  

E-P: ¿De qué modo se ha decidido el itinerario expositivo y el montaje de la muestra? 

GP: El montaje consta de los que pudiéramos llamar una galería que desemboca en dos salas independientes. Cada lado de ese cuerpo principal y cada una de las dos salas reflejan los dos extremos de la corriente del Realismo mágico que teorizaron conjuntamente Franz Roh y Gustav Friedrich Hartlaubla visión luminosa, clasicista e idílica y la crítica social —los ‘horrores de nuestra propia época’, en palabras de Roh—, que va oscureciéndose progresivamente hasta desembocar en los meses de la Guerra Civil en Asturias. Pretendíamos que el espectador percibiese esa inquietud latente en todas las obras y cómo esta va creciendo, al igual que en la Europa de los años veinte y treinta comenzaban a advertirse los síntomas de que algo peor estaba por llegar.

E-P: ¿Cuáles han sido los principales retos a la hora de comisariar esta exposición? 

GP: Tratar de definir una nómina de artistas lo más completa posible. No dejar a ninguno fuera pero tampoco ver indicios de realismo mágico en cualquier obra de corte realista de la época en Asturias. Discriminar qué autores no asturianos tenían que estar presentes y por qué. Por otra parte, si el concepto del Realismo mágico en lo artístico no es, digamos, muy popular, aglutina tendencias y denominaciones muy diversas según países y se confunde con el movimiento literario latinoamericano que surge a partir de mediados del siglo XX, no parecía fácil de entrada explicar lo que fue con obras ‘locales’, que nunca se habían presentado bajo esta etiqueta y en conjunto. Pero al verlas en sala nos dimos cuenta que era tan patente la forma en que reflejaban esas características del arte nuevo o los nuevos realismos que no era necesario recurrir a ejemplos de pintores europeos para que el público que menos familiarizado estuviera con esta idea comprendiera lo que queríamos transmitir y la fuerza con la que las nuevas corrientes estéticas y las ideas teorizadas por Roh calaron en pequeños núcleos de provincias españoles. 

E-P: ¿Alguna obra con la que se haya establecido un vínculo especial? 

GP: Posiblemente, con la serie Las cuatro estaciones de Ana Pallares. Ana o Anita Pallares, como se la nombra en las crónicas de la época, empezó siendo solo eso, un nombre, entre una serie de artistas que Evaristo Valle había seleccionado como comisario de una exposición de artistas en 1930. Tras casi un año de buscar pistas infructuosamente, a base de deducción y un poco de suerte, dimos con sus herederos y con su obra. 

También con Reposo de Roberto Fernández Balbuena, que parece contener un foco de luz en su interior. 

Pero en definitiva, con todas, porque cuadros de Valle y Piñole que nos son muy familiares aparecen presentados de otra manera y el modo en que conviven los trabajos de los autores de la generación más joven con otros pintores españoles de la Sociedad de Artistas Ibéricos también es muy enriquecedor.

E-P: ¿Qué cuestiones se abordan en el catálogo recientemente publicado? 

GP: Las mismas que han intentado ponerse de manifiesto con el montaje expositivo y sobre todo los lazos que pueden establecerse  entre el caso asturiano, el español y el europeo. La increíble potencia de ciudades de provincia como Gijón, Segovia, Valladolid, Tenerife… como faros culturales en los años veinte en España. Que el Realismo mágico no se corta bruscamente con la Guerra Civil, pues los estudios sobre el tema suelen acabar en 1936, sino que sirve incluso a obras de propaganda durante la contienda y a veces con una estética muy compleja. Exposición y catálogo son una invitación a seguir profundizando en una época apasionante. 

En los márgenes de la Edad de Plata. Realismo mágico en Asturias, 1920-1937
Prólogo de Juan Manuel Bonet
Estudio de Gretel Piquer Viniegra
200 ejemplares, formato 21 x 15 cm, 140 páginas, 48 ilustraciones a color
P.V.P.: 15 euros

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