Baile en máscara, 1767. Museo Nacional del Prado.
Hasta el próximo 21 de agosto el Museo del Prado acoge la primera exposición que la pinacoteca madrileña dedica a Luis Paret y Alcázar (1746-1799), quien posiblemente fuera –en palabras del presidente del Real Patronato, Javier Solana–, “el artista español del siglo XVIII que más merecía una exposición de gran envergadura como la que ahora se inaugura”. La muestra, dividida en nueve secciones organizadas temática y cronológicamente, recorre toda la carrera del artista a través de más de 80 obras que, además de abarcar casi toda su producción pictórica, incluyen una selección escogida de los dibujos de quien ha sido conocido como ‘el Watteau español’ –aunque en Paret la tradición del rococó francés se asocie indiscutiblemente a la asunción de los por aquel entonces renovadores principios del arte neoclásico–.
Paret versus Goya
Se trata, pues, de una exposición excepcional, organizada con el apoyo de la Fundación AXA y comisariada por Gudrun Maurer, conservadora de Pintura del siglo XVIII y Goya del Museo Nacional del Prado. Precisamente, el planteamiento de la muestra comienza incidiendo en la comparación de los orígenes de Paret con los de Francisco de Goya (1746-1828), partiendo de sus primeros años de carrera cuando ambos fueron reconocidos en concursos organizados por Academias de Bellas Artes –la de San Fernando en el caso de Paret y la de Parma en el de Goya–. Resulta además curioso que los dos pintores fueran premiados por sendas obras cuya temática coincide en la representación del legendario personaje de Aníbal: mientras Paret –influido por el arte italiano en general y por Miguel Ángel en particular– hacía alarde de la excelencia en el tratamiento anatómico y de la maestría en el solemne desarrollo de la acción de su Aníbal en el templo de Hércules en Cádiz (1766), el Aníbal vencedor que por primera vez mira Italia desde los Alpes (1771) revelaba la capacidad expresiva y resolutiva de un Goya que, tanto en sus valores cromáticos como en el conocimiento de la estatuaria clásica, seguía los pasos de Corrado Giaquinto (1703-1766). Pero las coincidencias entre ambos pintores continuarían a lo largo de sus vidas: los dos artistas recibirían el mismo nombramiento como académicos de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en abril de 1780.
Pintor de la vida contemporánea
A continuación, otro de los aspectos fundamentales en los que incide la exposición es la capacidad técnica e imaginativa de Luis Paret quien, dada la modernidad de la gran variedad de motivos, formatos y composiciones que trató en su obra, convirtió sus cuadros en testimonios directos de la moda, las costumbres sociales y la vida en la Corte española del setecientos. A este respecto, entre las obras más relevantes de la muestra del Prado cabe mencionar Baile en máscara (1767), uno de esos lienzos tan característicos que Paret construye a base de diminutas pero muy expresivas y detalladas figuras inmersas en vastos espacios de gran monumentalidad. Aquí el pintor representa uno de los primeros bailes públicos de disfraces que, celebrado en el Teatro del Príncipe, fue permitido en Madrid. Otros de los lienzos expuestos aluden a galanteos amorosos, como Escena de tocador (ca. 1772/1773), al tipismo costumbrista, véase Baile popular a la puerta de una taberna (ca. 1770/1775) y a espacios públicos coetáneos como La Puerta del Sol (1773) donde, además de plasmarse la fusión de gentes procedentes de muy diversos estratos sociales en un ambiente lúdico y comercial, es posible reconocer antiguos emblemas urbanos de aquel Madrid que progresivamente desaparecería durante el siglo XIX: véanse la iglesia de Nuestra Señora del Buen Suceso, la torre del convento de Mínimos de la Victoria y la fuente de la Mariblanca.
Años de formación y estancia en la Corte
Luis Paret nació en Madrid el 11 de febrero de 1746 –el mismo año que Goya– y comenzó su formación artística con Agustín Duflos, quién fuera joyero del Rey. A los 11 años fue admitido en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en un momento en el que, coincidiendo con el inicio del reinado de Carlos III en 1759 y la llegada a la corte de Anton Raphael Mengs, el neoclasicismo se imponía como corriente artística dominante.
Durante los años siguientes se produjo un acercamiento del pintor al círculo del hermano menor del rey, el Infante Don Luis, quién en 1763 le financiará una estancia de tres años en Roma. Esta experiencia dejaría una profunda huella en Paret, tal y como en la muestra revelan obras del tipo de la aguada de tinta de hollín y albayalde titulada Trofeo militar romano (ca. 1770), en la que se aprecia el influjo de las estampas y las esculturas de la Antigüedad que el artista pudo contemplar en Italia. Ya de regreso, Paret llevó a cabo uno de los óleos que hoy nos resultan más representativos e icónicos del reinado del monarca ilustrado: así, en Carlos III comiendo ante su corte (ca. 1771-72), Paret no solo describe esta costumbre tan particular de los monarcas españoles, sino que también retrata a algunos de los personajes más relevantes del panorama político del momento, como el cardenal Ventura Fernández de Córdoba, gran canciller de la orden de Carlos III, el primer ministro, Jerónimo Grimaldi, y su adversario, el Conde de Aranda. En este sentido, a pesar del escaso peso de la retratística en la carrera de Paret, la exposición del Prado no olvida este género y exhibe los cuatro autorretratos del artista y otros tres retratos de su esposa e hijas, claros ejemplos de introspección, delicadeza y finura.
Finalmente, en 1774 Luis Paret se convertirá en Pintor de Cámara del Infante Don Luis, realizando para él una serie de pinturas y dibujos entre los que descuellan las representaciones de aves y otros animales del Gabinete de historia natural del hermano del rey. Este gabinete, que primero se había instalado en el Palacio Real de Madrid para ser luego trasladado a la residencia del infante en Boadilla del Monte, reunía muestras minerales y vegetales, así como variados ejemplares disecados de aves, insectos o cuadrúpedos e, incluso, animales vivos. Justamente, don Luis poseía la única cebra constatada en España, la cual, tal y como se indica desde el museo, “una vez muerta, fue disecada e incluida dentro de su gabinete”. En su aguada, “Paret recrea con verismo el pelaje y la morfología del animal, así como las atenciones que recibía, ejemplificadas en la manta de lana leonesa o en el cepillo y el cubo para su aseo”. Las obras de esta serie muestran una composición similar con un marco realzado por un filete dorado que, al ser a veces desbordado por el animal –representado con precisión y detalle–, genera una sensación de trampantojo muy habitual en Paret, como sucede en Oropéndola. De igual forma, los ejemplares se ubican en distintos ambientes, como el paisaje con arquitecturas clasicistas de Cola-roja collarada.
Del destierro en Puerto Rico y Bilbao al reconocimiento académico
No obstante, un año después de su designación como Pintor de Cámara de Don Luis, Paret será desterrado a Puerto Rico por el supuesto encubrimiento de los amoríos del infante. Gracias a las gestiones que su esposa lleva a cabo desde Madrid, Carlos III le permite volver a España con la condición de que se mantenga alejado de la Corte, por lo que en 1778 el artista termina instalándose con su familia en Bilbao. Dos años después, el cuadro Circunspección de Diógenes le vale el nombramiento de académico de mérito de la Real Academia de San Fernando, lo que a su vez le posibilitará recibir importantes encargos públicos y particulares, entre ellos varios de carácter religioso de gran trascendencia en su trayectoria, como Mater dolorosa (ca. 1780), La invención de la Santa Cruz (1781), El martirio de Santa Lucía (1784), Monumento de Semana Santa (1780) o Traza de un altar mayor para la iglesia de Santiago en Bilbao (1786).
En 1785, cuando lleva a cabo la decoración de la capilla de San Juan del Ramo en la iglesia de Santa María de la Asunción en Viana de Navarra, fallece el Infante Don Luis, desapareciendo así la prohibición de regresar a la Corte. Un año después el propio rey le encarga dos vistas de puertos del Cantábrico anuales –seguramente a fin de culminar el proyecto destinado a dar a conocer los enclaves portuarios más relevantes de España que en 1781 le había sido encomendado a Mariano Sánchez–. Paret, que ya antes había llevado a cabo varias vistas vizcaínas–algunas de las cuales había enviado al Príncipe de Asturias, el futuro Carlos IV–, recupera ahora los ingresos que recibía como pintor del infante, suspendidos a la muerte de este último.
Sin embargo durante esos años el pintor continúa trabajando en el norte de España y entre 1787 y 1788 entrega unos diseños para fuentes de Pamplona y concluye los trabajos de la citada capilla de Viana, donde se aprecia nuevamente el influjo de Miguel Ángel, además del de Tiepolo. Es entonces cuando se inicia el reinado de Carlos IV, quien le encarga un lienzo sobre la jura de don Fernando como Príncipe de Asturias, celebrada en septiembre de 1789 en la iglesia de San Jerónimo. Paret terminó el cuadro dos años después y en 1792 se estableció definitivamente en Madrid, al ser designado vicesecretario de la Academia de San Fernando y secretario de su Comisión de Arquitectura. Poco más tarde, en 1799, Luis Paret fallecería de tuberculosis a los 53 años de edad.
En resumidas cuentas y a pesar de que su mérito artístico ha permanecido durante mucho tiempo eclipsado por el nombre de Francisco de Goya, es posible afirmar que Luis Paret sorprendió incluso antes que él con sus vivaces escenas de temas actuales e innovadores. Y es que, tal y como señalan fuentes del Museo del Prado, en dichas escenas Paret “reflejó de manera sutil la vida de una sociedad que avanzaba lentamente hacia la modernidad”.
Paret
Del 24 de mayo al 21 de agosto de 2022
Museo Nacional del Prado
Más información en: www.museodelprado.es