Entrevista a Oliva Cachafeiro. Directora del Museo de Arte Africano Arellano Alonso-UVa
Oliva Cachafeiro Bernal es Directora del Museo de Arte Africano Arellano Alonso de la Universidad de Valladolid (UVa), depositario de las colecciones de la Fundación Alberto Jiménez Arellano-Alonso. Se trata de una entidad que cuenta entre sus fondos con piezas de arte subsahariano occidental únicas en el mundo, algunas de las cuales se exponen al público por primera vez fuera de su lugar de proveniencia. La revista En Perspectiva publicará en los próximos meses reportajes exclusivos de cada una de las salas que integran el Museo de Arte Africano-UVa, comenzando la serie con un análisis de las terracotas de la Sala Renacimiento del Palacio de Santa Cruz, así como con esta entrevista en la que Oliva Cachafeiro reflexiona acerca de cuestiones relativas tanto al arte africano en particular, como a los fundamentos de la creación artística en general, sin olvidar la función social que han de jugar nuestros museos en la época contemporánea.
Existen muchos prejuicios acerca del arte africano. ¿En qué difiere la concepción artística de los pueblos subsaharianos de la que prevalece en Occidente?
No es tan diferente una persona del siglo V a. C. que vive en el África Subsahariana de otra de la Europa del Renacimiento. Por ejemplo, lo que pretende la escultura funeraria africana a través de una serie de emblemas de poder, como puedan ser un cetro, la riqueza del peinado o la ornamentación con joyas, es simbolizar la autoridad dentro de una comunidad determinada: eso es exactamente lo que está haciendo el Cardenal Mendoza cuando llega a Valladolid, construye el Palacio de Santa Cruz y lo llena de escudos: lo que quiere es publicidad para su obra y demostrar su poder y su fuerza. En realidad no somos tan distintos. Lo que ocurre es que es habitual que ni en Valladolid ni en el resto de España se estudie el arte africano y cuando nos enfrentamos a él por primera vez nos sorprende descubrir semejanzas con artes europeas que en principio nos parecerían extrañas. Incluso hemos encontrado similitudes con obras de arte precolombino, muy parecidas estéticamente, lo que nos hace darnos cuenta de que lo que se busca es transmitir diversos conceptos y cada cultura en cada época lo va a hacer de acuerdo a sus propios valores, así como a su capacidad técnica y a lo que tiene alrededor, porque eso evidentemente influye: si tú vives en un territorio donde no hay piedra, vas a utilizar aquello de lo que dispones, aquí en Castilla utilizamos el adobe; pues estos pueblos africanos viven junto a las orillas de grandes ríos y lo que tienen a mano fundamentalmente es barro, pero salvo eso la idea es la misma: manifestar el poder, contribuir a la realización de rituales religiosos o mantener vivo el recuerdo de los antepasados, con lo cual no somos tan diferentes en ninguna época ni en ninguna cultura. Es algo que viendo este tipo de obras resulta evidente. Yo insisto mucho en la función social del museo, que es precisamente el mostrar que no somos tan distintos. Vienes a ver una obra estéticamente bella, porque se añade ese elemento estético, es así, pero en realidad se trata de un objeto útil que sirve para algo y que lo mismo lo utilizaba una persona de la Prehistoria que una persona en la actualidad que quiere expresar determinadas ideas. Uno de los objetivos del museo es demostrar que no hay tantas diferencias, acercándonos los unos a los otros.
A menudo se ha considerado el arte africano como una actividad artesanal, impidiendo cualquier equiparación con el que en Occidente se considera ‘Gran arte nacido de la elevada inspiración del genio’. ¿Hasta qué punto puede aceptarse esta distinción?
El problema es que afirmar que una obra subsahariana ha sido realizada por un alfarero o por un carpintero, como ciertamente sucede, equivale a asegurar que la ha hecho un artesano, lo que aparentemente no es lo mismo que decir que la haya realizado Leonardo da Vinci, que es un artista que firma sus obras; en realidad, hay que tener en cuenta que este concepto de autoría artística tampoco nace en Europa hasta el Renacimiento, aunque ahora veamos como artistas a todos los hombres y mujeres que trabajaron con anterioridad: quien hizo la escultura de una virgen románica o gótica es hoy considerado un artista y, sin embargo, estaba modelando la virgen titular de la ermita de un determinado pueblo. Es decir, se trata del mismo concepto, lo que pasa es que lo que entonces nacía con una determinada funcionalidad, ahora se está viendo fuera de su contexto original y, además, expuesto en un museo, o sea, con una puesta en escena. Es en la actualidad cuando le damos el valor añadido de obra artística según una cierta concepción del arte, pero no hay que olvidar que, hasta el Renacimiento, Leonardo, Miguel Ángel u otros artistas no firmaron su obra. La idea es la misma, la forma de trabajar es la misma y esto no quita que un artesano pueda tener una habilidad técnica que dé lugar a piezas de una belleza tal que parezcan haber sido realizadas en Grecia, como es el caso de alguna de las obras que atesora el Museo de Arte Africano, ¡y están hechas por un alfarero local!, ahora diríamos –‘Bueno, es un artesano’–. Pero dime tú si ese artesano no es un artista tal y como lo concebimos ahora.
Además de la autoría, ¿cómo condiciona la percepción del público la estética a menudo tan distinta que presentan las obras de los pueblos subsaharianos occidentales?
Decíamos que desde el Renacimiento lo que hacemos es dar más importancia al nombre que a la obra, o sea, valoramos la obra, pero si además la firma tal autor es mucho más importante. Aquí no hay nombres, aquí con lo que se va a disfrutar es con la belleza que, además, muchas veces no va a coincidir con nuestro gusto artístico porque, evidentemente, ellos han realizado sus obras en función de su concepción estética, reflejando cómo son realmente: por ejemplo, hay piezas con el cráneo deformado o alargado, según la costumbre propia de algunos de estos pueblos. Es decir, igual que a las niñas chinas les vendaban los pies porque, entre otras razones, se consideraba que un pie pequeño era un rasgo hermoso, ciertos pueblos subsaharianos encuentran atractiva la deformación del cráneo o dolicocefalia que, por cierto, también se practicó entre los egipcios. Es su gusto estético y lo van a revelar en sus propias creaciones. A nosotros nos puede chocar, pero es de gran belleza aunque no lo haya firmado un artista de renombre. Cuando el público llega al Museo de Arte Africano, por un lado contempla formalmente la obra pero, por otro, comprende todo lo que hay detrás, y yo creo que olvida sus ideas preconcebidas en relación a la estética o a la autoría, porque la pieza tiene tanta potencia por sí misma que todo eso queda en un segundo plano.
Otro de los estereotipos a los que tiene que hacer frente el arte africano es el que nace de su calificación de arte ‘primitivo’. ¿Cómo superar la jerarquización que esta etiqueta conlleva?
Nosotros intentamos romper con esa idea en la medida de lo posible. De hecho, normalmente se aplica la denominación de arte ‘primitivo’, una palabra de por sí muchas veces despreciativa, no solamente al arte de África, sino también al de Asia u Oceanía. Ya hace tiempo que en el ámbito de la investigación se ha optado por definir estas manifestaciones artísticas como ‘artes primeras’, de acuerdo con el término francés arts premiers, o artes primigenias, para intentar acabar con ese aspecto peyorativo. Quien viene al museo se da cuenta de que pueden verse piezas subsaharianas contemporáneas de una virgen románica que, frente a la tosquedad y sencillez de esta última, parecen obra de autores griegos por su clasicismo. Y, en relación a la esquematización y sencillez que comúnmente se asocia con el arte africano, insistimos en que no se trata de pueblos primitivos que no tengan historia y adopten ese estilo porque no sepan hacer otra cosa. No; es que es su gusto y, según las culturas, este ha ido evolucionando, ha ido cambiando y a veces sus obras presentan un grado de desarrollo técnico muy superior al que teníamos en Europa en la misma época. Además, hay tantos pueblos con tantas tradiciones, con tantas creencias, que la variedad es enorme, inabarcable e indefinible. Y eso es también lo que pretendemos mostrar, para que el público salga de aquí sorprendido de las cosas que eran capaces de hacer, algo que hasta ahora no se ha destacado y a lo que ha llegado el momento de dar la relevancia que se merece.
¿Qué grado de aceptación tiene el Museo Africano y cuál es la respuesta del público que lo visita?
El museo ha experimentado un aumento constante del número de visitantes durante los últimos años aunque, como es lógico, no dispone de los recursos publicitarios de las grandes entidades museísticas situadas en capitales como Madrid y Barcelona. Por eso el gran inconveniente a la hora de conseguir una mayor afluencia de público no es tanto la falta de interés de la población como la saturación de la oferta cultural, que relega a interesantísimas instituciones provinciales a un segundo plano. De ahí que las redes sociales y el boca a boca sean fundamentales para divulgar la experiencia del visitante ya que, más allá de la cantidad de visitas, lo que realmente importa es el grado de satisfacción y, en este caso concreto, el que muchas personas hayan cambiado su idea acerca del arte africano, descubriendo al mismo tiempo la riqueza cultural de un continente sobre el que existen tantos prejuicios. Justamente, en una encuesta realizada hace algún tiempo acerca de la experiencia museística en la ciudad de Valladolid, el Museo de Arte Africano se posicionaba, si bien con una entrada lógicamente menor que el Museo Nacional de Escultura o el Museo Patio Herreriano, como la institución museística de cuya visita el público se sentía más satisfecho.
¿Cómo se percibe el Museo Africano en la ciudad de Valladolid?
Desde un punto de vista local, se está trabajando para que los vallisoletanos conciban el museo como un espacio abierto que pueden frecuentar asiduamente. Su ubicación en un edificio de interés turístico como el Palacio de Santa Cruz conlleva la ventaja de que asegura la llegada de numerosos viajeros que, o bien no conocían previamente el museo y lo descubren al visitar el monumento, o bien ya habían sido advertidos gracias a la importante labor de difusión que están llevando a cabo entidades como la Oficina de Turismo municipal. Sin embargo, al tratarse también de una sede universitaria, buena parte de la población local aún identifica el Palacio de Santa Cruz como un espacio administrativo de acceso restringido, idea con la que es preciso acabar, insistiendo en que la universidad está abierta a la sociedad y no hay ningún inconveniente en acceder libremente al edificio para ver ya sea el Cristo de la Luz, la biblioteca o el museo.
¿Qué estrategias deben adoptarse en una época que privilegia el icono artístico y el turismo de masas?
Es cierto que hay que saber venderse y, en este sentido, quizá deban hacerse aún mayores esfuerzos para posicionarse como referente patrimonial en un ámbito geográfico más amplio, tanto en lo que concierne al museo como a la misma ciudad de Valladolid, donde no ha de olvidarse que existen instituciones museísticas con colecciones únicas. En el caso concreto del Museo de Arte Africano Arellano Alonso, no solo es fundamental dar a conocer su existencia, sino también concienciar del carácter excepcional de las piezas que atesora, algunas de las cuales no se encuentran en ningún otro museo del mundo y se exponen por primera vez en la historia fuera del contexto cultural al que pertenecen. Obviamente, para lograrlo resulta imprescindible acabar antes de nada con la barrera que implica el desconocimiento del arte africano, así como con la pervivencia de estereotipos que lo puedan reducir, por ejemplo, a una mera colección de máscaras. No obstante, tampoco se ha de correr el riesgo de caer en el extremo contrario y convertir el museo en un lugar de atracción de masas que frecuentemente se visita sin ser apreciado como se merece. De ahí que no deba tenerse prisa, pues un centro cultural necesita tiempo para ser descubierto con tranquilidad y para que la experiencia se transmita de persona a persona, fidelizando paulatinamente al público con el fin de que empiece a considerar el museo como algo suyo, como ya sucede con muchos visitantes que vuelven a menudo, realizan sugerencias y traen consigo a sus familias o a sus amistades para compartir aquí su tiempo. Eso es lo que debe ser un museo, un espacio donde nadie se sienta ajeno.
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