La habitación azul, 1923.

Desde los primeros dibujos realizados al carboncillo, pastel y grafito alrededor de 1883, el autorretrato desempeñó un papel preeminente en la obra de Suzanne Valadon (1865-1938). Y es que a lo largo de su vida, estos autorretratos expresaron su personalidad sin concesiones: ‘hay que ser duro consigo mismo, tener conciencia, mirarse a la cara’, decía esta pintora, dibujante y grabadora que practicó todos los géneros, desde el mismo retrato y el desnudo hasta la naturaleza muerta y el paisaje. Se trataba, pues, de una mujer de carácter, justamente calificado de ‘terrible’ por el propio Degas, uno de los pocos pintores que la apoyaron en sus inicios. De hecho, fue él quien enseñó a ‘esta diablesa de María’ a grabar en su propio taller e, incluso, llegó a coleccionar sus obras. Es preciso recordar que Suzanne Valadon, mujer decididamente moderna, vivió con plenitud una era de grandes cambios ideológicos: residió en el París remodelado por las ambiciones napoleónicas y los bulevares de Haussmann; fue testigo del surgimiento de un nuevo mercado del arte y se unió a la bohemia, abrazando plenamente la vida de la capital entre cafés y cabarets. En un sector dominado por los hombres, ella fue probablemente la primera mujer en representar un desnudo masculino y, al mismo tiempo, tanto en sus dibujos y grabados de toilettes como en los grandes desnudos y odaliscas, Valadon plasmó una mirada muy personal de la intimidad femenina, donde el vivo cromatismo y una firme pincelada se combinan con la complicidad y el lirismo. El pasado año el Centre Pompidou-Metz le dedicó una exposición que, tras ser adaptada por el Musée d’Arts de Nantes, puede contemplarse ahora en el Museu Nacional d’Art de Calatunya: con más de cien obras, se trata de la primera antológica de la artista que se organiza en España.

De Marie-Clémentine a Suzanne Valadon

El 23 de septiembre de 1865 Marie-Clémentine Valadon, hija de Madeleine Valadon y de padre desconocido, nació en Bessines-sur-Gartempe, en la comarca lemosina del Alto Vienne. En los años inmediatamente posteriores su madre, que trabajaba como lavandera, se trasladó a Montmartre y, alrededor de 1870, antes de la Comuna de París, Marie-Clémentine fue enviada a Nantes con su media hermana Marie-Alix. Ya con ocho años realizará sus primeros dibujos, aunque no transcurrirá mucho tiempo hasta que su madre solicite su ayuda para contribuir a la manutención familiar. Marie-Clémentine pasará a emplearse entonces como costurera y como asistente en un mercado y una floristería. Más tarde, habiendo adoptado el nombre de ‘María’, actuará como equilibrista en un circo hasta que una caída le impida continuar, empezando a posar entonces como modelo para pintores de la talla de Puvis de Chavannes, Pierre-Auguste Renoir, Federico Zandomeneghi, Santiago Rusiñol, Théophile Steinlein o Toulouse-Lautrec, de quien precisamente tomará el nombre de ‘Suzanne’ en alusión al pasaje de Susana y los viejos del Libro de Daniel: —‘Tú que posas desnuda para los viejos, deberías llamarte Suzanne’, le habría dicho el artista de Albi.

Aparte de Renoir —de quien más tarde Valadon comentó: ‘posé para él vestida, al sol, sobre la hierba, con la cabeza descubierta o con un sombrero muy floreado. Desnuda también. Fue un período vibrante’—, cabe destacar la figura de Puvis de Chavannes como el primer pintor de prestigio para el que Suzanne trabajó. Ambos se conocieron a comienzos de la década de 1880, cuando Valadon habría ofrecido sus servicios en el mercado de modelos de la Plaza Pigalle. En 1883 Valadon posó para él durante la ejecución del Bosque sagrado amado por las Artes y las Musas, proyecto encargado por la ciudad de Lyon para el Petit Palais des Arts de la Ville y que inspiraría a Seurat su famoso lienzo Tarde de domingo en la Grande Jatte, de 1884. Aunque Suzanne Valadon negó cualquier influencia de Chavannes en su obra, sí que le profesó una gran admiración y algunos de los motivos elegidos para sus cuadros traslucen el estilo del gran pintor simbolista: véase su Verano o Adán y Eva de 1909, donde la figura de Adán —en realidad su futuro esposo André Utter, veintiún años más joven que ella— es considerada el primer desnudo masculino de la historia realizado por una mujer. Sea como fuere, Valadon tomaba buena nota tanto de las conversaciones con Chavannes en el estudio o de camino a la plaza Pigalle, como de la práctica pictórica del resto de artistas para los que posaba: ‘La joven no perdía el tiempo. Puesto que no le había sido dado el frecuentar las academias, cogía al vuelo una enseñanza que asimilaba instintivamente’ (Beachboard, 1952).

Modelo, amante, pintora

En 1884 Henri de Toulouse-Lautrec alquiló un estudio cerca del Moulin de la Galette, en el número 7 de la rue Tourlaque, donde también residía Suzanne Valadon. Al buscar Lautrec una nueva modelo, su amigo Zandomeneghi le recomendaría a la pintora. Fue ese el comienzo de una tormentosa relación de casi un lustro, en la que la artista llegaría incluso a fingir suicidarse para conservar a su amante quien, por otra parte, la representa como una mujer alcohólica en su lienzo La bebedora. En cualquier caso, Toulouse-Lautrec animó a Valadon a continuar su obra, dándola a conocer entre sus amistades y entregándole una carta de presentación para Degas.

Con anterioridad, entre 1882 y 1893 Suzanne Valadon había mantenido otra tempestuosa relación sentimental con el ingeniero, cartelista, crítico y promotor cultural,  Miquel Utrillo, a quien había conocido en el Moulin de la Galette o, según las versiones, en Le Chat Noir. Utrillo la retrataría en el cartel publicitario del Théâtre d’Ombres Parisiennes en 1890. Su hijo, el futuro pintor Maurice Utrillo, nació el 26 de diciembre de 1883 —año del que data la primera obra conocida firmada con el nombre de Suzanne Valadon—. Maurice, que no fue reconocido por su padre hasta siete años después, el 27 de enero de 1891, sufriría problemas de alcoholismo a temprana edad y dejaría la escuela antes de ser diagnosticado de esquizofrenia

También hacia 1893 Valadon mantuvo una breve e intensa relación de seis meses con el compositor Erik Satie, que por entonces trabajaba en un estudio contiguo en la rue Cortot y a quien inmortalizó en un retrato que, junto con la obra Muchacha haciendo crochet, constituye uno de los primeros cuadros al óleo de la pintora y demuestra su talento como retratista. Tras romper con Biqui, apodo con el que Satie llamaba a Valadon —su única relación conocida—, el músico compuso Vexations, obra de dieciocho notas ‘para ser tocada 840 veces’.

Degas/ Gauguin

Suzanne Valadon no posó para Edgar Degas, pero el artista impresionista se convirtió en el principal valedor de la pintora, desde que al conocer su obra afirmase: ‘eres una de los nuestros’. Le interesó especialmente su capacidad para el dibujo, marcado por una línea bien definida y trazada con firmeza, simultáneamente ‘dura y flexible’ en palabras del pintor y que al mismo tiempo evidenciaba la fascinación experimentada en la época por el grabado japonés. Por eso no es de extrañar que Degas se la presentara a Paul Durand-Ruel y Ambroise Vollard, convirtiéndose él mismo en coleccionista de su obra: tras adquirir uno de los cinco dibujos expuestos por Valadon en el Salón de la Sociedad Nacional de Bellas Artes de 1894, llegaría a reunir una colección de treinta y una obras de la autora. La amistad de Valadon y Degas, a quien ella llamaba ‘el maestro’, perduró a lo largo de sus vidas.

No obstante, Suzanne Valadon únicamente reconoció en su obra la influencia de Paul Gauguin. Aunque nunca lo trató, la artista habría visitado la muestra organizada en el Café des Arts del señor Volpini dentro del recinto de la Exposición Universal de París de 1889. En el local, además de la orquesta de la ‘Princesse Dolgorouki’, los asistentes podían descubrir los trabajos del ‘grupo impresionista y sintetista’ de Gauguin, Émile Bernard y sus colegas. Aquella exhibición se acompañaba, además, de una serie de cincografías a modo de catálogo, la denominada Suite Volpini. La característica línea gruesa que perfila las figuras y objetos de los lienzos de Valadon, así como el intenso cromatismo de sus superficies, evocarían sin duda ese estilo cloisonné de grandes planos de colores bien delimitados por contornos negros que identificaba, por aquel entonces, la pintura de Gauguin y sus seguidores. Asimismo, aunque en ocasiones las creaciones de Valadon evoquen el espíritu simbolista y primigenio de algunas de las de Paul Gauguin —o también de Puvis de Chavannes—, la artista terminaría decantándose por un repertorio de asuntos plenamente modernos en el que a menudo la mujer y la complicidad femenina juegan un papel protagonista.

Reconocimiento artístico

Aquel trabajo como modelo, aquellas turbulentas relaciones, forjaron la personalidad artística de una mujer que llegaría a equiparar su producción a la de sus colegas pintores. Un logro determinado en parte por su fuerte temperamento y la defensa de sus convicciones, tal y como ella misma referiría al crítico y literato Francis Carco poco antes de su muerte en 1938: ‘Mi trabajo está terminado y la única satisfacción que me da es no haber traicionado ni abdicado nunca de todo aquello en lo que creía. Quizás algún día verás si alguien se toma la molestia de hacerme justicia’. Un deseo que ya expresaba en 1922 el también crítico y escritor francés, André Salmon, al asegurar que: ‘Valadon, que fue instruida por Degas, iluminada por Gauguin y es madre de Utrillo, busca la perfección en Cézanne, continuando su ardiente carrera. ¡Que la gloria, finalmente, recompense su inestimable esfuerzo!’.

Y así fue en cierto modo. No pasaría mucho tiempo hasta que, ya en vida, comenzara a reconocerse la calidad de la pintura de Valadon, una de las primeras mujeres admitidas en el Salón de la Sociedad Nacional de Bellas Artes y que expuso regularmente en la galería de Berthe Weill, en el Salón de los Independientes y en el Salón de Otoño, del que pasó a formar parte en 1924. Aquel mismo año firmó un contrato con la Galerie Bernheim-Jeune y el estado adquirió La habitación azul (1923), donde Valadon transgrede la tradición orientalista representando a una ‘odalisca’ moderna, que fuma, viste y reposa cómodamente junto a unos libros. Finalmente, en 1933, Valadon se unió a la Sociedad de Mujeres artistas modernas y el 7 de abril de 1938, tras fallecer de un accidente cerebrovascular, legaba a la posteridad una obra de cerca de 500 lienzos y 300 obras sobre papel. 

Alrededor de un siglo después de su muerte y casi sesenta años después de la primera retrospectiva celebrada en el Musée national d’art moderne, esta exposición pretende proporcionar una nueva lectura de la obra de Suzanne Valadon al margen del ‘trío infernal de pintores’ que, según Chiara Parisi —comisaria del Centre Pompidou-Metz—, ha venido determinando constantemente la interpretación de la obra de la artista. Además, aparte de distinguir la aportación de Valadon de la de su hijo Maurice Utrillo y de la de su marido André Utter, se ha intentado conferir a ‘la terrible María’ el merecido protagonismo que, debido a sus comienzos como modelo y a su independencia artística —que impide adscribirla a una tendencia pictórica determinada—, le ha sido reiteradamente negado por parte de la historiografía moderna.

Bibliografía

Dictionary of Artists’ Models, Fitzroy Dearborn, 2013
Gerstle Mack, Toulouse-Lautrec, Plunkett Lake Press, 2019
Robert Beachboard, La trinité maudite: Valadon, Utter, Utrillo, 1952
Valeska Doll, Suzanne Valadon (1865 – 1938). Identitätskonstruktion…, Utz, 2001
Degas, Galeries nationales du Grand Palais, París, 9 février-16 mai 1988
Paul Gauguin vers la modernité, The Cleveland Museum of Art, Van Gogh Museum, Ámsterdam, 2009-2010

Suzanne Valadon: una epopeya moderna
Del 19 de abril al 1 de septiembre de 2024
Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona
Más información en: www.museunacional.cat