El arte de la complacencia
Desde el 18 de febrero las salas del Museo Thyssen-Bornemisza acogen la exposición Rembrandt y el retrato en Ámsterdam, 1590-1670, una muestra que, girando en torno a la figura del maestro de Leyden, nos presenta igualmente otras obras de artistas tan relevantes como Frans Hals, Thomas de Keyser o Cornelis van der Voort.
Así, la importancia de las piezas reunidas hace de la exposición una experiencia única que nos permite contemplar y acercarnos al conocimiento del retrato, uno de los géneros más importantes de la Holanda barroca. De este modo, la muestra comisariada por Norbert Middelkoop agrupa entre pinturas y grabados más de un centenar de obras, de las cuales 39 pertenecen a Rembrandt y el resto se distribuye entre 35 artistas diferentes, reflejando el espíritu de una época en una ciudad concreta –la opulenta Ámsterdam– y en un momento determinado –el siglo XVII–, cuando la división religiosa en Europa hizo de Holanda un centro neurálgico del calvinismo y los pintores locales se vieron obligados a reinventarse o especializarse en determinados géneros como el paisaje, las marinas o el que nos ocupa: el retrato.
Ámsterdam se erigió entonces en uno de los bastiones de la economía mundial, viviendo su denominado siglo de oro y llegando a ser una de las ciudades más ricas y prósperas de la época gracias a la pesca del arenque o el bacalao, a su agricultura de regadío centrada básicamente en el lino o el cáñamo, a la producción de colorantes utilizados en todo el viejo continente y, en especial, al comercio marítimo, que le permitió convertirse en un puerto internacional de primer orden. A ello contribuyó el que allí se estableciera en 1602 la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y, veinte años después, la de las Indias Occidentales, incrementando el tráfico colonial y el número de comerciantes enriquecidos. Estos, junto a industriales, burgomaestres, concejales y los integrantes del Consejo de los Cuarenta, deseaban ser retratados no solo por el placer de “contemplarse” al colgar los cuadros en sus casas, sino por el interés de dejar plasmada su imagen para la posteridad.
Y es por ello que la bella ciudad holandesa pronto contaría con un floreciente grupo de pintores ávidos de beneficiarse de la copiosa demanda de retratos que desde la metrópoli se generaba. Jacob Backer, Joachim von Sandrart, Bartholomeus van der Helst, Ferdinand Bol o Govert Flicnk, fueron solamente algunos de los numerosos artistas que hicieron fortuna gracias a los encargos de esa amplia clientela.
También Rembrandt debió sentirse prontamente tentado por la gran urbe y en 1631 ya se encontraba en la ciudad de los canales, como demuestra el contrato que ese año le asocia al marchante y pintor Hendrick van Uylenburgh. El artista frisón introdujo al joven en los círculos sociales de la ciudad, algo que sin duda le facilitaría entablar contacto con potenciales clientes y mecenas. Contaba por entonces 25 años y había llegado a Ámsterdam desde Leyden, donde había nacido un 15 de julio de 1606 con el nombre de Rembrandt Harmenszoon van Rijn.
Hijo de un acomodado molinero de clase media, con 19 años y tras haber completado su formación, abrió un taller en su localidad natal junto a su amigo Jan Lievens (1607-1674), con quien permanecería asociado hasta la partida de este último a Inglaterra. Su estudio llegó a alcanzar un cierto renombre pues, como señala Michael Bockemühl, “fueron honrados con la visita del secretario del príncipe regente Frederik Hendrik, que más tarde se convertiría en un importante mecenas de Rembrandt”.
De esta época datan sus primeros autorretratos y aquellos retratos que realizaría a su familia y que posiblemente pudieron servirle como ejercicios de investigación y estudio. Para uno de los padres de la Historia del Arte como es Gombrich, sus autorretratos nos dejaron un “asombroso registro de su vida desde cuando era un maestro al que el éxito le sonreía hasta su solitaria vejez cuando su rostro reflejó la tragedia de la bancarrota y la inquebrantable voluntad de un hombre verdaderamente grande”. Son retratos, por tanto, que constituyen “una autobiografía única”.
Uno de sus primeros encargos le llegó de manos del acaudalado comerciante Nicolaes Ruts (1631), al que el maestro captó con todo detalle. La calidad que alcanza en la representación de las texturas, los juegos cromáticos y lumínicos o la fisonomía y la profundidad psicológica del retratado, serán una constante en muchas de sus pinturas, que en otras obras combinará, no obstante, con efectismos barrocos de corte ilusionista o teatral, como ocurre, por ejemplo, en el maravilloso grabado del pastor Jan Cornelis Sylvius (1646), presente en la exposición. Rembrandt le retrata dentro de un marco ovalado en el que pastor apoya sus brazos, traspasando los límites del plano bidimensional y acortando la distancia que le separa del espectador, lo que genera un efecto ilusorio que elimina en cierta medida la separación entre mundo real y pictórico.
En 1634 el maestro desposó a la prima de su marchante, Saskia van Uylenburgh, quien marcaría un antes y un después en su vida. La joven, huérfana de un miembro del Alto Tribunal de Frisia, aportaría al matrimonio la más que considerable dote de 40.000 florines. Comenzaba entonces una época boyante que les permitió desvincularse de Uylenburgh y alquilar una casa donde Rembrandt estableció un nuevo estudio. Fue un periodo de abundantes encargos –unos 180 documentados entre 1631 y 1642, año de la muerte de Saskia–, en el que experimentaría con diferentes géneros muy de su agrado como las escenas históricas y bíblicas o los más de 70 retratos que constituyen, como señala Jaime Brihuega, “toda una galería de personajes de categorías sociales diversas”. Se cuenta, asimismo, más de una decena de autorretratos donde el artista refleja fielmente el estatus del que venía gozando, representándose ataviado con ricas telas y finas joyas y adoptando poses decorosas y dignas.
Sin embargo, su viudez coincidió con un descenso del número de encargos, al imponerse en Holanda un gusto afrancesado que disminuyó significativamente su popularidad. El otrora pintor de renombre comenzó a sufrir procesos judiciales, deudas o embargos que en tan solo 14 años le dejaron prácticamente arruinado, llegando incluso sus acreedores a subastar su propia colección. Una adversidad que únicamente consiguió superar gracias a la creación de una nueva empresa artística, en la que supuestamente trabajaba para su querido Tito –el cuarto hijo de su primer matrimonio– y para Hendrickje Stoffels –quien tras entrar en su casa como personal de servicio llegaría a ser la mujer más importante en su vida desde entonces y hasta el final de sus días–. Así Rembrandt pudo continuar ejerciendo de forma independiente y a salvo de sus acreedores. Los autorretratos de esta nueva etapa –uno de los cuales de 1642-1643 se muestra en la exposición– documentan la figura de ese nuevo Rembrandt que ahora, con todas sus virtudes y flaquezas, sin presunción o petulancia, se nos muestra tan solo como un ser humano al que la vida ya no le sonríe tanto.
A estos momentos corresponde La lección de anatomía del doctor Jan Deijman (1656), que también puede contemplarse en el Museo Thyssen-Bornemisza. Esta pintura del Amsterdam Museum, con anterioridad colgada en la Sala de Anatomía de la ciudad, evoca en cierto modo la archiconocida Lección de anatomía del doctor Tulp (1632), con lo que a su valor artístico se añade el carácter de crónica de un hecho excepcional en la Holanda de la época: las disecciones públicas. Estas solían celebrase una vez al año, ya que por ley solo podían utilizarse cuerpos de suicidas, hijos ilegítimos o delincuentes, tal y como ocurrió en la primera de las tres lecciones que el doctor Deijman comenzó el 29 de febrero de 1656 con la disección del cadáver de Joreist Fonteyn, ejecutado el día anterior tras haber sido condenado por robo con violencia. Por su trabajo, al médico se le abonarían 6 cucharas de plata que, tasadas en poco más de 31 florines, suponían una cifra más que considerable para la época.
La figura del ayudante Gijsbert Kalkoen, miembro de la corporación quirúrgica de Ámsterdam, es la única que sobrevivió al incendio que en 1723 redujo esta obra de los 275 x 200 cm originales a un fragmento de 100 x 134 cm. El cuadro presentaba a los dos personajes junto a dos proefmeesters –o encargados de examinar a los aspirantes a cirujano–, además de otros cuatro overlijden –o miembros numerarios de la corporación–, datos que conocemos gracias a un boceto que el maestro habría realizado para estudiar la forma del marco de la obra. Se trata de una escena realista de carácter explícito donde Rembrandt detalla minuciosamente la opresiva atmósfera envolvente, el gesto de concentración del discípulo y, a modo de bodegón, objetos como el cuenco o la mesa de disección, sobre la que la tez blanquecina del cadáver contrasta con el rostro de Kalkoen acentuando la diferencia entre la vida y la muerte. Asimismo, el vientre totalmente abierto y vacío indica que los intestinos y el estómago habrían sido ya extirpados por Deijman, del que solo se ven sus manos manipulando el cerebro, hecho que ha llevado al doctor Francisco Javier de Paz Fernández a considerar esta disección como “el retrato más famoso de un procedimiento de neurociencia”. Por último, la disposición del cadáver parece remitir al Llanto sobre Cristo muerto de Mantegna, aunque también se especula sobre si Rembrandt podría haberla observado directamente en las salas de disección.
No fueron estas conocidas anatomías las únicas ocasiones en que Rembrandt cultivó el género de los retratos grupales, baste citar como ejemplo su celebradísima Ronda de noche, que posiblemente sea su obra más brillante y la que más popularidad le dio. El dinamismo de la representación y el uso de una iluminación teatral, según Middelkoop, hacen de ella uno de los hitos absolutos de la Historia del Arte occidental, convirtiendo a su autor, tal y como apostilla Gombrich, “en el pintor más grande de Holanda” y, podríamos añadir, en uno de los más importantes que han existido nunca.
No obstante, este tipo de representaciones colectivas o doelen fue de lo más recurrente en la época, como demuestran en la exposición el lienzo de Thomas de Keyser que retrata a los síndicos del gremio de orfebres o el que nos enseña a las gobernantas y celadoras de la Spinhuis, de Dirck Santvoort. Su leitmotiv común son grupos gremiales, corporativos, de regentes de instituciones o simplemente personajes que pagaban una suma al pintor por ser retratados en un cuadro realizado con motivo de una efeméride, ostentando un lugar más relevante en la escena dependiendo de la cantidad abonada. Solían aparecer en número indeterminado alrededor de una mesa central, disponiéndose las figuras a su alrededor con poses, actitudes o expresiones diferentes, y acompañadas de los símbolos de sus respectivas ocupaciones. Si los doctores se representaban impartiendo clases de anatomía rodeados del material correspondiente, los regentes de asilos o consejeros gustaban mostrarse de forma austera, con gestos dignos y serios, y vistiendo ropas oscuras que denotasen humildad, rectitud y piedad. Por el contrario, las milicias cívicas manifestaban una actitud más jocosa y festiva, aunque sin ocultar su poder y su estatus. Lo mismo ocurría con los retratos familiares que, como señalan Rudi Ekkart y Claire van den Donk, servían de “exhibición de prosperidad y armonía familiar” y se presentaban como un modelo “de orgullo hacia sus ancestros”.
Precisamente entre los años 1661 y 1662 Rembrandt realizó el cuarto y último de sus retratos institucionales, el de Los oficiales del gremio de pañeros de Ámsterdam –o Los síndicos de pañeros–, cuya labor consistía en analizar la calidad de los paños distribuidos en el mercado holandés. La genialidad del artista nos muestra una escena dinámica donde los personajes parecen haber sido interrumpidos en sus quehaceres por el curioso espectador. Asimismo, en esta última etapa pictórica del maestro, sus ademanes y miradas revelan, más que la imagen fidedigna del retratado, su carácter, su interioridad. Y es que como indica Bockemühl, aunque el propósito de cualquier retrato es garantizar el recuerdo, Rembrandt va más allá elevando este género “a un nivel de acontecimiento temporal” y trasladándolo, en suma, a “un presente palpable”.
A pesar de todo, no fue Rembrandt el único maestro en alcanzar fortuna como retratista e, incluso antes de que él llegase a la ciudad del Ámstel, ya un nutrido grupo de pintores de la talla de Cornelis Ketel o Thomas de Keyser ejercía en la capital. Miles de retratos se pintaron durante el siglo XVII en Holanda y hacia 1670, justo un año después del fallecimiento del de Leyden, se produjo un cambio generacional. Los artistas más destacados habían desaparecido y nuevas promesas irrumpieron en el panorama artístico. Uno de los artífices que mayor repercusión alcanzó fue Nicolaes Maes, antiguo discípulo de Rembrandt que, durante aproximadamente dos décadas, se convertiría en el retratista más fecundo de la ciudad, continuando la encomiable labor emprendida por sus predecesores para perpetuar el género.
En definitiva, el museo Thyssen ha articulado un recorrido expositivo que, siguiendo un criterio cronológico, parte de la tradición del retrato inmediatamente anterior a la llegada del maestro a Ámsterdam, para ocuparse de los orígenes de Rembrandt como retratista, así como de la confrontación de sus obras con la pintura de otros coetáneos o “rivales”, interesándose finalmente por los retratos de género y por sus últimos años con pinturas datadas en la década de 1660. Como colofón, la muestra concluye con un espacio dedicado al Rembrandt grabador, de cuya brillantez dan testimonio los más de 300 aguafuertes que realizó durante su vida y en los que abordó desde temas bíblicos a paisajes, pasando por sus relatos históricos o sus conocidos tronies –estudios de busto con los que pudo experimentar un sinfín de expresiones y gestos faciales–. De los 17 grabados exhibidos en el Thyssen sobresale el conjunto procedente de la Biblioteca Nacional de España aunque, al igual que sucede con sus pinturas –algunas de las cuales nunca habían sido expuestas en nuestro país–, también proceden de un buen número de museos y colecciones internacionales, como el Metropolitan de Nueva York, el Rijksmuseum de Ámsterdam o la National Gallery de Londres.
Rembrandt y el retrato en Ámsterdam, 1590-1670
Del 18 de febrero al 24 de mayo de 2020
(Hasta el 30 de agosto)
En el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Madrid)
Más información en: www.museothyssen.org