Puerto de Valencia, 1907

Entre las exposiciones organizadas para conmemorar el centenario de la muerte de Joaquín Sorolla (1863-1923) se encuentra Sorolla, viajar para pintar. Otra visión de España, una muestra que profundiza en la pintura del valenciano desde la perspectiva del viaje pues, según se nos recuerda desde el Museo Sorolla, el autor ‘recorrió con sus pinceles un total de cincuenta y cuatro localidades españolas y diecisiete ciudades extranjeras’, destacándose en este sentido sus dos giras por los Estados Unidos. Así, durante más de cuatro décadas, la necesidad de pintar al aire libre paisajes y vistas urbanas convirtió a Joaquín Sorolla en un artista viajero y cosmopolita, tal y como se puede apreciar a través de las ochenta y siete obras  que, pertenecientes en su mayoría a la colección del Museo Sorolla y la Fundación Museo Sorolla, presentan una mirada que podría considerarse alternativa —y a su vez complementaria— a la de su serie Visión de España, realizada durante la década de 1910 para la Hispanic Society of America de Nueva York. En suma, las cinco secciones de la exposición —Sorolla, pintor plenairistaMediterráneo, un estudio al aire libreEl desafío del CantábricoPaisaje natural / Paisaje monumental; y El jardín, paisaje interior— descubren la visión intimista de un paisaje en el que prácticamente desaparecen las figuras para ceder el protagonismo absoluto a la naturaleza, a los efectos lumínicos y a unos monumentos que hacen de Joaquín Sorolla el gran cronista y embajador artístico de la España de entresiglos’.

Sorolla, pintor plenairista

Cabe recordar que Joaquín Sorolla Bastida nació en Valencia el 27 de febrero de 1863. La epidemia de cólera que asolaría la ciudad dos años después le dejaría huérfano, siendo entonces acogido junto a su hermana Concha por sus tíos maternos, Isabel Bastida Prat y José Piqueres. Los dos hermanos cursaron sus primeros estudios en la Escuela Normal de Valencia y en el Instituto de Segunda Enseñanza donde Sorolla destacó en las lecciones de dibujo. Por aquellos años el futuro artista ayudaría a su tío, cerrajero de profesión, compaginando su trabajo con clases nocturnas en las Escuelas de Artesanos. En 1878, el joven ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, donde su maestro Gonzalo Salvá Simbor le iniciaría en las prácticas plenairistas postuladas por la Escuela de Barbizon. Algo más tarde, en 1884, el lienzo El grito del palleter o El palleter dando el grito de independencia, presentado al examen final del concurso organizado por la Diputación de Valencia para conceder la pensión de Roma, posibilitará que Joaquín Sorolla continúe su formación en Italia. Además de Florencia, Asís, Pisa, Venecia o Nápoles, el artista también viajó a París, ciudad que visitaría hasta en diecinueve ocasiones a lo largo de toda su carrera. Todos estos desplazamientos, además de las variadas influencias que el artista pudo conocer gracias a ellos, contribuyeron a la definición de una estética muy personal, caracterizada por la libertad de la pincelada y el vivo cromatismo. Aplicados en formatos de reducidas dimensiones —en sintonía con la producción de Ignacio Pinazo—, estos rasgos estilísticos favorecieron la captación del incesante dinamismo de la vida y la espontaneidad de sus cambios lumínicos en los distintos enclaves que recorrería Sorolla.

Mediterráneo, un estudio al aire libre

Aunque a partir de 1889 Sorolla fija su residencia en Madrid, son numerosas las ocasiones en que el artista regresa a Valencia para pintar al aire libre en la playa de la Malvarrosa, costumbre que mantendría a lo largo de toda su vida. Por ejemplo, durante el verano de 1908 Sorolla ejecutó algunas de sus mejores obras en dicho lugar, ‘su principal taller en el exterior’. Se trata principalmente de representaciones de niños y jóvenes a la orilla del Mediterráneo que, destinadas a una exposición en Nueva York, evidencian la pincelada nerviosa, el trazo amplio, la luminosidad y el colorido azulado típicos de Sorolla, quien siempre pretendió fusionar forma y luz en su pintura al aire libre. Sorolla, elegido académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1914, encontró en la costa valenciana el espacio ideal para poder plasmar las variaciones lumínicas y los efectos atmosféricos que tanto le interesaron. Otras localidades como Lloret de Mar o Mallorca —donde Sorolla pintó por última vez el Mediterráneo en su serie de La Cala de San Vicente (1919)— determinarían asimismo parte de su carrera artística.

Tampoco debe olvidarse Jávea, a donde Sorolla llega en el otoño de 1896, probablemente con la intención de realizar los estudios que le permitieran llevar a cabo unos paneles relacionados con el cultivo de la vid y la producción del vino, encargo del viticultor, industrial, diplomático y político chileno Rafael Errázuriz. Un año antes el artista acababa de lograr la medalla de oro en el Salón de París con su primer gran triunfo internacional: La vuelta de la pesca, adquirida entonces por el estado francés para el Musée du Luxembourg y hoy conservada en el Musée d’Orsay. Aunque Sorolla había representado multitud de escenas marítimas en las playas de su Valencia natal, en Jávea descubrió una costa montañosa, en palabras del autor, ‘sublime, inmensa, lo mejor que conozco para pintar’. Dominado por el macizo del Montgó, el cabo de San Antonio y los imponentes acantilados del cabo de la Nao, este paisaje abrupto con barrancos, islotes y calas, y caracterizado por los tonos azulados del mar y los verdes de la vegetación local, marcó la producción pictórica de Sorolla durante sus cuatro estancias de 1896, 1898, 1900 y 1905.

El desafío del Cantábrico

Joaquín Sorolla conoce San Sebastián en 1889, cuando viaja de camino a París. En aquella época la cultura del veraneo había puesto de moda las playas del norte, particularmente la de Donostia, elegida como lugar de descanso por la Reina Regente María Cristina de Habsburgo desde 1887. Atraídas por la presencia de la corte, numerosas familias de la alta sociedad española se establecieron igualmente en la localidad para disfrutar del reposo estival. La ciudad adaptó sus infraestructuras para recibir a esta clientela y así, en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, inauguró todo tipo de instalaciones para su comodidad y entretenimiento. Las temperaturas moderadas de la costa cantábrica propiciaban la llegada del turismo elegante y la particularidad de sus condiciones climáticas atrajeron el interés de Sorolla, que alternó sus estancias en Valencia con las de Asturias y el País Vasco —residiendo, además de en San Sebastián, en Zarauz, Guetaria y Biarritz—. 

A partir de 1911 la familia de Sorolla pasa varios periodos estivales en la capital guipuzcoana, que por entonces alcanza su máxima popularidad. Aquel año, el artista firmó el contrato con la Hispanic Society of America para la realización de los murales de la Visión de España y sus estancias se vieron en buena medida condicionadas por los trabajos preparatorios, lo que supondría una menor dedicación a la pintura de escenas de playa. La riqueza de las condiciones paisajísticas y atmosféricas de la región atlántica proporcionaba al pintor levantino una fuente de inspiración similar a la de los pintores impresionistas en la costa francesa. La paleta de Sorolla se tornaba, pues, más fría y pálida, acorde a la luminosidad cantábrica y próxima a la de Eugène Boudin, Claude Monet o a la de sus amigos Anders Zorn o Peder Severin Krøyer. En este apartado, el Museo Sorolla reune por primera vez ocho lienzos de la serie El rompeolas de San Sebastián, de 1917-1918. 

Paisaje natural / Paisaje monumental

Durante el proceso de ejecución de la serie Visión de España (1912-1919), Joaquín Sorolla va a centrar especialmente su atención en la reproducción de los recintos históricos de ciudades monumentales como Ávila, Toledo o Granada. Su atractivo pictórico coincide en el tiempo con el progresivo incremento del interés historiográfico por los vestigios del pasado y, en consecuencia, con un incipiente desarrollo del turismo cultural. Son las obras de Sorolla piezas de factura libre y espontánea a las que, sin embargo, la sensación de calma y silencio confieren un aire atemporal y ensoñador. Así, en línea con los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, las vistas panorámicas del pintor valenciano sintetizan armónicamente la esencia nacional a través de su historia y su naturaleza. Precisamente en este ámbito la exposición aúna tanto las representaciones de monumentos como las de la España rural, de imponentes paisajes, de zonas agrarias pobres y solitarias, y de apartados rincones de vegetación exuberante en los alrededores de la Sierra de Guadarrama, en Aragón o Navarra; en definitiva, la España rural de la intrahistoriamuda, imperturbable y sobrecogedoramente imbuida de un profundo sentimiento intimista.

El jardín, paisaje interior

Espacio indispensable para el cultivo de su afición por la pintura al aire libre, el jardín se convierte en uno de los grandes protagonistas de la obra de Joaquín Sorolla desde que entre 1907 y 1908 visitara La Granja de San Ildefonsolos Reales Alcázares de Sevilla y el Generalife de Granada. Estos magistrales ejemplos nacidos del prolífico diálogo establecido entre naturaleza, arquitectura y urbanismo, inspirarán al artista obras de gran delicadeza y sensibilidad, al mismo tiempo que motivarán el diseño de los tres jardines de su vivienda madrileña. No debe olvidarse que en 1905 Sorolla compró un solar en la actual calle de Martínez Campos (entonces Paseo del Obelisco) donde, a partir de 1909 y según el proyecto de Enrique María Repullés, comenzó a edificarse la residencia clasicista que hoy alberga su museo. Tomando como referencia el jardín italiano y andaluz, particularmente los ejemplos de Sevilla y Granada que tanto le habían impresionado, Sorolla configuró ese microcosmos a medio camino entre lo natural y lo artificial que constituye el jardín privado en cuanto ámbito de aislamiento, introspección y evasión. Azulejos, fuentes, estanques, esculturas y columnas estructuraron aquel lugar de cultivo de muy variadas especies vegetales, ‘el jardín de su casa’ que, según fuentes del museo, ‘se convirtió en el último viaje hacia un retiro interior donde, finalmente, Sorolla dejaría de pintar’.

Sorolla, viajar para pintar. Otra visión de España
Del 17 de octubre de 2023 al 31 de marzo de 2024
Museo Sorolla, Madrid
Más información en: www.museosorolla.es