Cabeza de Júpiter en un Clípeo. Mármol, Edad imperial. Museo Arqueológico Nacional de Florencia.

Hasta mediados de diciembre el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ) acoge la muestra monográfica más importante que durante la última década se ha dedicado a la civilización de la antigua Etruria en nuestro país. Gracias a la colaboración de la Fundación MARQ y de la Superintendencia de Patrimonio Arqueológico de la Provincia de Pisa y Livorno, el conjunto reúne 150 piezas originales provenientes del Museo Arqueológico Nacional de Florencia (MAF) y del Museo Etrusco Guarnacci de Volterra, uno de los más antiguos de Italia.

Apoyo institucional

La exposición, que ha contado con la participación de la empresa florentina Contemporanea Progetti y que ha sido comisariada por Giuseppina Carlotta Cianferoni, supone un anticipo de la celebración del bicentenario del nacimiento de la Diputación de Alicante en 2022, tal y como ha asegurado su presidente, Carlos Mazón, para quien la muestra constituye una “exposición única que en estos momentos nos permite ser referencia en España”, posibilitando igualmente “retomar los sueños de poder tener una vida normal (…) a través de la cultura”. Por su parte, la vicepresidenta y diputada de Cultura, Julia Parra, la ha calificado de “sueño cumplido”, resultado de “una apuesta arriesgada y valiente asumida con gran ilusión” y que supone “un ejemplo de colaboración institucional, intercambio cultural y amistad entre países con la cultura como vínculo de entendimiento”. En esta misma línea se ha expresado el embajador italiano, Riccardo Guariglia, quien ha hecho constar que “sin duda, Italia y España comparten una rica y milenaria historia, una relación privilegiada en el ámbito cultural”, representando esta muestra “un nuevo testimonio elocuente del deseo de seguir desarrollando la amistad entre nuestros dos países y de relanzar un diálogo que nunca antes había tan sido fructífero y vital entre las orillas del Mediterráneo”.

Itinerario

En función de lo anterior, el MARQ ofrece al público –a través tanto de las piezas originales, como del material gráfico, didáctico, audiovisual e interactivo que las complementa–, una panorámica de la historia de la civilización etrusca desde sus inicios en el siglo IX a. C. hasta su progresiva incorporación a Roma en el siglo I a. C. Así, las tres salas que el museo destina habitualmente a las exposiciones temporales se consagran respectivamente a ‘La antigua Etruria’ –donde se contextualiza el territorio y el período histórico inicial, subrayando la relevancia del comercio en el Mediterráneo–, a ‘Los etruscos y lo sagrado’ –que ahonda en la religiosidad de la población etrusca, atendiendo a sus divinidades y creencias en la vida más allá de la muerte– y, por último, a ‘Los etruscos y Roma’–en cuyo espacio se analizan las consecuencias de la paulatina expansión romana–.

De la fascinación y el misterio a la contextualización histórica

La primera sección de la muestra intenta acabar con el desconocimiento generalizado y el halo exótico que siempre han existido acerca de la civilización surgida en Etruria, pues no en vano el explorador y cofundador de la Sociedad Antropológica de Londres, Sir Richard Francis Burton, ya se refería a ella como “esta misteriosa raza etrusca” en su Etruscan Bologna: A Study (1876). A tal fin se comienza recordando el origen etimológico de su gentilicio: si los griegos llamaron a sus habitantes ‘Tyrrhenoi’ y los romanos ‘Tusci’ o ‘Etruscos’, en su lengua nativa ellos mismos se conocieron como ‘Rasna’. Por lo que respecta a su territorio, su expansión comercial y política los llevó a conquistar la Campania y el valle del Po, sobrepasando lo que hoy sería la Toscana, la Umbría y la zona norte del Lacio. Por otra parte, en lo concerniente a su organización administrativa y al igual que los griegos, las grandes aglomeraciones urbanas mantuvieron durante la época Arcaica (siglos VI-IV a. C.) una independencia que favoreció su constitución como auténticas ciudades-estado. Fueron doce en total, incluyendo la conocida como Dodecápolis etrusca: Caere, Tarquinia, Vulci, Roselle, Vetulonia, Veio (más tarde Populonia), Volsinii, Chiusi, Perugia, Cortona, Arezzo y Volterra. A pesar de que sus acuerdos aludieron más a las cuestiones económicas y religiosas que a las políticas, cada año sus representantes intercambiaban pareceres en el santuario de Fanum Voltumnae, situado en  Volsinii –que hoy se identifica con Orvieto–. Según Julián Espada Rodríguez, era allí donde los delegados de la Liga Etrusca elegían anualmente un praetor XII Etruriae Populorum (Cfr. Los dos primeros tratados romano-cartagineses, 2013). Sea como fuere, estos centros urbanos supieron aprovechar su posición estratégica, sus recursos minerales y la producción vitivinícola para fomentar un comercio y unos intercambios culturales en el Mediterráneo que también alcanzaron la península Ibérica.

Estructura social: clase militar y consideración de la mujer

Una vez contextualizada geográfica e históricamente la antigua Etruria, el segundo bloque de la primera sala profundiza en las costumbres sociales de los etruscos, considerando desde su vida cotidiana hasta su organización política. Una de las constantes que las excavaciones arqueológicas han evidenciado ya en época villanoviana –es decir, durante la Edad del Hierro (siglos X-VIII a. C.)– es la abundancia de armas en los ajuares funerarios de los difuntos, lo que posibilita su identificación como guerreros. Esta ostentación de su poder se hace aún más patente a partir de finales del siglo VIII, con la llegada de una nueva clase ‘principesca’, una clase aristocrática urbana nacida de forma paralela al crecimiento de las ciudades. Justamente, la muestra alicantina ejemplifica su poder con joyas del arte de la orfebrería que dan fe de la capacidad técnica y gusto estético de los artesanos etruscos.

En este punto, la exposición se centra en el alto grado de emancipación obtenido por las mujeres de Etruria, con un reconocimiento social que carece de precedentes en la Antigüedad. En efecto, las etruscas participaban en actos públicos y podían desempeñar funciones sacerdotales, como asimismo atestiguan los riquísimos ajuares hallados en muchas tumbas femeninas, entre los que figuran objetos de gran prestigio social, véanse el trono o el carro. Igualmente, las mujeres tuvieron derecho a la propiedad y a la educación, pudiendo cultivar incluso la práctica de la escritura. Larissa Bonfante, en su Etruscan Dress (1975, 2003), relata cómo el vestido de las etruscas fue visto por los griegos como un reflejo de la gran libertad que disfrutaban aquellas mujeres en la vida pública y social. Aunque los datos de las fuentes helenas no deben ser considerados completamente fiables, algunos historiadores como Teopompo (s. IV a. C.) aseguraron que las etruscas entrenaban con los hombres llevando únicamente un perizoma y que se reclinaban públicamente en reuniones sociales consideradas tradicionalmente de carácter masculino.

Precisamente, esta celebración de banquetes y simposios –o degustación de vinos– es otro de los aspectos que caracterizó la vida social en Etruria, convirtiéndose, en consecuencia, en una de las representaciones más habituales del arte etrusco. De hecho, no solo se inmortalizaron plásticamente sus escenas, sino que para su desarrollo fueron necesarios todo tipo de recipientes como copas, cálices y kantharoi para beber, además de ánforas o stamnoi para la conservación del vino, cráteras y dinoi para mezclarlo con agua, o simpulakyathoi para extraerlo y servirlo. 

Creencias religiosas

En la tercera sección de la muestra, ya en la segunda sala, el discurso expositivo se detiene en la religiosidad de los etruscos, para quienes todo estaba predeterminado por la voluntad divina. Así, las deidades en Etruria –originalmente fuerzas naturales no antropomorfas que por influencia helena acabaron conformando un panteón similar al griego y, a su vez, antecesor del romano– manifestaban sus designios a través de los fenómenos de la naturaleza que, en realidad, debían ser interpretados como señales enviadas a los seres humanos para que estos descubrieran su significado y actuaran conforme a sus disposiciones. Muchas veces eran los arúspices o sacerdotes pertenecientes a diferentes colegios quienes explicaban su sentido gracias a unas artes adivinatorias que también se aplicaban a la observación de las vísceras de los animales sacrificados –en particular el hígado–, a la interpretación de los rayos y otros fenómenos considerados prodigiosos, al vuelo de las aves o, incluso, a la elevación del humo del incienso quemado. 

Aparte de las divinidades asimiladas de la mitología griega, siempre se mantuvo una especial devoción hacia una serie de dioses fuertemente arraigados en el imaginario itálico, como Culsans (el Ianus latino), Selvans (Silvanus) y Voltumna (Vertumno). De acuerdo con la arqueóloga Nancy Thompson de Grummond en Etruscan Myth, Sacred History and Legend (2006), podría resaltarse el hecho de que los etruscos carecieron de una gran diosa de la madre tierra –habitual en otras culturas de la época– y de que la identidad de las deidades en Etruria no se asociaba a una única esfera particular, presentando gran fluidez en su carácter. A ellas también se consagraron templos que, además de su condición de lugares de oración, cumplieron asimismo la función de punto de encuentro y, por tanto, de espacio político y social. Estos santuarios, caracterizados por su alto sótano y la escalera frontal ante la que se ubicaba el altar, podían construirse intra o extramuros, en necrópolis o junto a destacadas vías de comunicación.

El Más allá

Junto a la tradición de los exvotos, la exposición del MARQ nos explica que la población etrusca “experimentó un profundo sentido místico”. Por este motivo, la cuarta sección de la muestra se dedica a explorar la concepción del más allá y la práctica de los ritos funerarios en Etruria, lo que constituye su aspecto “más sagrado e íntimo”. De este modo, la idea de los etruscos de que la vida continuaba tras la muerte se reflejó en sus necrópolis, cuyas tumbas fueron concebidas a la manera de viviendas con el mobiliario y objetos de uso habitual, así como con otras propiedades de carácter más lujoso que, según los casos, evidenciarían un mayor o menor prestigio del difunto. Al mismo tiempo, la pervivencia de la memoria del fallecido se conseguía reproduciendo su imagen en urnas o sarcófagos –pues según las épocas y las zonas se practicaron la incineración y la inhumación–, mientras que la pintura mural incluía “escenas de la vida cotidiana como identificación del tipo de clase social del difunto y como fórmula de interconexión entre el muerto y su integridad psico-física (inteligencia y cuerpo)”, tal y como se afirma en la obra Protohistoria: pueblos y culturas en el Mediterráneo entre los siglos XIV y II a. C. (2004).

No obstante, la influencia griega acabó por configurar una noción del inframundo menos amable, como un mundo subterráneo y aislado donde las almas viven eternamente apartadas de los vivos. Precisamente, dos figuras que suelen aparecer con frecuencia en las representaciones de la muerte son las de los demonios Vanth y Charun, derivados de una de las furias griegas y del barquero Caronte, respectivamente. Según se explica en Etruscan Life and Afterlife (1986), “la idea medieval de ángeles y demonios parece tener sus antecedentes en estos demonios etruscos”, que solían acompañar al finado en su último viaje en carro, a pie o a caballo hasta el mundo de Ultratumba.

El amanecer de Roma

En la tercera sala, el bloque 5 se dedica a analizar la expansión romana. Si los etruscos habían llegado a dominar Roma durante su etapa monárquica, la expulsión de su último rey, Tarquinio el Soberbio, y la consecuente instauración de la República en el año 509 a. C., supusieron el fin de su preponderancia en la península Itálica. Así, tras un periodo de equilibrio que se prolongó durante todo el siglo V, se inició un proceso de romanización lento y progresivo. Tras la toma de las principales ciudades de Etruria –comenzando por la derrota de Veio en el 396 a. C.–, la asimilación social, política y territorial prosiguió hasta el siglo I a. C., suponiendo la Lex Iulia de Civitate “el fin de las autonomías regionales de la antigua Italia”. No obstante, como explican fuentes del museo “los romanos heredaron de los etruscos la mayoría de sus costumbres y símbolos, véase la sella curulis, símbolo del poder judicial inicialmente reservado para reyes y más tarde para magistrados, y las fasces lictoriae, haces de varas de madera atadas con un hacha que se convirtieron en el signo de la autoridad romana”. Esta influencia se apreció con mayor intensidad aún en el aspecto religioso. Como se ha visto, los romanos hicieron suyas las deidades etruscas, las prácticas adivinatorias y el lituus, o bastón sacerdotal de los augures. Asimismo “son de origen etrusco el sistema numérico, la geometría, la topografía, la arquitectura, la música e incluso la actividad teatral y la organización de juegos. Solo la lengua de los etruscos fue definitivamente oscurecida por los romanos, sin dejar huellas”.

Trazas etruscas en Levante

La muestra se completa, finalmente, con una exposición dedicada por el MARQ a las ‘Huellas Etruscas en Alicante’, compuesta por una veintena de piezas a través de las que se advierte la impronta de Etruria en la provincia levantina. El conjunto, tal y como apuntan desde el museo, alude a prácticas relativas a la orfebrería y al vino en época ibérica: de ahí la presencia del ánfora y ciertos utensilios de bronce para el servicio y el filtrado del vino –como la jarra y el rallador de El Oral (San Fulgencio), los embudos-coladores de Xàbia y la necrópolis de Poble Nou en La Vila Joiosa–, así como los testimonios de la típica cerámica etrusca –llamada buchero nero por su color negro metalizado– de la Fonteta (Guardamar), piezas que se enmarcan entre el siglo VII y el V a. C y que actualmente custodian el Museu Arqueològic i Etnogràfic ‘Soler Blasco’ de Xàbia, el Vilamuseu de La Vila Joiosa, el MAG Museo Arqueológico Municipal de Guardamar del Segura y el MARQ Museo Arqueológico de Alicante.

Etruscos. El Amanecer de Roma 
Del 26 de agosto al 12 de diciembre de 2021
Museo Arqueológico de Alicante (MARQ)
Más información en: www.marqalicante.com