Dresden, Neustadt V, 1921.
Junto con Joan Miró, Oskar Kokoschka constituye la gran apuesta del Museo Guggenheim Bilbao en el inicio de una temporada cuya programación completarán, entre otras, las futuras exposiciones dedicadas a Yayoi Kusama y Pablo Picasso. En esta ocasión, Oskar Kokoschka. Un rebelde de Viena llega a la capital bilbaína tras su exitosa acogida en el Musée d’Art Moderne de París, institución coorganizadora de una muestra que, hasta el próximo mes de septiembre, ofrecerá una panorámica global de la carrera de uno de los autores —además de Klimt y Schiele— más singulares de la Viena de principios del siglo XX. Así, comisariada por Dieter Buchhart y Anna Karina Hofbauer en calidad de curadores independientes y en coordinación con Fabrice Hergott y Fanny Schulmann del Musée d’Art Moderne de París y con Marta Blàvia del Museo Guggenheim Bilbao, la exposición ha reunido importantes obras de Oskar Kokoschka que, procedentes de reputados museos y colecciones de todo el mundo, no han podido ser muy apreciadas por el público español hasta la fecha. De hecho, entre los renombrados prestamistas que han colaborado con las entidades organizadoras se encuentran el Belvedere y el Leopold Museum de Viena, la Tate londinense, el Musée Jenisch Vevey-Fondation Oskar Kokoschka, las National Galleries of Scotland, el Israel Museum, la Kunsthaus de Zurich, el Saint Louis Art Museum, la Collection Van Abbemuseum de Eindhoven, la Staatsgalerie Stuttgart, la Kunsthalle Mannheim o el Kunstmuseum Den Haag.
De Viena a Berlín
En 1908 Gustav Klimt invitó a Oskar Kokoschka a participar en la Kunstschau Wien, la exposición estival que, organizada en coincidencia con la conmemoración del sexagésimo aniversario del reinado de Francisco José I —y aun no estando sus organizadores convidados a las celebraciones oficiales—, concentraba a los artistas más destacados del modernismo vienés. En este contexto, el comité seleccionador consideró las obras del joven pintor demasiado extravagantes para su exhibición y solo la intermediación de Klimt pudo conseguir su inclusión en el certamen, alegando que ‘Oskar Kokoschka es el mayor talento de la generación más joven. Si corremos el riesgo de hundir nuestra propia exposición, es que simplemente tendrá que hundirse. Pero habremos cumplido con nuestro deber’. El hecho es que a pesar del escándalo —el crítico Richard Muther tildó de ‘abominable’ el diseño de las creaciones del enfant terrible Kokoschka—, el pintor ganó fama y notoriedad a sus veintidós años, y lo que la prensa consideró una ‘sala de los horrores’, cautivó al público de pensamiento más avanzado, como el renombrado arquitecto Adolf Loos. En efecto, una nueva edición de la muestra en 1909 —que en esta ocasión alcanzaba una dimensión internacional con la presencia de obras de Van Gogh, Gauguin, Matisse, Vuillard, Bonnard, Munch, Toorop o Corinth, entre otros artistas extranjeros—, supuso un inesperado aumento del prestigio de Oskar Kokoschka, gracias a la venta de obras como el provocador —y entonces ridiculizado— busto de barro crudo pintado con témpera que, con el título de Autorretrato como Guerrero —‘un autorretrato con la boca abierta que expresaba un grito salvaje’—, fue adquirido por el mismo Loos, quien pronto se convertiría en el más importante mecenas de Kokoschka. En cualquier caso, la conmoción pública que causaron estas obras obligó al artista a dejar Viena y viajar a Suiza y Alemania, donde Herwarth Walden le propuso colaborar con la publicación Der Sturm.
Super fauve
Sin lugar a dudas, en aquel periodo inicial dominado por el Jugendstil vienés, las composiciones pictóricas de Oskar Kokoschka —que ya en 1906 había contemplado las obras de Van Gogh— debieron resultar excepcionalmente impactantes por la intensa y emotiva expresividad demostrada, tanto a través del empleo de una línea de trazo inestable y quebrado, como mediante la aplicación de un cromatismo ‘salvaje’ totalmente contrario al gusto burgués de la época, rasgos estilísticos que al artista le valdrían el calificativo de Oberwildling o ‘super fauve’ por parte del escritor Ludwig Hevesi. Además, tampoco debe olvidarse que en aquel 1908 se publicó el libro de Wilhelm Worringer, Abstracción y empatía, donde la creación artística figurativa o abstracta se asocia a la vida psíquica del autor y a su mayor o menor aceptación de la realidad exterior, respectivamente. En este sentido, la agresiva subjetividad, vitalismo, carácter imaginativo y espontaneidad de Kokoschka, reflejarían simultáneamente un profundo pesimismo, similar al de las creaciones de los expresionistas de El Puente y al de las de Edvard Munch —con quien, por cierto, el vienés también expuso en la galería berlinesa de Herwarth Walden—.
Herwarth Walden y Der Sturm
Con respecto a Walden, cuyo retrato de la Staatsgalerie Stuttgart también se exhibe en la muestra del Guggenheim, es preciso destacar su contribución al desarrollo del potencial artístico de la capital alemana. Como recuerda Dorothea Eimert, antes de la Gran Guerra Berlín había llegado a ser el centro cultural más importante de Europa junto con París, Dresde y Múnich. El preludio de esta posición hegemónica lo había constituido la exposición de Edvard Munch en 1892. Más tarde, entre noviembre y diciembre de 1900, la galería de Bruno y Paul Cassirer organizaría la primera exposición de Cézanne en Alemania y, tres años después, se fundaría la Deutscher Künstlerbund o Asociación de Artistas Alemanes, que en 1904 celebró su I Exposición de artistas contemporáneos. A partir de 1907, el fauvismo, el expresionismo y los demás movimientos artísticos modernistas estuvieron presentes en numerosas galerías de Berlín. La Neue Secession se organizó en 1910 y, al año siguiente, la I Exposición de Arte sin jurado. Así, ‘visionario con un hábil sentido del futuro, Herwarth Walden reunió las fuerzas creativas decisivas en Der Sturm, la galería que fundó en 1912. A partir de 1910, su revista homónima se publicó para dar a los artistas rechazados por la crítica y el público un lugar para crear’. Esta revista se convertiría en el ‘órgano de lucha’ del Futurismo, el Expresionismo, el Cubismo y el Constructivismo. Por su parte, la galería Der Sturm debutó en marzo de 1912 con Der Blaue Reiter y Kokoschka seguidos por los Futuristas italianos.
Dresde
Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial y conmocionado por su ruptura con la compositora Alma Mahler —viuda del a su vez compositor Gustav Mahler—, Oskar Kokoschka decidió alistarse voluntariamente en el ejército. En septiembre de 1916, al resultar gravemente herido en el frente oriental, el artista se mudaría a Berlín. Allí permaneció hasta finales de aquel año, llegando a firmar con el galerista Paul Cassirer (1871-1926) un contrato que le proporcionaría relativa independencia económica y libertad creativa. No obstante, la profunda depresión que atravesaba motivó su traslado a un hogar de convalecientes en Dresde, donde el artista pasaría unos nueve meses al cuidado del doctor Fritz Neuberger, con quien entabló una sólida amistad. Sea como fuere, Kokoschka había alcanzado un punto de inflexión en su carrera y, si bien no había sido capaz de superar aún el fin de su tormentosa relación con Alma —lo que, por ejemplo, le conduciría a encargar una muñeca idéntica a la compositora—, el pintor no tardó en ganar un importante punto de apoyo en la escena artística de Dresde, donde en 1919 recibió una cátedra para ejercer la docencia en la Academia de Bellas Artes. Aquellos años deberían resultar particularmente fructíferos para él, con trabajos estilísticamente caracterizados por la rapidez en la aplicación de la pincelada y por la intensidad de sus colores puros y deslumbrantes, como ocurre en la serie de paisajes de Dresde, pintados en los primeros años de los veinte.
Cosmopolitismo, compromiso político y exilio
Rechazando la oportunidad de ser nombrado rector en Dresde y con el apoyo de Paul Cassirer, Oskar Kokoschka se dedicó a viajar por Europa, el norte de África y Oriente Próximo durante una década, desde 1924 hasta 1934, a fin de convertirse en un hombre cosmopolita pues, en sus propias palabras, ‘en estos años he viajado para conquistar el mundo que durante largo tiempo se me ha vedado y en el cual he nacido como ciudadano’. Fruto de estos viajes son sus series de paisajes panorámicos, generalmente representados a vista de pájaro. Por desgracia, el suicidio de Cassirer en enero de 1926, el crack de 1929 y el ascenso político del nazismo pusieron fin a esta etapa que le ha valido a Kokoschka el calificativo de ‘pintor del Tour de Cook’.
En 1934, tras el fallecimiento de su madre y en un intento de escapar de la atmósfera política vienesa y alemana, Kokoschka se trasladó a Praga, la ciudad de su padre, en la que residía su hermana Berta y donde conocería a su futura esposa, la estudiante de derecho, Olda Palkovská (1915–2004) quien, a su vez, le animó a exiliarse en Gran Bretaña en octubre de 1938, tras la anexión de Austria por los nazis. A este respecto cabe recordar que el compromiso de Kokoschka fue siempre manifiesto, advirtiendo del peligro del avance del nazismo a través de artículos y conferencias. Ya en 1933, cuando el antisemitismo forzó la dimisión del presidente de la Academia prusiana de las Artes, Max Liebermann, justo antes de que la nueva legislación le obligara a hacerlo por ser descendiente de una familia de origen judío, Oskar Kokoschka, de religión católica, publicó una larga y apasionada carta abierta en su apoyo. Y en 1937, como respuesta a la inclusión de nueve de sus retratos en la ‘exposición de arte degenerado’ de Múnich, Kokoschka realizó el lienzo titulado Autorretrato de un artista degenerado. Y es que para el pintor vienés ‘el artista debe ejercer de alarma’ —también con motivo del bombardeo de Guernica, cuando Kokoschka realiza el cartel ¡Ayuda a los niños vascos!—.
Filohelenismo y vuelta a los orígenes
Tras consagrarse como artista internacional gracias a la exposición itinerante que entre 1947 y 1948 recorrió Boston, Washington, St. Louis, San Francisco, Wilmington y Nueva York, en 1953 Oskar Kokoschka se estableció con Olda en la ciudad suiza de Villeneuve. Se inicia entonces una etapa final en su carrera en la que el artista centra especialmente su atención en el arte y arquitectura grecorromanos. Así, con gran libertad creativa interpreta tragedias griegas y escenas mitológicas como Teseo y Antíope (El rapto de Antíope) que, al tiempo que enlazan con el estilo frenético y colorista de sus primeros años en Viena, traslucen su defensa de una cultura común europea. Oskar Kokoschka, que había alcanzado tempranamente el éxito en la escena artística de Viena contando con el respaldo de Klimt y ejerciendo un notable ascendente sobre el joven Schiele, también imprimió su sello con su obra tardía en la neoexpresionista Neue Wilde, la nueva pintura desarrollada en Austria y Alemania hacia 1960.
Bibliografía
Austrian Information, vol. 51-54 (oct. 2000)
Dictionary of World Biography, vol. VIII: ‘The 20th Century’, 1999; Justin Wintle (ed.), New Makers of Modern Culture, Routledge, 2016
Peter Selz, German Expressionist Painting, University of California Press, 1957
Dietmar Elger, Expressionism: A Revolution in German Art, Taschen, 2002
Philip Hook, Art of the Extreme 1905-1914: The European Art World 1905-1914, Profile Books, 2021
George Heard Hamilton, Painting and Sculpture in Europe, 1880-1940, Yale University Press, 1993
Dorothea Eimert, Art of the 20th Century, 2016; Rüdiger Görner, Kokoschka. The Untimely Modernist, 2020
Oskar Kokoschka. Un rebelde de Viena
Del 17 de marzo al 3 de septiembre de 2023
Museo Guggenheim Bilbao
Más información en: www.guggenheim-bilbao.eus