Tronco arrastrado por el mar, Crescent Beach, 1937.

Organizada con el apoyo del Center for Creative Photography de la Universidad de ArizonaTucson, la Fundación Mapfre presenta en Barcelona y Madrid, Edward Weston. La materia de las formas, una muestra que, simultáneamente, forma parte de la sección oficial del Festival PHotoESPAÑA 2025. Y es que la trayectoria de más cinco décadas del fotógrafo estadounidense lo convierte en uno de los artistas más destacados del panorama fotográfico de la primera mitad del siglo XX, no solo por su dilatada carrera, su imaginario y evolución, sino también por su contribución al debate técnico, estético y perceptivo acerca de la fotografía como medio artístico independiente. De hecho, en palabras de Sérgio Mah, comisario de la exposición, ‘esta selección de obras pretende ir mucho más allá del periodo en el que Weston realizó la mayoría de las imágenes que le valieron un amplio reconocimiento crítico e institucional. En efecto, una aproximación más completa y heterogénea a su obra permite que se convoquen otros estratos de valoración estética, ampliando la comprensión de la profundidad y las articulaciones que Weston desarrolló en los diversos campos que exploró’. Igualmente, la muestra permite confrontar en paralelo el desarrollo del arte fotográfico en Estados Unidos y Europa, donde desde 1900 las vanguardias determinan el devenir de la modernidad creativa. Así pues, hasta enero de 2026 el público español, primero en el centro KBr de Barcelona y después en la sala Recoletos de Madrid, podrá admirar las cerca de doscientas fotografías y numerosa documentación que conforman esta gran antológica consagrada a quien más contribuyera, junto con Alfred Stieglitz o Paul Strand, al inicial reconocimiento de la Fotografía como Arte.

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Comienzos

Nacido en Illinois, Edward Weston (1886-1958) empieza a tomar sus primeras fotografías con la Kodak Bullseye n.º II que su padre le regala a los dieciséis años hasta que, poco después, en 1906 se traslada a California y publica su primera instantánea. Unos dos años después vuelve temporalmente a Chicago para estudiar fotografía comercial en el Illinois College of Photography y, de vuelta en Los Ángeles, trabaja para el Mojonier Studio realizando retratos comerciales. En este primer momento sus creaciones traslucen la influencia del pictorialismo, aunque pronto revelarán su capacidad para emancipar el medio de la influencia de la pintura, adoptando un lenguaje claro, riguroso, sobrio y sencillo, cuya originalidad estriba, según Mah, en ‘el modo en que fue capaz de replantear y articular la extraordinaria capacidad realista y objetiva de la fotografía con su potencial estético, poético y fenomenológico, contribuyendo a ampliar el horizonte de la experiencia subjetiva de la imagen’. No obstante, durante la primera década del siglo XX las vistas impresionistas de luminosidad suave o levemente desenfocadas, el claroscuro y la plástica del entorno, así como la pose y la escenificación en el retrato, jugarán todavía un papel predominante en su producción. En 1911 inaugura su estudio en Tropico, adonde se había trasladado con Flora Chandler, quien sería su mujer y madre de sus cuatro hijos. A partir de entonces Weston concurrirá a distintos salones dentro y fuera de los Estados Unidos, obteniendo diferentes galardones que le valen un reconocimiento cada vez mayor, hasta llegar a participar en la fundación del club The Camera Pictorialists of Los Angeles. Es entonces cuando sus trabajos exploran las cualidades expresivas de la luz y la angulación por primera vez.

México

El estilo de Edward Weston va a experimentar una transformación fundamental durante sus dos estancias en Ciudad de México. Allí se instala con su hijo Chandler y la fotógrafa Tina Modotti en 1923, abriendo su propio estudio y entrando en contacto con otros artistas como Frida Kahlo, Diego Rivera o Rafael Sala. Tanto en su primera etapa mexicana de entre 1923 y 1924, como en la segunda de entre 1925 y 1926, los asuntos que trata en sus fotografías se diversifican, no solo en lo referente a los espacios reproducidos, sino también a las personas y los objetos, muchas veces extraídos de su marco de referencia cotidiano y, por lo tanto, sometidos a un proceso de extrañamiento del que emergen nuevas lecturas de la realidad circundante, convirtiendo lo anodino en algo excepcional. Asimismo, este enriquecimiento interpretativo de un repertorio visual cada vez más extenso se acompaña de la desaparición de cualquier resabio pictorialista, que ahora deja paso a una composición clara, nítida y técnicamente cuidada. Porque Weston comprende que la toma fotográfica ha de basarse en la decisión del artista que contempla el entorno, selecciona el motivo que instintivamente llama su atención y lo retrata según las posibilidades que ofrece su equipo, siendo consciente de que únicamente la eliminación de lo anecdótico volverá más intensa la percepción inmediata y atemporal del asunto elegido. Un ejemplo significativo a este respecto es la imagen titulada Excusado, de 1925, en la que Weston toma como fuente de inspiración un inodoro. Tal y como él mismo explica:

He estado fotografiando nuestro excusado, ese brillante receptáculo esmaltado de extraordinaria belleza. Podría sospecharse que tengo una actitud cínica para abordar semejante tema […]. Pero ¡no! Mi entusiasmo era una respuesta estética absoluta a la forma. Durante mucho tiempo he considerado la posibilidad de fotografiar este útil y elegante accesorio de la vida higiénica moderna, pero hasta que no contemplé su imagen en el vidrio esmerilado de mi visor no me di cuenta de las posibilidades que tenía ante mí. Me entusiasmó. Ahí estaban todas las sensuales curvas de la ‘divina forma humana’, pero sin sus imperfecciones.

Prueba de ello son, además, los bodegones y desnudos que Weston realiza a partir de 1927, año en que parte de sus diarios —o daybooks en sus propias palabras— se publican en la revista Creative Art: escritos durante veinte años, desde 1923 a 1943, estos textos constituyen una fuente primordial acerca del método y concepción estética de la fotografía en Edward Weston. 

Detalle y abstracción

Durante los años treinta puede apreciarse de forma cada vez más evidente el interés de Weston por el detalle. Al detenerse en un elemento concreto, el fotógrafo aproxima la mirada del espectador hacia ciertas realidades particulares que fragmenta, aísla y descontextualiza, alterando la relación natural entre dimensión y formato o intensificando su bidimensionalidad mediante la eliminación de toda profundidad y perspectiva, véanse sus fotografías de verduras, plantas, troncos, conchas y rocas sobre fondo negro. Este es el caso de la famosa Pimiento núm. 30, imagen tomada en agosto de 1930 y de la que el mismo Weston afirmará:

es un clásico, plenamente satisfactorio, un pimiento, pero más que un pimiento; abstracto, en el sentido de que existe completamente al margen del tema. No tiene atributos psicológicos, no despierta emociones humanas: este nuevo pimiento lo lleva a uno más allá del mundo que conocemos en la mente consciente.

De estas palabras se desprende la noción de fotografía abstracta para Weston, cuyas imágenes —‘todas abstraídas de la naturaleza’— pretenden proyectar una nueva visión de un componente de la realidad que ya no pertenece a esa realidad, un componente que, a través del encuadre y la supresión de cualquier factor descriptivo y emocional, escapa a nuestro mundo sensible. Una abstracción que, más allá del alejamiento y oposición, se fundamenta en la complementariedad con lo figurativo, originando una sensación de extrañamiento a partir de la experimentación técnica del medio fotográfico. Y es que:

Una idea, tan abstracta como podría concebirla un escultor o un pintor, puede expresarse mediante el registro ‘objetivo’ de la cámara, porque la naturaleza tiene todo lo que el artista es capaz de imaginar; y la cámara, controlada por la inteligencia, va más allá de la estadística.

Dunas, nubes y oleaje

En 1929 Edward Weston instala un nuevo estudio fotográfico en la localidad californiana de Carmel, en un momento en que el paisaje empieza a adquirir un importante protagonismo en su obra. Estas fotografías presentan vastos páramos desérticos y deshabitados, sublimes parajes naturales donde solo la línea del horizonte define estructuralmente la composición de unas imágenes panorámicas que inmortalizan, diríase heroicamente, fenómenos atmosféricos, lumínicos y meteorológicos, centrando siempre su atención en la inmensidad de la naturaleza y en su capacidad transformadora del entorno. De esta suerte, Palm Springs, Oceano, el Valle de la Muerte, Yosemite, el desierto de Mojave y Point Lobo en California, aparte de otros lugares de Nuevo México y Arizona, atraen recurrentemente hacia sí el objetivo de la cámara de Weston, quien muy a propósito confesaba:

Me siguen interesando los dibujos de la arena y la tierra, pero la lluvia me impide trabajar. Estos dibujos son escurridizos: los forma la tierra arrastrada por el agua sobre la arena y cambian continuamente; no tiene sentido salir a buscarlos a menos que lleve mi cámara: habrán cambiado para cuando pueda regresar.

Hojas de hierba

Tras habérsele concedido en 1937 la primera beca Guggenheim otorgada a un fotógrafo, en 1941 Edward Weston recibe el encargo de ilustrar el poemario de Walt WhitmanHojas de hierba, para cuya ejecución recorrerá durante nueve meses los Estados Unidos de América hasta que se produzca el ataque de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Del repertorio que Weston concibe para la nueva edición del Limited Editions Club cabe reseñar las fotografías de los cementerios de Luisiana y Georgia, sin olvidar otras imágenes de destrucción que realiza por aquellos años, presentando edificios abandonados y en ruinas o vehículos destrozados y calcinados, como en Crescent Beach, Costa Norte, de 1939. Aunque el interés por la forma compositiva y la realización técnica se mantienen constantes, sí que se aprecia un cambio de actitud en la elección de los temas, así como en su planteamiento estético, que trasluce la melancolía que experimenta el autor frente a la conciencia de la muerte, su sensación de soledad y desilusión o la denuncia y crítica social que Weston eleva ante la trágica realidad del momento.

Durante sus últimos años de vida, cuando el párkinson impidió a Edward Weston continuar realizando fotografías —la última, Eroded Rocks. South Shore. Point Lobos fue tomada en 1948—, se sucedieron los reconocimientos al conjunto de su obra, con retrospectivas en el MoMA de Nueva York, en el Musée d’Art Moderne de París y en la Smithsonian Institution de Washington. Sin embargo, Weston no llegó a abandonar totalmente el arte fotográfico, al poder contar con la ayuda de sus hijos Brett y Cole para revelar los negativos de sus obras. Siguió dedicándose a la gran pasión de su vida en la casa de madera que Neil, otro de sus hijos, había construido en Wildcat Hill, en los alrededores de Point Lobos, uno de los lugares que tanto le inspirara como fotógrafo. Precisamente allí, en la actual Weston Beach, en aquel espacio donde Edward pudo captar la belleza salvaje de la naturaleza suspendida en el tiempo, fueron esparcidas las cenizas de quien podría considerarse el fotógrafo de la existencia, ya que en sus propias palabras: 

Nubes, torsos, conchas, pimientos, árboles, rocas, chimeneas, no son sino partes interdependientes e interrelacionadas de un todo, que es la Vida. Los ritmos vitales que se perciben en cualquier parte se convierten en símbolos del todo. La fuerza creativa del ser humano reconoce y registra estos ritmos con el medio más adecuado para él, para el objeto o para el momento, percibiendo la causa, la vida que hay dentro de la forma externa.

Edward Weston. La materia de las formas
Desde el 12 de junio hasta el 31 de agosto de 2025
KBr Fundación Mapfre, Barcelona
Desde el 18 de septiembre de 2025 hasta el 18 de enero de 2026
Fundación Mapfre Recoletos, Madrid
Más información en: www.kbr.fundacionmapfre.org

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