Mira G 132 (Kowloon), 1983.
Comisariada por David Max Horowitz, Assistant Curator del Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, la nueva exposición del Museo Guggenheim Bilbao recorre las cuatro décadas de carrera artística de Jean Dubuffet (El Havre, 1901-París, 1985) a partir de una selección de obras provenientes tanto del Solomon R. Guggenheim Museum como de la Peggy Guggenheim Collection de Venecia. De hecho, desde la adquisición en 1959 de Puerta con grama (1957), el Museo Guggenheim de Nueva York ha atesorado un importante número de obras de Dubuffet, a quien llegó a dedicar tres grandes muestras en vida del artista: Dubuffet 1962–66 (1966), Jean Dubuffet: A Retrospective (1973) y Jean Dubuffet: A Retrospective Glance at Eighty (1981).
La actual exposición, que tras la celebrada en el IVAM en 2019 contribuye a recuperar la figura de un creador olvidado en los años ochenta y noventa del pasado siglo, incide en la apuesta del autor por liberar la plástica humana de cualquier convención artística, buscando nuevas formas de expresión a caballo entre la abstracción y el arte figurativo, y recurriendo a manifestaciones tan distintas como la pintura, el dibujo, el collage, la litografía, la escultura o la performance. Y es que Jean Dubuffet abrió nuevos horizontes en el campo de la creatividad, explorando los ámbitos de la antropología, la psiquiatría, la creatividad infantil y, en general, cualquiera de las que él denominó “alteridades artísticas”.
Art Brut
En 1918, dos años después de haberse matriculado en la Escuela de Bellas Artes de su localidad natal, Jean Dubuffet se mudó a París para continuar su formación en la Académie Julian, renombrada institución que abandonaría a los seis meses. El artista, en cuyo círculo se encontraban Raoul Dufy, André Masson, Juan Gris, Fernand Léger o Suzanne Valadon, se opuso a cualquier tipo de categorización en el arte, considerando la etiqueta de “arte primitivo”, por ejemplo, como un resabio del colonialismo occidental: –“¡Somos nosotros quienes lo decimos!”, escribió al alienista Charles Ladame el 8 de mayo de 1946 un Jean Dubuffet que, por aquel entonces, acuñaría la denominación de Art Brut o “arte marginal” para aludir a todas las obras nacidas fuera de los cauces tradicionales que establece la cultura dominante.
A este respecto conviene recordar que el concepto de Art Brut surgió en el verano de 1945, cuando Dubuffet se trasladó a Suiza y visitó sus hospitales psiquiátricos y el Museo de Etnografía de Ginebra. No obstante, ya en 1923 había conocido el trabajo de la artista espiritista Clémentine Ripoche y, un año después, había descubierto el volumen del psiquiatra Hans Prinzhorn, El arte de los enfermos mentales. Sea como fuere, el Art Brut no debe ser identificado únicamente con un arte de los locos, etiqueta contraria a la auténtica pretensión de Dubuffet, que no era sino “celebrar la singularidad de la invención”.
Un hombre común
En 1925, tras una crisis personal acerca del valor del Arte, Jean Dubuffet regresó a El Havre para ocuparse del negocio familiar de distribución de vinos, sin volver a dedicarse a la pintura hasta la década siguiente y no consagrándose a ella de manera definitiva hasta el otoño de 1942, cuando contaba 41 años. Fue en los años treinta cuando se separó de su primera mujer para contraer nuevamente matrimonio, a finales de 1937, con Émilie Carlu –Lili–, amiga de Kiki de Montparnasse y protagonista de algunos lienzos como Lili entre objetos desordenados (1936), donde Dubuffet se mantiene aún dentro de la práctica figurativa ligada a la corriente de ‘la vuelta al orden’ del periodo de entreguerras. En aquella época, ambos realizaron máscaras y marionetas para un pequeño teatro destinado a representar a su entorno más próximo. Estas últimas manifestaciones artísticas, de carácter popular, junto con su interés por el grafiti, demuestran su temprana adhesión a la crítica de una cultura elitista que niega al individuo su condición de “sujeto” y “destinatario” de la pintura. Algunas de sus obras más tempranas como Miss Choléra o Voluntad de poder, ambas de 1946, revelan una mirada que no se limita a renovar el gusto estético, sino que reflexiona sobre el carácter antropológico del arte. Por eso, no es de extrañar que ya en octubre de 1944, con motivo de su primera exposición en la Galería René Drouin de la plaza Vendôme de París, Dubuffet se presentara como “un hombre común”.
Las fiestas del espíritu
Desde entonces los personajes que pueblan sus obras son individuos esbozados de forma esquemática, al modo en que se encuentran en las representaciones infantiles. Muchos de ellos se confunden con los paisajes urbanos y rurales donde aparecen inmersos, reflejando en palabras del mismo Dubuffet un “estado de ánimo de fraternización general” que se hacía necesario con el fin de la II Guerra Mundial. De hecho, en 1958 Dubuffet escribiría “Me alimento de lo ordinario. Cuanto más banal, más satisfecho me quedo (…) Las fiestas tienen mucho más valor cuando en vez de recurrir a elementos extraños a nuestra vida cotidiana aparecen en su propio terreno. Es entonces cuando su virtud (convertir nuestra vida cotidiana en una fiesta maravillosa) se manifiesta. Me refiero a fiestas del espíritu (…) El arte se dirige al espíritu y no, por supuesto, a los ojos. Son demasiadas las personas que creen que el arte se dirige a los ojos. Sería hacer un uso muy pobre del arte”. Declaración del artista en su texto ‘Apercevoir’, donde queda patente el rechazo de lo heroico y lo excepcional en una obra cuyo estilo se desvincula de cualquier proceso previo de aprendizaje o condicionamiento de la mirada del espectador mediante una serie de códigos interpretativos.
Esta búsqueda de lo común, de lo habitual y acostumbrado llevó a Jean Dubuffet a interesarse en París por el Museo del Hombre del Palacio del Trocadéro y por el de Artes y Tradiciones Populares, con cuyos responsables pronto estableció contacto, así como con otros estudiosos de las ciencias etnográfica y psiquiátrica. A este propósito, cabe destacar que Dubuffet llevó a cabo una investigación basada en el estudio exhaustivo y en una minuciosa recogida de documentación. En efecto, el autor se interesó por todo lo que escapaba a la Historia del Arte occidental en particular y a cualquier tipo de clasificación científica en general, un compromiso que en su práctica artística se plasmó mediante la elección de motivos nada habituales y el empleo de materiales como la arena, el cemento o la cal que, mezclados con el óleo, originan una gruesa textura que Dubuffet llamó “haute pâte” y a la que también añadió piedras, cuerdas o papel de aluminio. Su peculiar estilo se aprecia en obras tempranas del tipo del Retrato del soldado Lucien Geominne (1950) o en las de su serie Cuerpos de damas (1950–51), sin olvidar sus representaciones de muros desconchados, puertas ajadas, tierra y piedras.
Arte y Antropología
Aparte del trascendental viaje que Dubuffet realizó a Suiza en el verano de 1945 acompañado de Jean Paulhal y Le Corbusier, otro gran detonante de su labor investigadora fueron las tres visitas que entre 1947 y 1949 llevó a cabo al desierto del Sáhara, donde ejerció “una observación participante” de carácter antropológico, interesándose por las lenguas y música indígenas al tiempo que llevaba a cabo sus dibujos. Además, Dubuffet desarrolló también su labor de etnólogo en espacios tan poco exóticos a priori como el metro de París, hasta el punto de que sus vistas de 1943 motivaron La metromanía o el subsuelo de la capital de Jean Paulhan, obra que el propio pintor caligrafiaría e ilustraría con dibujos en 1949. Ambos dotaron al metro de una dimensión mítica, convirtiéndolo en “río subterráneo de hierro y electricidad”.
Asimismo, en 1947 Dubuffet creó el Foyer de l’Art Brut en el sótano de la Galería Drouin, donde entre octubre y noviembre de 1949 se celebró la muestra L’Art Brut. Aquel invierno se expusieron en el Foyer obras de Heinrich Anton Müller, internado en el hospital de Münsingen desde 1906 hasta su muerte y a quien años más tarde Dubuffet dedicaría un artículo en la revista L’Art Brut (1964). En 1948 tuvo lugar la fundación de la Compagnie de l’Art Brut, en la que también participaron Jean Paulhan y André Breton, y que fue disuelta a comienzos de los cincuenta en parte por discrepancias con este último –por ejemplo, con respecto a la existencia de un “arte de los locos”, que Dubuffet negó alegando que tampoco existe un “arte de los enfermos de rodilla”–. La Compañía inició una nueva andadura pocos años más tarde, instalándose durante la década de 1960 en una mansión de la calle Sèvres de París que el artista calificó de “laboratorio de estudios e investigación”. De este modo se adquirió una importante colección de obras que a partir de 1971 fueron donadas a la ciudad de Lausana.
En continua experimentación
Jean Dubuffet fue un experimentador nato, siempre en aras de una libertad expresiva que renovase todo lenguaje artístico y permitiera aflorar la creatividad del individuo sin ningún tipo de condicionamiento anterior –no en vano el artista reconoció la influencia del dadaísmo y el surrealismo en su pensamiento–. Por eso a lo largo de su carrera sorprende su collage de alas de mariposa titulado Jardín mulato (1955), la grabación sonora experimental La Fleur de Barbe (1960) o la ruptura con la elección del sujeto de la representación y el campo visual tradicionales que suponen tanto Misiones secretas (1953) como el enfoque macro de Topografía con camino terroso (1959). Igualmente, es preciso mencionar su última publicación, Oriflammes (1984), libro de cuatro páginas manuscritas acompañado de 16 serigrafías donde Dubuffet llama a liberar la mirada de los nombres dados a las cosas para descubrir las muchas más que existen al margen del viejo y caduco repertorio. Y es que el autor de El Havre se opuso a todo tipo de convencionalismo cultural pues “si cambia el lenguaje lo hará el pensamiento”. Ahora bien, si es cierto que el propio Dubuffet cayó en la paradoja y la contradicción al intentar “cuestionarlo todo” y “reinventar una medida con su propio rasero de criterios y posturas”, no hay que olvidar que, en su carta dirigida al crítico de arte Gaëtan Picon el 20 de noviembre de 1969, él mismo reconocía saber que:
“todos estamos fuertemente condicionados por la cultura y que no nos podemos alejar jamás ni totalmente de sus condicionamientos, de sus referencias. Pero que no podamos hacerlo totalmente, no supone que no lo podamos hacer un poco (en mayor o menor medida) y que al menos tengamos o no tengamos el deseo de hacerlo. Eso existe, es una postura del espíritu que existe”.
Percepción, realidad e imaginación
Con cinquenta años, Dubuffet vio celebrarse su primera retrospectiva en la Galería Rive Gauche de París y expuso en los Estados Unidos de América. Desde ese momento se sucedieron sus exposiciones personales, destacando la primera retrospectiva del MOMA de 1962, así como el nacimiento de la Fundación Dubuffet en 1973.
Justamente, entre 1962 y la década de 1970 Dubuffet realizó el ciclo Hourloupe, pinturas y esculturas de celdas entrelazadas a base de rayas paralelas de color rojo, azul y blanco, tal y como Nunc Stans (1965) o Bidon l’Esbroufe (1967) ejemplifican en la exposición. Según aseguran fuentes del museo, Dubuffet explora así “un universo fantástico y en expansión, unificado a través de una misma expresión visual y que le permite ahondar en temas epistemológicos y fenomenológicos”. Su ambigüedad, fugacidad y aleatoriedad cuestionan nuestra percepción del mundo exterior y establecen un interesante diálogo entre lo real y lo imaginado, asunto que Dubuffet continúa investigando en los últimos años de su vida a fin de seguir desarrollando mecanismos de representación que liberen el pensamiento artístico de la costumbre y la tradición. Así sucede en la serie Teatros de la memoria (1975–79), donde Dubuffet analiza el modo en que la mente asocia percepción, recuerdo e ideas en su intento de conferir un sentido a nuestra existencia. Sus dos últimas series, Miras (1983–84) y No-lugares (1984), presentan marañas de líneas sin motivos reconocibles que se sitúan al margen de cualquier categoría socialmente preestablecida.
Jean Dubuffet murió en París el 12 de mayo de 1985, habiendo legado a la posteridad algo más que una obra excepcional en múltiples áreas de expresión artística: su figura será siempre un referente en la Historia del Arte universal por la defensa de una actitud de firme compromiso con la defensa de la libertad creadora del individuo. De ahí que él mismo expresara su deseo de que “Me gustaría que la gente viera mi trabajo como una recuperación de valores desdeñados y […], no se equivoquen, como una obra de ferviente celebración”.
Jean Dubuffet: ferviente celebración
Del 25 de febrero al 21 de agosto de 2022
Museo Guggenheim Bilbao
Más información en: www.guggenheim-bilbao.eus