Troncosaurios de Fernando Sánchez Buenache.

En la Serranía de Cuenca1, entre precipicios rocosos que parecen elevarse hasta alcanzar las nubes, los primeros pobladores se agruparon para crear pequeñas aldeas que, en las laderas de las montañas o en valles escondidos, les proporcionaran refugio y seguridad, pudiendo desarrollar así una vida autosuficiente. En efecto, en una aldea como Buenache de la Sierra, la distancia de menos de dieciocho kilómetros hasta la capital fácilmente podría haber sido de cien. Incluso hoy en día, el contraste es sorprendente: se tiene la impresión de que, más allá de una sinuosa carretera de montaña, un siglo de tiempo los separe. De no ser por los raros SUV todocamino y los automóviles que ocasionalmente pasan por la localidad o se hallan estacionados a lo largo de su única calle —así como por las mujeres que usan pantalones en vez de largas faldas—, no es difícil imaginar que este pueblo se asemeje mucho a cómo era hace quinientos años.

Fernando Sánchez Buenache comparte su nombre con el de su pueblo y supone que sus antepasados ​​estuvieron entre los que aquí se asentaron hace unos seis siglos y dieron nombre a este caserío o, en un escenario alternativo, que se les conociera por el nombre del pueblo en el que echaron raíces. El segundo de cinco hijos, Fernando (n. 1960) asistió a la escuela de la pequeña aldea hasta los catorce años y no ha recibido más formación académica desde entonces. Su padre era leñador y caminaba penosamente por las laderas de las montañas a fin de buscar, cortar y reunir madera para abastecer a las empresas locales, como el panadero, que necesitaba la madera para alimentar su horno y proporcionar pan a sus vecinos.

El joven Fernando ayudó a su padre mientras trabajaba en la montaña y desarrolló un profundo amor por su tierra natal. También desarrolló la sensación de que todo en su mundo estaba interconectado. Si bien no había antecedentes familiares de nadie que hubiera hecho algo que pudiera interpretarse como arte, Buenache2 veía arte en todo lo que lo rodeaba y sentía que se necesitaba poco esfuerzo para revelar más explícitamente y compartir con los demás lo que él mismo percibía y apreciaba. Llegó a considerarse un ambientalista y naturalista, un estudiante entregado a la geografía, la geología y la biología locales.

Bar Mesón Las Pedrizas

En 1987 abrió el Bar Mesón Las Pedrizas en un edificio propiedad de su familia. El nombre fue elegido en honor a su nuevo amor por la piedra, que coincidió con extraordinarios descubrimientos paleontológicos locales (descritos a continuación). Empezó a llevar muestras de lajas, cantos y guijarros para decorar las paredes y comenzó a apilar algunos de ellos, creando formas que se asemejaban a animales, setas y peces. Ante el entusiasmo generalizado que estas pequeñas esculturas de piedra despertaron, puso sus miras más altas y creó obras más grandes que imitaban herramientas, instrumentos musicales y alimentos (incluido el jamón serrano y los platos de salchichas). Pronto Buenache dejó de considerar estos ensamblajes como una mera decoración casual: crearlos se convirtió en un fin en sí mismo.

A principios de la década de 1990 decidió dedicarse a su arte, aunque inicialmente prefirió ser considerado coleccionista antes que artista. Comenzó a seguir el camino habitual de un joven artista que intenta ganar reconocimiento, compartiendo espacio de trabajo con otros artistas y participando en exposiciones colectivas para dar a conocer la riqueza creativa que surgía de ese apartado lugar. Cuando su familia comprendió su intención de utilizar sus obras para atraer visitantes e impulsar la actividad económica local, empezó a apoyarlo firmemente, tratando de ayudarlo en todo lo posible.

Pronto sus piezas cubrieron la mayor parte del interior del Bar Mesón, así como las zonas exteriores del patio y la terraza; otras se exhibían en una galería en el segundo piso y algunas más adornaban el exterior de la propiedad y sus accesos. Todas se hallan ingeniosamente situadas en aquellos lugares donde podría esperarse encontrarlas: sus pájaros de piedra están posados en las ramas muertas de los árboles o en el borde de los tejados; las tapas de piedra se alinean en la vitrina del Bar Mesón o encima de la barra del bar, cerca de un teléfono de dial rotatorio pétreo; los peces de piedra ‘flotan’ en un acuario de cristal; las flores de piedra están ‘plantadas’ en parterres que bordean el patio al aire libre. Placas de setas de piedra, representando las que crecen en las montañas limítrofes, se disponen como en una exhibición taxonómica junto a mapas reales de la topografía y recursos naturales del lugar, mientras guijarros ensartados sirven como cortinas líticas que cuelgan de los marcos de las puertas para impedir el paso de las moscas, al tiempo que aportan textura, movimiento y sonoridad.

Museo de Zoolitos

Él llama Zoolitos (del griego antiguo zoion [animal/criatura viviente] y lito [piedra]) a las criaturas y formas vegetales que ensambla a partir de rocas, minerales y trozos de madera encontrados. Hay pájaros, roedores, libélulas, serpientes, tortugas, estrellas de mar, caracoles, peces y otros seres inventados y sin nombre: ‘Con las piedras hago de la naturaleza un mundo… Mi intención desde siempre fue hacer un zoo4. Buenache interviene mínimamente para crear estas obras: rara vez corta los objetos naturales que encuentra y rara vez utiliza pegamentos simples para unirlos. Muy pocos han sido pintados y, si bien cuenta con una sierra de cinta grande y algunas herramientas, carece de un verdadero estudio de artista.

Sus producciones son inteligentes y demuestran una gran calidad expresiva y, a menudo, gestual. No son creaciones cursis y kitsch de alguien que pinta pet rocks (o ‘piedras mascota’), sino que, al contrario, ya respondan a un montaje profundamente meditado o ya se hayan articulado instintivamente, cada una de ellas es sorprendentemente cautivadora. En un mundo donde los artistas profesionales se esfuerzan por crear obras que parezcan arte outsider5, las piezas de Buenache traslucen una gracia sin pretensiones y una tosquedad favorecida por los movimientos no estudiados de alguien que realmente entiende sus materiales. Revelan autenticidad visceral porque él deja de intervenir en sus formas antes de que se vuelvan recargadas o pretenciosas: el suyo es un enfoque minimalista que permite a la forma natural ser guía y maestra. De hecho, a veces lo único que hace es colocar cuidadosamente una roca o una rama, induciendo a los espectadores a mirarla de otra manera. ‘Aunque parezca extraño, a veces es la piedra quien te indica la manera de mostrarla, te sugiere la posición, y solo hace falta un poco de imaginación, [y] ganas de trabajar en ella, y el resto sale por sí mismo’6. Buenache no contempla fronteras conceptuales entre arte y naturaleza.

Buenache no está particularmente interesado en vender su escultura porque, señala, si se retiran las obras se destruye la integridad de toda la instalación. Y enfatiza que cualquier exposición en la que pueda exhibir algunos ensamblajes particulares se realiza con la intención principal de presentar al público lo que él está haciendo en su pueblo, con la esperanza de motivarlo a visitar el lugar para que pueda ver personalmente las maravillas que él aprecia en su comarca.

Hace tiempo que el artista abandonó el estudio que compartía y ahora pasa largas jornadas él solo con sus perros y su burro, buscando materias primas en valles y colinas. Disfruta y agradece conscientemente el espacio, reconociendo que no podría realizar ese trabajo en la ciudad: Es una forma de ser y de vivir. La soledad no es buena ni mala; uno se acostumbra a ella y a veces le viene bien, cuando está un poco saturado de lo cotidiano, del estrés al que se somete la vida. No es cuestión de perseguir la soledad ni de ser un ermitaño, sino de saber en qué momento necesitas estar solo y en el que te hace falta…7. Caminar por las tierras le proporciona energía y calma, al tiempo que le brinda los tesoros que alimentan su proceso creativo: puede perderse en sus paseos y, al abandonarse al descubrimiento casual de una rama, una piedra o un fósil, descubrir más sobre sí mismo. A medida que Buenache comenzaba a trabajar más obsesivamente en sus Zoolitos, empezó a abrir otros espacios de exhibición: en un antiguo establo parecido a un granero dispone ahora objetos etnográficos y en una sala sobre el Bar Mesón expone hallazgos geológicos locales.

Museo Etnobotánico

El primero de ellos, su Museo Etnobotánico, se encuentra imbuido de un profundo sentido de humildad y aprecio por cuanto ha antecedido en el tiempo. Mientras la generación precedente moría y sus hijos, avergonzados por la tristeza de sus privaciones, desechaban las anticuadas herramientas y adornos decimonónicos que habían persistido, Buenache se dedicó a reunir esas reliquias, organizando exhibiciones temáticas que dieran testimonio de los días de aquellos que ya se habían ido, días que muchos querrían olvidar. Coleccionó cestas tejidas; tablas de lavar de madera; herramientas de todo tipo para toda clase de labores (perforar, aserrar, machetear, cortar, escardar con la azada y cavar); picadoras de salchichas; máquinas de coser y telares de tejer; muebles rústicos; cántaros de cerámica y tinajas metálicas para agua, lavado y despiece; frascos de vidrio soplado a mano revestidos de rafia para protegerlos contra posibles roturas; utensilios para servir y comer; arneses para animales y mucho, mucho más. Fotografías de los productores o de los objetos en uso complementan ocasionalmente las exhibiciones.

Sin formación museológica, Buenache tiene no obstante un sentido innato de la importancia del montaje expositivo. Por eso se dio cuenta de que las diversas iteraciones de sus piezas resultaban ser clave para dar idea de la amplitud y profundidad de la tradición y de sus creadores: así, más que al de los museos de arte o de historia —que seleccionan el ejemplo más representativo—, su enfoque se asemeja al de los museos de ciencia —que tienden a proporcionar numerosas muestras de un mismo espécimen a fin de evidenciar la variedad de sus manifestaciones—. Y en lo concerniente a la instalación, que también incluye fragmentos de utensilios, esta revela no solo la austeridad y la pobreza de aquellos días, sino también la nobleza de las formas, a menudo elegantes y minimalistas, desarrolladas al servicio de una función específica que permanece vinculada, de manera muy real, a la supervivencia básica. En este sentido, las formas de esos instrumentos, que evolucionaron intencionalmente para abordar una necesidad práctica, reflejan los preceptos que guían el propio trabajo de Buenache y su noción de intervención mínima: de acuerdo con su carácter práctico —en cuanto objetos que facilitaban el trabajo de sus primeros usuarios— y según los propios objetivos estéticos del artista, cada ejemplar ha sido apenas manipulado —física o conceptualmente— para hacerlo ‘funcionar’. Incluso en ocasiones el autor ha tomado algunos de estos objetos etnográficos y los ha utilizado en sus propias exploraciones artísticas, llamando a estos ensamblajes etnoarte

Museo Paleo-Artístico

En julio de 2015 se inauguraron oficialmente las salas dedicadas a la paleogeología de la zona (espacios antiguamente utilizados como galería de arte encima del Bar Mesón). Evidenciando un cuidadoso estudio y análisis, este Museo Paleo-Artístico de aproximadamente cien metros cuadrados presenta la impresionante riqueza de la historia paleontológica de Buenache de la Sierra y sus alrededores. Los objetos se disponen en estanterías, dentro de vitrinas o en las paredes, siendo identificados con etiquetas mecanografiadas. La calidad de los fósiles —mayormente descubiertos por el autor— es sorprendente. Después de haber encontrado por casualidad el primero de ellos en 1987, Buenache camina ahora manteniendo la mirada fija en el suelo allí donde es probable que aparezcan más. Cabe recordar que, a pesar de ser hoy montañosa, la Serranía de Cuenca estuvo alguna vez bajo el agua y la variedad de fósiles de formas marinas, criaturas subacuáticas e, incluso, enormes insectos es muy amplia.

En 1986 Buenache se sintió particularmente motivado por el hallazgo de los restos fósiles de dos dinosaurios terópodos bípedos del Cretácico Inferior (es decir, de hace unos 120 millones de años). El gran interés que despertó este descubrimiento, acaecido en el cercano yacimiento geológico de Las Hoyas, atrajo a paleontólogos y geólogos de Madrid y otros lugares. El artista pensó entonces que su propio museo podría integrarse en la Ruta de los Dinosaurios, impulsada por la Diputación provincial para consolidar el crecimiento de turistas interesados ​​en realizar rutas de senderismo y trekking por la Serranía… y decidió hacer lo que estuviera en su mano para dar mayor visibilidad al pueblo y sus alrededores.

BuenArte

En consecuencia, durante un tiempo Buenache se involucró en la vida pública del lugar. Quería atraer visitantes y, dadas sus inclinaciones —así como su falta de formación académica formal, que habría descalificado cualquiera de sus propuestas científicas a los ojos de los eminentes paleontólogos—, decidió organizar un festival polifacético que, en un juego de palabras con su nombre y el de su localidad natal, denominó BuenArte. La idea de organizar un evento de este tipo comenzó siendo modesta, pero pronto se volvería una obsesión y terminaría materializándose en un gran espectáculo. Buenache, que nunca hizo distinciones entre formas de vida y tipos de expresión creativa, quería incluir no solo las artes plásticas sino también la música. A grandes rasgos, su intención era hacer algo divertido y, quizás aún más importante para los lugareños, que fomentase la actividad económica en una zona rural pobre. Así, en 1994 inauguró su primer festival, Arte en la Naturaleza, del que se celebraron nuevas ediciones de forma periódica hasta 2014. En un pueblo de menos de cien habitantes Buenache logró reunir a unos cien artistas —escultores, pintores, vídeo-artistas, fotógrafos, músicos, escritores y cineastas—, que se sumaron a la multitud llevando a sus propios amigos y familiares.

Abierto a creadores de todos los medios, el acontecimiento se convirtió en un festival de tres días. Buenache y sus amigos acondicionaron innumerables espacios públicos y privados, transformando esencialmente todo el pueblo en un recinto expositivo que diera cabida a tantos artistas como fuera posible. Utilizaron el Centro Cultural del Ayuntamiento —que hasta ese momento nunca había sido destinado a ningún propósito creativo—, así como las diferentes salas de Buenache y una gran variedad de lugares poco habituales.

Muchas actividades se llevaron a cabo al aire libre, incluyendo numerosas exhibiciones y conciertos en la propiedad rural de Buenache: tres hectáreas y media de amplias extensiones y suaves colinas a aproximadamente kilómetro y medio del pueblo. La gente acampaba en el lugar o abandonaba la ciudad para asistir al festival y Buenache, como muchos otros, no pegó ojo durante los tres días de la celebración. También se instalaron pequeños puestos para la venta de alimentos y bebidas, así como de artesanías elaboradas en metal, madera, hueso (necroarte) y piedra. Algunos de los proyectos y conciertos estuvieron disponibles de forma virtual en la red.

Ninguna organización gubernamental o fundación proporcionó financiación; al contrario, el apoyo se generó y sustentó fruto del empeño de los organizadores y participantes, que así se vieron libres de restricciones a sus actividades y de las cargas de una futura recaudación de fondos. ‘La continuidad está basada en la sinergia que seamos capaces de mantener, en el buen rollo y en las ganas de seguir adelante sin ningún tipo de limitación estética ni económica’, comentaba el amigo músico y compositor de Buenache, Julio Sanz Vázquez8.

El Gran Litófono

Uno de los momentos más memorables fue la interpretación del Gran Litófono, instrumento ovalado de percusión de unos quince metros de largo y once de ancho que, al modo de un xilófono, Buenache y sus amigos crearon a partir de piedras planas, seleccionadas, ordenadas y montadas cuidadosamente sobre soportes de madera. Los diferentes tonos que producía cada una de ellas al ser golpeada con ramas de madera generaban una respuesta similar al trance tanto en los intérpretes como en los espectadores. Además, aunque el Gran Litófono se diseñara para ser tocado por doscientos músicos a la vez, el hecho de que se presentaran seiscientas personas significó que pudiera sonar de manera constante durante los tres días de duración del festival. Los concertistas interpretaron estos sonidos como los sonidos de la tierra misma y ​​Buenache vio en este instrumento, que los transportaba al origen esencial de la música, una conexión con los paradigmas más remotos del sonido organizado.

Entre los ‘instrumentos’ que complementaban al Gran Litófono se contaban ‘Piedra, Agua, Aire, Fuego, Árboles de Lluvia, Troncos Resonantes, Quijadas de Animales, Costillares, Arpas de Tierra, Flautas de Hueso, Vasijas de Aliento, la Voz, [C]antos de [A]rmónicos, Arpas Eólicas, Botasoneiros, Cortinas Líticas, [y] Armonizadores de Resonancias Psicoacústicas’9

Utilizando instrumentos tan poco tradicionales —aunque al mismo tiempo arcaicos—, miraron al pasado para proyectar un futuro. Partiendo de la idea romántica alemana de que la arquitectura es música petrificada, volvieron la vista hacia los orígenes mismos del mundo y concibieron la música que estaban creando con materiales existentes desde la creación de nuestro planeta como, ciertamente, el sonido de la creación misma. Tras la edición del festival en 2008, la revista en línea El Rinocerante proclamó entusiásticamente que BuenArte ‘se confirma como gran centro catalizador de creaciones artísticas, vanguardistas, vivas y dinámicas que ha demostrado una vez más que no se le pueden poner puertas al campo ni límites a la creación10. La publicidad de BuenArte afirmaba: ‘El arte como el universo se expande sin ningún tipo de apoyo’.

Parque de los Troncosaurios

Después, terriblemente, en el verano de 2009 un devastador incendio forestal abrasó las colinas que rodeaban el pueblo. Los fuertes vientos ayudaron a avivar las llamas, que se cree fueron provocadas por un pirómano; miles de árboles se quemaron a lo largo de trescientas hectáreas, dejando troncos ennegrecidos y crepitantes. Si bien la zona baja de la propiedad de Buenache no ardió, todos los cerros circundantes se vieron afectados por el fuego, resultando un paisaje deprimente y moribundo. Aunque comprensiblemente conmocionado por el desastroso efecto causado en su entorno natural, Buenache se propuso convertir la tragedia en algo positivo. Así, desde entonces ha ido cortando con una motosierra más de mil quinientos troncos carbonizados o chamuscados que, más tarde, con la ayuda de un tractor y de sus amigos, ha trasladado desde las laderas hasta su propiedad. Su intención final es la de reubicar 2009 troncos en conmemoración del año del incendio, cuando esos árboles perdieron una vida pero comenzaron otro tipo de existencia diferente —una vida renacida gracias a Buenache: ‘Le[s] doy vida’, dice—.

Una vez reubicados, modifica muy poco los troncos de los árboles; en general, lo que hoy se ve son las formas naturales que quedaron tras el incendio. Sin embargo, ha sido meticuloso y creativo a la hora de colocarlos y, con una mínima intervención más allá de sus reflexivas instalaciones, ha compuesto un paisaje animado y densamente poblado de esculturas monumentales: en realidad árboles extintos cuya nueva esencia, a falta de sus raíces ahora inexistentes, se sustenta únicamente en los gestos del artista. Este promueve el parque como una alternativa complementaria a las distintas rutas de senderismo y paseo por la Serranía, así como un atractivo turístico que, a través de la muerte y la destrucción, devolverá la vida al municipio.

Buenache llamó a estas obras Troncosaurios (palabra inventada que nace de la síntesis de los términos ‘tronco’ y ‘dinosaurio’) y muchas, de hecho, parecen poseer un cierto aspecto prehistórico, a semejanza de las auténticas y descomunales criaturas que tiempo atrás vagaron por estas colinas. Algunas piezas muestran una apariencia sugerentemente salvaje; pueden evocar animales corriendo, lagartos de muchas patas, reptiles deslizándose o una amplia gama de raros especímenes, todos aparentemente a gusto en su nueva ubicación y cómodos entre sí. Unos recuerdan a monstruos depredadores, otros a gigantes estoicos; en ciertas ocasiones, parecen haber adoptado contornos de carácter antropomórfico o floral y vegetal, pero todos constituyen figuras monumentales que contrastan significativamente con sus encarnaciones anteriores. En conjunto, este bosque de formas causa una profunda impresión: en medio de una de las poblaciones de menor densidad de España, las esculturas de troncos han creado una concentración de nuevas y fascinantes estructuras que, en cierto modo, compensan la falta de un mayor contacto humano. El Parque de los Troncosaurios fue inaugurado durante el festival BuenArte,  el 31 de mayo de 2014.

A diferencia del modo en que Peter Buch ha trabajado con la topografía de su propiedad, aprovechando sus diferentes áreas11, Buenache está cambiando la suya, trasladando troncos quemados desde las colinas boscosas hasta el austero paisaje de la parte baja, que siglos de recolección de madera y pastoreo del ganado han desnudado de forma sistemática. Hace décadas que en esta zona no existen árboles, por lo que Buenache no solo está modificando el entorno estéticamente, sino también ecológicamente: no en vano cada tronco reubicado lleva consigo los insectos que normalmente viven en la madera en descomposición, los cuales atraen a las diferentes aves que consumen estos insectos y, a su vez, a los depredadores que se alimentan de ellas. Sin embargo, Buenache lo conceptualiza de manera diferente: considera que esta ubicación imita el entorno original de los árboles, otorgándoles nueva vida mientras se celebran sus formas en la muerte.

Visión de conjunto

Todo forma parte de su plan holístico. Considerando sus entornos construidos y reunidos como una totalidad, el Bar Mesón Las Pedrizas, el Museo Paleo-Artístico, el Museo Etnobotánico y el Parque de los Troncosaurios mejorarán la zona, en opinión de Buenache, no solo como atracción turística, sino también revalorizando sus atractivos naturales e históricos con sensibilidad ecológica, proporcionando un medio alternativo y sostenible de estimular la actividad económica en un entorno rural remoto. Ni solitario ni ermitaño, a Buenache le motiva compartir su trabajo con los demás. Es revelador que convierta algunas de sus abstracciones naturales en formas representativas, a fin de que puedan ser apreciadas por un mayor número de personas: ‘las formas abstractas puede que solo las vea yo; y las figuras las reconoce la gente’, explica12.

Las múltiples creaciones de Fernando Sánchez Buenache, que combinan el arte con la historia y la ciencia y lo que él llama ‘memoria natural’, suponen un decidido esfuerzo para revertir la fuga demográfica de esta zona y promover el comercio y la industria. 

La variedad de sus obras no puede separarse conceptualmente de su fuente, y las diferentes manifestaciones de sus intereses en el patrimonio cultural y natural de la región respaldan sólidamente sus visiones holísticas de la creación y la construcción estética. Sin duda, Buenache continuará reuniendo y acumulando, organizando y promoviendo, así como trabajando para acrecentar el interés en las formas que encuentra y en las que realiza, siempre con el objetivo de celebrar y honrar el fundamento mismo de su creación.

Notas

1 El trabajo de campo se realizó in situ el 25 de febrero de 2016. Todas las citas del artista, a menos que se indique lo contrario, se han tomado de la amplia entrevista realizada ese día o de la subsiguiente correspondencia electrónica. Este ensayo es una adaptación del capítulo sobre Sánchez Buenache en Jo Farb Hernández, Singular Spaces II: From the Eccentric to the Extraordinary in Spanish Art Environments (Milano, 5 Continents Editions, 2023). https://www.fivecontinentseditions.com/en/p/singular-spaces/.

2 Contrariamente al uso convencional, cuando este artista utiliza un solo apellido emplea el de su madre, Buenache, en lugar del de su padre, Sánchez.

También se ha referido a ellos como LitosGatolitos (los que más se parecen a gatos) y Gastrolitos (los que más se parecen a comida).

4 Las Pedrizas (s. f.), www.mesonlaspedrizas.com.

5 La historia de las relaciones entre los artistas con formación académica y el trabajo de los autodidactas es densa e, incluso, embarazosa, ya que a veces la apropiación o la derivación han conducido al plagio.

6 Citado en J. M. [nombre completo no publicado], “Fernando Buenache: ‘Busco la soledad que se halla en la piedra’”, La Tribuna de Cuenca (3 de abril de 2003): 35.

7 J. M., “Fernando Buenache: ‘Busco la soledad que se halla en la piedra’”.

8 Sanz, citado en ‘Gotas de Cultura en la Serranía’, Apartado 202 (1 de abril de 2008): 6.

9 Asociación Cultural Ecologista Los Sabinares, ‘Poetas del ruido. Soundwork Players’, Los Sabinares (s. f.), http://lossabinares.es.tl/Poetas-del-Ruido-.–Soundwork-Players.htm.

10 ‘Comments’, El Rinocerante (8 de Abril de 2008), https://elrinoceronte.wordpress.com/2008/04/03/clausura-del-festival-buenarte-2008-en-buenache-de-la-sierra-por-i-ave-y-tamagochi/

11 Para un tratamiento completo del entorno artístico del Jardí de Peter en la provincia de Castelló, véase el capítulo que le dedico en el primer volumen de Singular Spaces (2013): 336–351

12 Citado en Joan Manuel Marín, ‘Dionisos en la Serranía: Los Espacios Expositivos de Fernando Buenache’, Differents3 (2020): 108

Sobre la autora

Directora emérita de SPACES y de la Galería de Arte Natalie and James Thompson de la San José State University, Jo Farb Hernández es una académica de reconocido prestigio internacional, además de autora, curadora y fotógrafa galardonada. Su trabajo ha iluminado (y preservado a través de la documentación) las vidas creativas de personas que de otro modo, al situarse fuera de las esferas comerciales, habrían pasado desapercibidas al resto del mundo. Igualmente, ha reivindicado el valor de los conjuntos creados que a menudo dejan de existir cuando el artista ya no está vivo para mantenerlos. En un campo donde el trabajo de cada artista es continuo, orgánico y acumulativo, este tipo de estudio exige dedicación y continuidad a largo plazo, realizándose únicamente en raras ocasiones. Así, Farb Hernández se ha consagrado al campo de los artistas autodidactas y constructores de entornos artísticos vernáculos durante cinco décadas, siendo uno de los pocos académicos que concentran sus esfuerzos en investigar acerca de esta comunidad de creadores tan poco reconocida. Fue una de las pioneras en los Estados Unidos y hoy en día se ha convertido en una de las máximas autoridades en el ámbito del estudio de los artistas autodidactas de España. Entre sus innumerables publicaciones cabe destacar los dos volúmenes de Singular Spaces. From the Eccentric to the Extraordinary in Spanish Art Environments (Raw Vision, 2013; 5 Continents Editions, 2023).