
Desnudo tumbado visto desde atrás, 1944.
Frente a la acostumbrada imagen de Henri Matisse (1869-1954) como pintor colorista, la exposición Matisse Metamorfosis. Esculturas y dibujos ofrece la posibilidad de descubrir la maestría del artista en otras áreas de expresión creativa que hasta ahora han pasado casi desapercibidas, como es el caso de la escultura. Por eso, según uno de los comisarios —el actual director del Museo Matisse de Niza, Aymeric Jeudy—, ‘exponer a Matisse como escultor es repensar a Matisse’. De hecho, la nueva muestra acoge más de un tercio de las pocas obras escultóricas de Matisse que a día de hoy han podido ser catalogadas, concretamente treinta y tres de un total de ochenta y cuatro. La exposición ha reunido, además, 23 dibujos y litografías, así como el lienzo de la Kunsthaus Zürich, Hoja de hiedra; todos ellos acompañados de fotografías y documentos de época, sin olvidar dos esculturas de Aristide Maillol. Así, en este conjunto de sesenta y seis piezas de moderna sobriedad cromática se aprecia el interés de Matisse por el estudio de la naturaleza y, en particular, por el de la figura humana y el desnudo, motivos que el autor abordaría de forma reiterada en sus distintas variantes, llegando a adentrarse en el terreno de la abstracción. Son estas poses y motivos, pues, los que han determinado un itinerario expositivo articulado a través de cinco secciones en las que el orden cronológico no se traduce en una progresión continua, sino que, al contrario, evidencia el ‘eterno retorno’ con el que Matisse explora una y otra vez las posibilidades estéticas de la escultura —tal y como patentiza el carboncillo tardío Desnudo tumbado visto desde atrás, de 1944—. Y es que, según confesaría el propio artista a Pierre Courthion en 1941, ‘hice esculturas porque lo que me interesaba de la pintura era poner en orden mi mente. (…) Esto significa que siempre fue una cuestión de organización. Se trataba de ordenar mis sensaciones, de encontrar un método que me conviniera plenamente. Cuando lo encontré en la escultura, lo apliqué a la pintura. (…) Lo hice por mi propia necesidad’.
Figuras agachadas
De las declaraciones de Matisse se desprende que, muy a menudo, la escultura consistió para él en un medio de experimentación formal previo a la representación pictórica. De ahí su interés en el modelado de figuras de pequeño formato con las que estudiar la representación del cuerpo humano. Una representación que, si en un principio estuvo influida por los principales estilos históricos que se han venido sucediendo desde el Antiguo Egipto, la Grecia clásica o el Renacimiento hasta el Neoclasicismo decimonónico, también trasluce el influjo de contemporáneos suyos como Rodin o Maillol. Con este último, por ejemplo, Matisse colaboró durante el proceso de creación de La Méditerranée en 1905 y con él compartiría un mismo interés por la representación de la mujer acurrucada, compárense en la exposición La Nuit (1902-1909) de Maillol y la Venus agachada (1918-1919) de Matisse —a su vez testimonio del interés del pintor por el estudio de Antigüedad grecorromana en el Museo del Louvre—.
No obstante, en lo que al tratamiento de las superficies se refiere, Matisse volvería su mirada hacia la escultura de Rodin, cuya concepción del modelado y la textura influiría igualmente en su producción escultórica. En ella, pues, se hacen ostensibles tanto las huellas de sus útiles de trabajo como las de sus propios dedos, generando interesantes juegos de claroscuro gracias a la rugosidad del acabado de unos contornos que, en su indefinición y fragmentación, hacen desvanecerse la frontera entre representación figurativa y abstracción. Un soplo de modernidad que se vería intensificado por la tensión y el dramatismo generados al replegar el cuerpo humano sobre sí mismo en una posición forzada, casi de arabesco, como la que demuestran los dos bronces de 1908, Pequeño torso acurrucado y Pequeño desnudo acurrucado con un brazo.
Figuras tumbadas
En su constante observación de la figura humana, el desnudo reclinado proporciona a Henri Matisse un motivo íntimamente ligado al estudio sosegado, íntimo y sensual del cuerpo femenino. La suave curvatura de la espalda y la relación entre la materia corpórea y el espacio circundante favorecen la composición longitudinal de formas armónicas y fluidas que, en su mayor o menor estilización, propician una aproximación a la representación abstracta de la esencia y pureza de líneas y volúmenes. No obstante, a pesar de la aparente condición de reposo que acompaña a toda figura tumbada, Matisse es capaz de imprimir con sutileza una cierta sensación dinámica a sus creaciones a través de torsiones, flexiones y ondulaciones, creando sugerentes contrastes entre el movimiento y la cualidad estática de la escultura. A este propósito, cabe recordar que Henri Matisse nunca olvida el carácter tangible de sus obras, ya que, tal y como aseguraba a sus alumnos en 1908: ‘Una escultura debe invitarnos a manejarla como un objeto’.
Por otra parte, las figuras reclinadas de Matisse beben de fuentes clásicas, inspirándose directamente en los dioses, ninfas y héroes que la tradición grecorromana idealizó en sus poses recostadas, como es el caso, por ejemplo, de la Ariadna dormida. A este respecto, véase en la exposición Desnudo recostado con camisa (1906) o, en otra posición más forzada, Desnudo apoyado sobre las manos (1905) —donde Matisse retrata a su mujer Amélie, cuya camisa se desliza acentuando la torsión de su figura—. Esta última obra refleja, además, la trasposición de un mismo motivo a diferentes expresiones plásticas, como evidencia el carboncillo Naturaleza muerta con ramo de anémonas (1935), un bodegón que incluye la citada escultura entre los elementos en él reproducidos. Se entabla así un interesante diálogo entre el estudio y las obras del autor, pasadas y presentes, trastocando la escala de representación del cuerpo humano, que aquí pierde su condición preeminente en el plano gráfico y se convierte en un componente más del conjunto.
Figuras con los brazos levantados
Aunque se trate de un motivo asimismo tratado por Rodin y Maillol, Henri Matisse sabrá aportar su propio toque original a la representación escultórica del cuerpo femenino que alza sus brazos, del que plasma con gran acierto la sensación de intimidad que a menudo implica esa pose. El eje vertical que genera este tipo de obras, unido a la sinuosidad de las formas corporales, propicia una ejecución simultáneamente estilizada y vigorosa en composiciones que de nuevo remiten tanto a la Antigüedad clásica que el artista estudia en el Louvre, como a la iconografía cristiana de la tradición cultural europea, considérense los prototipos de la Andrómeda encadenada o el martirio de San Sebastián, respectivamente. Es el caso de Desnudo de pie, muy arqueado, de 1906, donde además de en la figura de Andrómeda, Matisse se inspira en un desnudo fotográfico publicado el 20 de noviembre de 1906 en la revista para artistas Mes Modèles. Igualmente, otra referencia para Matisse la proporciona la escultura africana, que el autor colecciona desde 1906 y que origina creaciones como La Vida y Desnudo de pie con los brazos sobre la cabeza. Estas dos piezas, de entre 1906 y 1907, remiten a la fotografía de una modelo norteafricana aparecida en la publicación etnográfica L’Humanité féminine y, a su vez, acusan el influjo de la estatuaria africana en rasgos estéticos como la desproporción anatómica o la representación ambigua del sexo. Al igual que numerosos artistas del momento, Matisse vio en el supuesto ‘primitivismo’ del arte africano una importante fuente de renovación estilística cargada de exotismo, erotismo y ‘autenticidad’, de modo que el mal llamado ‘arte primitivo’, sus lugares y sus gentes, condicionarán la interpretación de los temas asociados a la cultura occidental: así sucede con las Venus sobre una concha I y II, de 1930 y 1932, que Matisse reinterpreta a partir de una fotografía de nubes en Tahití.
Por otra parte, en la exposición se exhibe la última escultura llevada a cabo por Matisse y que inspiraría la modelo Carmen Leschennes, apodada Katia por el artista. Este Desnudo de pie (Katia), de 1950, fue llamado por el propio Matisse, El Plátano de sombra, pues en él la mujer parece metamorfosearse en dicha especie arbórea, poniendo de relieve el interés del autor por la simbiosis entre el cuerpo femenino y las formas vegetales. Al haberse roto a la altura de la cintura durante su ejecución —‘defecto’ que quiso ser conservado por Matisse—, la obra también es conocida como La cintura rota. Finalmente, esta sección de la muestra acoge otra de las últimas obras escultóricas del artista, El Cristo de la Capilla de Vence, de 1949, cuya extrema simplificación reduce la carga dramática del motivo, aunando solemnidad y estilización experimental. Conviene recordar que Matisse consagró casi exclusivamente los años finales de su vida a diseñar la Capilla del Rosario en el convento de las hermanas dominicas de Vence, donde sintetizó los presupuestos formales desarrollados a lo largo de toda su trayectoria.
Retratos
El género del retrato brindó a Henri Matisse la oportunidad de inmortalizar a sus seres más queridos —familiares y modelos—, explorando a un tiempo las posibilidades expresivas de la plástica escultórica. Por eso sus retratos, entre los que se cuentan algunas de sus mejores esculturas, nacen —en palabras del propio artista— del ‘primer impacto’ que genera la contemplación del rostro humano. A partir de entonces, un examen exhaustivo antecede a la aparente liberación de la dependencia de lo real, buscando de manera abstracta, ‘la expresión de la relación íntima entre el artista y su modelo’. Este método era desarrollado a partir de series que, al igual que hiciera Rodin —cuya práctica probablemente Matisse conociera—, partían del original o molde de la escultura final del mismo motivo de la serie precedente, una vez que aquel ya había sido fundido. De esta forma, más que un conjunto de fases de desarrollo provisionales, las sucesivas ejecuciones habrían de interpretarse como obras independientes a través de las que, como se ha dicho, Matisse explora las infinitas posibilidades de la idea primordial en un proceso de ‘eterno retorno’ —incluso a veces únicamente guiado por el recuerdo—, donde el modelado volumétrico y el gesto perceptible en la superficie de la obra imprimen un ritmo irregular y un carácter abstracto a sus esculturas. Así lo atestiguan, por ejemplo, los retratos de Marguerite, hija de Matisse y de su modelo y pareja Caroline Joblaud, o los bronces de la serie Jeannette (1910-1916), donde el autor busca unas ‘cualidades esenciales’ que la mímesis impide plasmar. Este proceso de distanciamiento del modelo se hace especialmente ostensible en la serie de tres cabezas de la bailarina Henriette Darricarrère, quien también posara para algunos cuadros de odaliscas que Matisse realizó en su primera época nicense.
Motivos y variaciones
Esta última sección de la muestra insiste en el interés de Henri Matisse por la experimentación artística a partir de un determinado motivo que, siendo sometido a un proceso contemplativo de extrañamiento, origina numerosas obras independientes sin jamás alcanzar una forma definitiva. Así, entre 1941 y 1943, el proyecto Motivos y variaciones incluiría la serie al carboncillo, Motivo H, donde Matisse explora las posibilidades expresivas de una rama de hiedra —tema que con anterioridad también protagonizara la tela homónima de 1916, por cierto, único lienzo exhibido en la exposición—. El artista, que colocaba las variaciones de sus dibujos por las paredes de su taller, las denominaba ‘visiones’ y en sus propias palabras, ‘cuando elaboro los dibujos de las variaciones, el trazo que hace mi lápiz sobre la hoja de papel tiene, en parte, algo análogo al gesto de un hombre que busca a tientas su camino en la oscuridad. Quiero decir que en mi camino no hay nada previsto: soy conducido, no conduzco’.
Esta exposición organizada por la Fundación Canal en colaboración con el Musée Matisse de Nice y la Kunsthaus Zürich con el apoyo de Manifesto Expo, cuenta con piezas procedentes de instituciones de renombre internacional como los propios Musée Matisse de Nice y Kunsthaus Zürich, además del Musée d’Orsay de París, el Centre Pompidou de París, la Biblioteca Nacional de España, la Galerie Dina Vierny de París, el Musée Rodin de París y los Archives Matisse de Issy-les-Moulineaux, sin olvidar los préstamos realizados por una serie de importantes colecciones privadas.
Matisse Metamorfosis. Esculturas y dibujos
Desde el 23 de octubre de 2024 hasta el 12 de enero de 2025
Fundación Canal, Madrid
Más información en: www.fundacioncanal.com