Mediodía en la playa de Valencia. Valencia, verano de 1904.

Como broche de oro a la conmemoración del centenario de la muerte de Joaquín Sorolla (1863-1923), la Galería de las Colecciones Reales presenta Sorolla, cien años de modernidad, una exposición organizada por Patrimonio Nacional y Light Art Exhibitions, en colaboración con la Fundación Museo Sorolla y el Museo Sorolla —cuyo cierre por rehabilitación ha motivado el traslado de algunas de sus telas más preciadas a esta muestra—. Así, a través de cinco secciones —Rumbo al éxitoEl mar, siempre nuevoSentir el retratoVisión de España; y Del paisaje al jardín—, se disponen ante el espectador setenta y siete obras, algunas de ellas nunca o en raras ocasiones contempladas en España: es el caso, por ejemplo, de Boulevard de París, un lienzo de 1890 hasta hace poco dado por desaparecido y que el propio artista —a quien descubrimos retratado en la terraza del café—, describió como ‘ya francamente naturalista y al cual procuré llevar la sensación de vida que yo veía’. De hecho, este cuadro es considerado la única composición de grandes dimensiones donde Sorolla reproduce la vida moderna parisina. En general, la exposición brinda una panorámica de la producción de este artista viajero y cosmopolita, subrayando el carácter actual de sus creaciones un siglo después de su fallecimiento. A continuación se analizan los distintos bloques temáticos del itinerario expositivo recuperando la información publicada por En Perspectiva con motivo de anteriores muestras del centenario Sorolla

Rumbo al éxito

Cabe recordar que Joaquín Sorolla Bastida nació en Valencia el 27 de febrero de 1863. La epidemia de cólera que asolaría la ciudad dos años después le dejó huérfano, siendo entonces acogido junto a su hermana Concha por sus tíos maternos, Isabel Bastida Prat y José Piqueres. Los dos hermanos cursaron sus estudios en la Escuela Normal de Valencia y en el Instituto de Segunda Enseñanza, donde Sorolla pronto destacó como dibujante. Por aquellos años el futuro artista ayudaría a su tío, cerrajero de profesión, compaginando su trabajo con clases nocturnas en las Escuelas de Artesanos. En 1878, el joven ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, donde su maestro Gonzalo Salvá Simbor le iniciaría en las prácticas plenairistas promovidas por la Escuela de Barbizon. Algo más tarde, el lienzo El grito del palleter —o El palleter dando el grito de independencia—, presentado al examen final del concurso organizado por la Diputación de Valencia para conceder la pensión de Roma en 1884, posibilitará que Joaquín Sorolla continúe su formación en Italia. Además de Florencia, Asís, Pisa, Venecia o Nápoles, el pintor también viajó a París, ciudad que visitaría hasta en diecinueve ocasiones a lo largo de toda su carrera. Todos estos desplazamientos, además de las variadas influencias que Sorolla pudo conocer gracias a ellos, contribuyeron a la definición de una estética muy personal, caracterizada por la libertad de la pincelada y el vivo cromatismo. Aplicados en formatos de reducidas dimensiones —en sintonía con la producción de Ignacio Pinazo—, estos rasgos estilísticos favorecieron la captación del incesante dinamismo de la vida y la espontaneidad de sus cambios lumínicos. No obstante, a fin de ganarse una reputación basada en la acumulación de recompensas, el artista también sería muy consciente de la importancia de participar con grandes lienzos en los salones y concursos oficiales de aquel periodo. Por esa razón, no deben olvidarse ni La vuelta de la pesca —primer gran triunfo internacional que valió a Sorolla tanto una medalla de oro en el Salón de París de 1895 como la adquisición de la obra por el Estado francés para el Musée du Luxembourg, ni Triste herencia Grand Prix en la Exposición Universal de París de 1900 y medalla de honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1901.

El mar, siempre nuevo (Mediterráneo)

Aunque a partir de 1889 Sorolla fija su residencia en Madrid, son numerosas las ocasiones en que el artista regresa a Valencia para pintar al aire libre en la playa de la Malvarrosa, costumbre que mantendría a lo largo de toda su vida. Por ejemplo, durante el verano de 1908 Sorolla ejecutó algunas de sus mejores obras en dicho lugar, ‘su principal taller en el exterior’. Se trata principalmente de representaciones de niños y jóvenes a la orilla del Mediterráneo que, destinadas a una exposición en Nueva York, evidencian la pincelada nerviosa, el trazo amplio, la luminosidad y el colorido azulado típicos de Sorolla, quien siempre pretendió fusionar forma y luz en su pintura al aire libre. Sorolla, elegido académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1914, encontró en la costa valenciana el espacio ideal para poder plasmar las variaciones lumínicas y los efectos atmosféricos que tanto le interesaron. Otras localidades como Lloret de Mar o Mallorca —donde Sorolla pintó por última vez el Mediterráneo en su serie de La Cala de San Vicente (1919)— determinarían asimismo parte de su carrera artística. 

Tampoco debe pasarse por alto Jávea, a donde Sorolla llega en el otoño de 1896, probablemente con la intención de realizar los estudios que le permitieran llevar a cabo unos paneles relacionados con el cultivo de la vid y la producción del vino, encargo del viticultor, industrial, diplomático y político chileno Rafael Errázuriz. Aunque Sorolla había representado multitud de escenas marítimas en las playas de su Valencia natal, en Jávea descubrió una costa montañosa, en palabras del autor, ‘sublime, inmensa, lo mejor que conozco para pintar’. Dominado por el macizo del Montgó, el cabo de San Antonio y los imponentes acantilados del cabo de la Nao, este paisaje abrupto de barrancos, calas e islotes, caracterizado por el azul del mar y los verdes de la vegetación local, marcaría la producción pictórica de Sorolla durante sus cuatro estancias de 1896, 1898, 1900 y 1905.

El mar, siempre nuevo (Cantábrico)

Joaquín Sorolla conoce San Sebastián en 1889, cuando viaja de camino a París. En aquella época la cultura del veraneo había puesto de moda las playas del norte, particularmente la de Donostia, elegida como lugar de descanso por la Reina Regente María Cristina de Habsburgo desde 1887. Atraídas por la presencia de la corte, numerosas familias de la alta sociedad española se establecieron igualmente en la localidad para disfrutar del reposo estival. La ciudad adaptó sus infraestructuras para recibir a esta clientela y así, en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, inauguró todo tipo de instalaciones para su comodidad y entretenimiento. Las temperaturas moderadas de la costa cantábrica propiciaban la llegada del turismo elegante y la particularidad de sus condiciones climáticas atrajeron el interés de Sorolla, que alternaría sus estancias en Valencia con las de Asturias y el País Vasco —residiendo, además de en San Sebastián, en Zarauz, Guetaria y Biarritz—. 

A partir de 1911 la familia de Sorolla pasó varios periodos estivales en la capital guipuzcoana, que por entonces alcanzaba su máxima popularidad. Aquel año, el artista firmaría el contrato con la Hispanic Society of America para la realización de los murales de la Visión de España y sus estancias se vieron en buena medida condicionadas por los trabajos preparatorios, lo que supondría una menor dedicación a la pintura de escenas de playa. La riqueza de las condiciones paisajísticas y atmosféricas de la región atlántica proporcionaba al pintor levantino una fuente de inspiración similar a la de los pintores impresionistas en la costa francesa. La paleta de Sorolla se tornó, pues, más fría y pálida, acorde a la luminosidad cantábrica y próxima a la de Eugène Boudin o Claude Monet, así como a la de sus amigos nórdicos Anders Zorn y Peder Severin Krøyer. 

Sentir el retrato

En 1878, con tan solo 15 años de edad, Joaquín Sorolla ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos. Fue entonces cuando, entre cuadros de género, pinturas orientalistas, naturalezas muertas y vistas urbanas, el joven pintor realizó el Bodegón que le asociaría a su primer mecenas y futuro suegro, el fotógrafo Antonio García Peris. Gracias a él, Sorolla se familiarizó con la captación atenta del natural, un aspecto que se mantendría siempre presente en su pintura y que lo convertiría en uno de los grandes retratistas de referencia internacional ya desde la primera década del siglo XX. 

También en aquella época Sorolla comenzó a viajar a Madrid, donde participaría en la Exposición Nacional de 1881 y donde copiaría las obras de los grandes nombres de la tradición pictórica española que atesora el Museo del Prado, entre ellos Ribera y, especialmente, Velázquez. La profunda huella del realismo barroco español podrá observarse a lo largo de toda su carrera y, en particular, en la ejecución de sus retratos. En efecto, su contribución a la retratística revela una clara inspiración en estos maestros antiguos, una influencia que se trasluce en la captación de los rasgos fisionómicos e intelectuales del modelo. 

Curiosamente, Joaquín Sorolla tomó parte en la sección que la Exposición Regional de 1883 dedicó a los artistas valencianos. Entre los cuadros que el pintor presentó, Monja en oración le valió su primera medalla de oro —a pesar de que en palabras del primer biógrafo del artista, Rafael Doménech, ‘no tiene nada de Sorolla’—. Sea como fuere, en ella se aprecia el influjo del maestro Francisco Domingo, del que dirá el propio Sorolla en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando: ‘Domingo fue el faro que iluminó la juventud de mi tiempo no solo en Valencia, sino en toda España. Reunía todas las cualidades del artista soñado’. Particularmente, en la citada Monja en Oración se hace ostensible la impronta de la Santa Clara en éxtasis del citado Domingo, un lienzo que a su vez remite a Velázquez y a la pintura hispana del siglo XVII. 

Es durante esa primera etapa valenciana cuando Sorolla comienza a retratar a las personas de su entorno, en su mayoría amigos y familiares como su hermana Concha. Así, aunque en la actualidad se desconoce la identidad de muchos de estos retratados, es de suponer que, en general, se trataría de allegados del pintor, también compañeros de estudios. Sorolla daba entonces sus primeros pasos en el arte de la retratística, del que se convertiría en uno de los principales representantes hispanos junto con Vicente López o Federico y Raimundo de Madrazo, pintores que cultivaron a fondo un género que gozó de una demanda cada vez mayor entre la ascendente clase burguesa. Como se recordaba desde el Museo del Prado con motivo de la exposición que se dedicara a Sorolla en primavera de 2023,‘la facilidad para la captación del natural en un instante, en el que el retratado se hace presente con una intensa sensación de realidad, es característica de todas estas obras. En ello Sorolla no solo era fiel a su visión naturalista sino también a la profunda percepción de lo individual propia de la gran tradición pictórica española’. Entre sus retratos se encuentran los de destacados personajes de la cultura de su tiempo, muchos de ellos vinculados con la Institución Libre de Enseñanza, con los que Sorolla entablaría una gran amistad. En algunos de estos cuadros, como en el que inmortaliza a Jacinto Felipe Picón y Pardillas, hijo del escritor y crítico Jacinto Octavio Picón y Bouchet, el pintor se sirve de un formato horizontal que se volverá recurrente y que le permitirá ofrecer encuadres novedosos, dando un movimiento especial a las figuras retratadas, que a menudo presentan un cierto grado de inclinación hacia uno de los lados.

Visión de España y Del paisaje al jardín

Durante el proceso de ejecución de los catorce paneles de la serie Visión de España (1912-1919) —encargo de Archer M. Huntington para la biblioteca de la Hispanic Society of America—, Joaquín Sorolla va a centrar especialmente su atención en la reproducción de los recintos históricos de ciudades monumentales como Ávila, Toledo o Granada. Su atractivo pictórico coincide en el tiempo con el progresivo incremento del interés historiográfico por los vestigios del pasado y, en consecuencia, con un incipiente desarrollo del turismo cultural. Son las obras de Sorolla piezas de factura libre y espontánea a las que, sin embargo, la sensación de calma y silencio confieren un aire atemporal y ensoñador. De este modo, en línea con los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, las vistas panorámicas del pintor valenciano sintetizan armónicamente la esencia nacional a través de su historia y su naturaleza, aunando tanto las representaciones de monumentos como las de la España rural, con sus imponentes paisajes, sus zonas agrarias pobres y solitarias, y sus apartados rincones de vegetación exuberante en los alrededores de la Sierra de Guadarrama, en Aragón o Navarra; en definitiva, la España rural de la intrahistoriamuda, imperturbable y sobrecogedoramente imbuida de un profundo sentimiento intimista.

Por otra parte, en cuanto espacio indispensable para el cultivo de su afición por la pintura al aire libre, el jardín se convierte en uno de los grandes protagonistas de la obra de Joaquín Sorolla desde que entre 1907 y 1908 visitara La Granja de San Ildefonsolos Reales Alcázares de Sevilla y el Generalife de Granada. Estos magistrales ejemplos nacidos del prolífico diálogo establecido entre naturaleza, arquitectura y urbanismo, inspirarán al artista telas de gran delicadeza y sensibilidad, al mismo tiempo que motivarán el diseño de los tres jardines de su vivienda madrileña. No debe olvidarse que en 1905 Sorolla compró un solar en la actual calle de Martínez Campos (entonces Paseo del Obelisco) donde, a partir de 1909 y según el proyecto de Enrique María Repullés, comenzó a edificarse la residencia clasicista que hoy alberga su museo. Tomando como referencia el jardín italiano y andaluz, particularmente los ejemplos de Sevilla y Granada que tanto le habían impresionado, Sorolla configuró ese microcosmos a medio camino entre lo natural y lo artificial que constituye el jardín privado en cuanto ámbito de aislamiento, introspección y evasión. Azulejos, fuentes, estanques, esculturas y columnas estructuraron aquel lugar de cultivo de muy variadas especies vegetales, ‘el jardín de su casa’ que, según se indicó desde el Museo Sorolla durante la exposición Sorolla, viajar para pintar, ‘se convirtió en el último viaje hacia un retiro interior donde, finalmente, Sorolla dejaría de pintar’.

Sorolla, cien años de modernidad
Desde el 17 de octubre de 2024 hasta el 16 de febrero de 2025
Galería de las Colecciones Reales, Madrid
Más información en: www.galeriadelascoleccionesreales.es

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