Estudio para La caída del ángel, 1934.

La nueva exposición de la Fundación Mapfre en Madrid recorre la trayectoria de una de las personalidades más destacadas de la pintura del siglo xx, Marc Chagall (1887-1985), sometiendo su obra a una interesante relectura interpretativa que contextualiza el simbolismo y el compromiso humanista del autor en un tiempo marcado por dos guerras mundiales, la persecución nazi y el exilio. En efecto, según Ambre Gauthier Meret Meyer, comisarias de la muestra, a través de más de 160 obras y casi un centenar de documentos la exposición pretende ‘poner de manifiesto la fe inamovible de Chagall en la armonía y la paz universal mediante el establecimiento de miradas y diálogos cruzados con la historia que se estaba escribiendo’.

‘El arte me parece un estado del alma’

El itinerario biográfico de esta muestra organizada en colaboración con el Museo Nacional Marc Chagall de Niza y el Museo de Arte La Piscine de Roubaix se remonta a los primeros años de formación del artista y lo hace enfatizando el importante papel que desde entonces juega el género del autorretrato en la obra de Chagall. El primero de estos ejercicios de introspección distanciamiento personal se ha documentado en 1907 y, a parte del referente de Rembrandt, revela unas características que se van a mantener prácticamente constantes durante su vida. Así, al margen de un estilo que se debate entre lo figurativo y lo geométrico y de una doble tipología donde buena parte de las veces el pintor aparece con paleta o junto a su caballete, los autorretratos de Chagall se caracterizan por la fisonomía juvenil de un rostro máscara y la influencia circense y del disfraz, así como por un fuerte componente simbólico donde el autor puede identificarse con ramos de flores o animales del tipo del gallo, el asno y el macho cabrío, componentes que, a su vez, reflejan el desarraigo de una identidad plural y, simultáneamente, confieren un equilibrio espiritual interno al artista que sufre la inestabilidad política del momento.

‘El suelo que alimentó las raíces de mi arte…’

El mayor de nueve hermanos nacidos en el seno de una familia tradicional judía, Marc Chagall, o Moishe Shagal, inició su educación artística en la Escuela de dibujo y pintura de la ciudad que le vio nacer, Vítebsk, situada en la actual Bielorrusia. En un estilo próximo a la ilustración tradicional rusa o lubok, su niñez determinará un imaginario pictórico donde las iglesias, las isbas, los rabinos, su comunidad hebrea o shtetl, el río Daugava, los campesinos, mendigos, músicos ambulantes, sus familiares y él mismo adquirirán un singular protagonismo a lo largo de toda su carrera. No en vano, en uno de sus poemas Chagall se referiría a aquel lugar como ‘El país que está dentro de mi alma’. Más tarde, entre 1907 y 1911, el pintor frecuentó la Escuela Imperial de Dibujo para el Fomento de las Artes de San Petersburgo, hasta que en mayo de aquel último año uno de sus protectores —el abogado y político judío Maxim Vinaver— le proporcionara una beca para viajar a París, donde se relacionaría con autores de la talla de Blaise Cendrars, Max Jacob, André Salmon, Léger, Modigliani, Archipenko o Soutine, llegando a afirmar Chagall que ‘el suelo que alimentó las raíces de mi arte fue la ciudad de Vítebsk, pero mi pintura necesitó París, al igual que un árbol precisa agua para no secarse…’. Especial interés reviste su encuentro con el poeta Guillaume Apollinaire quien, además de calificar su obra de ‘sobrenatural’, le pondría en contacto con Herwarth Walden, fundador de la berlinesa galería Der Sturm, donde en 1914 Chagall expuso por primera vez en una muestra que reunió 240 de sus obras. Justo entonces, el estallido de la Gran Guerra sorprendió al artista en Rusia, adonde había acudido para visitar a Bella Rosenfeld, con quien contraería matrimonio en 1915. El conflicto bélico lo obligó a permanecer en el país durante ocho años, en los que sus dibujos a tinta china documentan la realidad de la guerra, representando con dramatismo la vida cotidiana de la ciudadanía y viendo en cada estaca de los cercados de los campos abandonados ‘el diente de un negro destino’, según relataría el autor en sus propias memorias.

‘No me entienden, aquí soy un extraño’

Con la Revolución de Octubre de 1917 y en contraste con la anterior discriminación sufrida por su origen judío, Marc Chagall logra el reconocimiento de la plena ciudadanía rusa. Asimismo, en agosto de 1918, el entusiasmo con que el artista recibe a los bolcheviques le vale el nombramiento de Comisario regional de Bellas Artes por parte del dramaturgo y periodista Anatoli Lunacharski, Comisario del Pueblo para la Educación. El pintor realiza entonces los decorados para la conmemoración del aniversario del triunfo de la Revolución y funda la Escuela Popular de Arte de Vítebsk, donde participan como docentes invitados El Lissitzky y Kazimir Malévich, defensor de la abstracción frente a un arte figurativo que en la época se consideraba alejado de las formas revolucionarias de la creación artística. Tras fuertes desavenencias, el promotor del Suprematismo se convertirá en nuevo director de la entidad en mayo de 1920, pasando Chagall a dedicarse durante todo el año siguiente al ejercicio de la enseñanza en la colonia de huérfanos de los pogromos de Malájovka, cerca de Moscú.

Ya unos meses antes, en noviembre de 1920, Marc Chagall había recibido la invitación del director del Teatro Nacional Judío de Cámara de MoscúAlexis Granowsky, para decorar la nueva sede de la institución, recientemente trasladada a la capital desde Petrogrado. A tal fin, el pintor realizaría siete paneles conocidos como la ‘shagalovsky sal’ —la ‘sala’ o, por su tamaño también llamada, ‘la cajita de Chagall’— que hoy custodia la Galería Tretiakov y de los que la exposición presenta varios bocetos. Entre otros asuntos, Chagall llevó a cabo una serie de alegorías de las artes, siempre incidentes en la proyección y modernidad del yidis, lengua de los judíos del centro y este de Europa en la que se interpretaban íntegramente todas las representaciones del teatro. El renacer de esta forma de expresión literaria y cultural se asocia tanto al escritor y dramaturgo judío Isaac Leib Peretz, autor de Esperanza y temor (1906), como a la nueva generación de artistas de vanguardia judíos que soñaban con un nuevo orden social surgido de la Revolución y, en consecuencia, con una modernización de las artes. Muchos de ellos, que viajaron a la capital moscovita huyendo de la represión bolchevique en Kiev, estaban asociados a la ucraniana Kultur Lige, que promovía la difusión del yidis y, a tal fin, la edición de volúmenes ilustrados. Chagall, que también formó parte de su sección artística, participó en la publicación del libro de poemas Troyer [Luto], de Dovid Hofstein, y en la de las revistas literarias Shtrom Heftn [La Corriente] y Khaliastra [La Banda]. En cualquier caso, Chagall abandonaría Rusia en 1922, afirmando que ‘ni la Rusia imperial ni la Rusia soviética me necesitan. No me entienden, aquí soy un extraño’.

‘Su mirada es igual a la mía’

Marc Chagall continuará dedicándose a la ilustración de libros cuando, al instalarse con su familia en París tras su breve estancia berlinesa de 1922, el marchante Ambroise Vollard le encargue las ediciones ilustradas de Almas muertas de Gógol y las Fábulas de La Fontaine, todo un clásico de la literatura francesa cuya comisión llegó a suscitar importantes críticas por ser Chagall extranjero y de origen judío, debiendo retrasarse la publicación del proyecto hasta 1952. Este antisemitismo cobrará especial relevancia en la obra del artista en torno a 1931, cuando Chagall viaja a Tel Aviv invitado por su alcalde y fundador Meir Dizengoff en calidad de asesor para la creación del Museo Judío de la ciudad. Por entonces el pintor lleva a cabo una serie de cuadros de rabinos portando consigo y protegiendo la Torá —uno de ellos precisamente donado al futuro museo israelí—, donde se hacen ostensibles la incertidumbre y amenaza de persecución y aislamiento que planea sobre el pueblo hebreo, como por ejemplo se aprecia en Soledad, de 1933. En efecto, según el propio Chagall, 

Los profetas atormentados de Vítebsk hicieron su aparición en mis cuadros: entre hambrientos y andrajosos, lanzaban al mundo una mirada carente de esperanza. Su mirada es igual a la mía. Sus colores se deslizan sobre ellos como el sudor, escurriéndose sabe Dios adónde. En espera de que amaneciese, de que se acabaran el estrépito, la propaganda, los campos de concentración, los hornos, las cárceles físicas y morales, yo pintaba profetas torturados

Justamente El Rabino era el título de la obra que los nazis quemaron públicamente en Mannheim en 1933, figurando también Marc Chagall entre los artistas incluidos en la exposición de arte degenerado —o Entartete Kunst— inaugurada en Múnich el 19 de julio de 1937, año en el que el pintor obtiene la nacionalidad francesa. Poco tiempo después y a pesar de su voluntad inicial, el avance nacionalsocialista y la legislación antisemita del Gobierno colaboracionista de Vichy indujeron a Chagall a abandonar Francia. Así, el periodista Varian Fry, actuando en representación del Emergency Rescue Committee y con la colaboración del Vicecónsul estadounidense Hiram Bingham —que proporcionaba visados a judíos desoyendo a sus superiores—, consiguió que el pintor pudiera llegar desde Marsella a Lisboa y, una vez en la capital portuguesa, zarpar hacia Nueva York. Cuenta Chagall que ‘desde el puente me parece ver en la distancia a los rabinos y sus familias transportados a los campos. En el aire, sin embargo, no se oyen los suspiros de quienes son arrastrados a los hornos’. 

‘El hombre en el aire en mis pinturas soy yo’

El desarraigo de la comunidad hebrea y el exilio del propio Chagall habrían podido inspirar las figuras voladoras que desde 1910 parecen quedar suspendidas en el aire en muchos de los lienzos del artista. Justamente, estas personas y animales se asocian al término yidis Luftmensch, relativo al soñador visionario y despreocupado de las imposiciones del mundo real. No obstante, cabe recordar que en sus memorias el artista narra pasajes de ensoñación infantil, por ejemplo hablando de su tío Nej, asegurando que ‘Yo sonrío ensayando con su violín, saltando dentro de sus bolsillos, sobre su nariz. Zumba como una mosca. Mi cabeza revolotea plácidamente por la habitación’. Igualmente, en una entrevista de 1950 Chagall se expresaría en los siguientes términos: ‘El hombre en el aire en mis pinturas soy yo. Solía ser parcialmente yo. Ahora es enteramente yo. No estoy fijo en ningún lugar. No tengo un lugar propio… [pero] tengo que vivir en algún lugar’.

Sea como fuere, tras arribar a los EE. UU. en 1941, Marc Chagall canalizará su compromiso político a través tanto de su colaboración con el activismo social que denuncia los crímenes del nazismo —y que le habría convertido en objeto de investigación por parte del FBI— como, obviamente, continuando la realización de obras artísticas cuyo mensaje crítico censurará los pogromos, el exilio, las deportaciones y, en general, el horror del conflicto bélico. Así lo patentiza en la exposición de Madrid el cuadro titulado La guerra y el conjunto Resistencia, Resurrección y Liberación que, inicialmente concebido como una única pieza bajo el título de Revolución (1937), fue retocado y dividido en tres lienzos a partir de 1943. Es aquí donde cobra especial protagonismo la figura del Crucificado —judío, no cristiano, sin corona de espinas y con el talit o paño de oración hebreo—, un motivo recurrente en la obra de Chagall como símbolo del dolor del pueblo judío desde que lo pintase por vez primera en 1912 y, especialmente, tras la fatídica Noche de los cristales rotos (1938). Asimismo, en Nueva York el artista entabla amistad con el galerista Pierre Matisse, quien en marzo de 1942 incluirá al artista en la exposición colectiva Artists in Exile, la primera de las muchas colaboraciones fruto del estrecho vínculo artístico y personal que los uniría desde entonces.

‘… los colores de la esperanza y el amor’

En 1948 Marc Chagall regresa a Francia y se instala en Orgeval, cerca de París, para trasladarse posteriormente a Saint-Paul-de-Vence, junto al Mediterráneo. Es entonces cuando, al igual que otros autores como Léger o Matisse, el pintor —firmante del World Peace Appeal de 1950 en defensa del desarme nuclear— ejecuta monumentales ciclos artísticos de carácter pacifista en distintas iglesias e instituciones de gran proyección internacional. Por ejemplo, entre 1956 y 1966 Chagall lleva a cabo la serie de los diecisiete cuadros del Mensaje bíblico que, inicialmente destinados a las capillas del Calvario en Vence, terminarían integrando los fondos del Musée National Marc Chagall, primer museo dedicado a un artista vivo inaugurado en Niza en 1973. Con anterioridad, Chagall había diseñado las vidrieras de la nueva sinagoga del hospital Hadassah de Jerusalén (1962) y, un lustro después, se encargaría de los tapices y mosaicos que decoran la Knéset o Parlamento israelí, en los que se narra la historia del pueblo judío desde tiempos bíblicos. Otros proyectos similares fueron las vidrieras de la Meditation Room en la sede de la ONU en Nueva York(1963-1964) y la capilla de los Cordeleros de Sarreburgo (1974-1976). Se trata, en definitiva, de creaciones que pretenden promover la paz universal, implicando además el dominio técnico de formas de expresión tan variadas como la pintura, la escultura, la cerámica, la vidriera, el tapiz, el mosaico y, a su vez, una síntesis de todas ellas en el empleo magistral del collage. En su conjunto y especialmente tras la II Guerra Mundial, la práctica artística de Chagall se orientó a la difusión de un mensaje filantrópico que el autor encuentra fundamentado en los libros sagrados. En sus propias palabras con motivo de la inauguración de las series del Mensaje Bíblico en 1973:

Si toda vida avanza inevitablemente hacia su final, durante la nuestra, coloreémosla con los colores de la esperanza y el amor. La lógica social de la vida y de la esencia de cada religión reside en este amor. Para mí, la perfección en el arte y en la vida mana de la fuente bíblica. Sin ese espíritu, los mecanismos de la lógica y de la construcción por sí solos… no tendrían fruto

Bibliografía

Marc Chagall, Mi vida, Barcelona, Acantilado, 2012
Fred Dallmayr, Marc Chagall. The Artist as Peacemaker, Routledge, 2021
Gary Ferdman, ‘The Genius and the Gentiles: Chagall’s American Odyssey’, en Jewish Currents, 2014
Ma. Àngels Turon Mejías, La tradición judía y la narración en la pintura de Marc Chagall, tesis doctoral, Universitat de Girona, 2013
Jonathan Wilson, Marc Chagall, Schocken Books/ Random House, 2007
www.fundacionmapfre.org

Chagall. Un grito de libertad
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