Evolución, Serie WUS/La estrella de siete puntas, Grupo VI, nº 16, 1908.

La temporada otoñal del Museo Guggenheim Bilbao se inaugura este año con una gran muestra monográfica dedicada a la original pintora sueca Hilma af Klint (1862-1944), cuyas obras traslucen su gran interés por la teosofía, el esoterismo y las ciencias naturales. Así, en el marco de la programación de exposiciones temporales dedicadas a mujeres artistas, el museo vasco ha reunido un conjunto pictórico que recorre la totalidad de la producción de una autora que pretendió plasmar la verdad absoluta y suprema de nuestra realidad, intentando captar aquellas energías y fuerzas motrices de la naturaleza imposibles de percibir por el ojo del ser humano. Asimismo, a la inusitada temática de sus creaciones ha de añadirse la audacia formal de sus sorprendentes composiciones, que cuestionan el relato de la historiografía del arte occidental en lo que al nacimiento de la abstracción y el arte conceptual se refiere. Curiosamente la propia artista —que durante su vida practicó el espiritismo y la escritura automática— expresó la voluntad de que sus obras no fueran mostradas al público hasta veinte años después de su muerte, al presuponer la incomprensión de la sociedad de su propio tiempo. Y es que sus lienzos sintetizan todo tipo de símbolos y figuras geométricas, así como formas orgánicas que, provenientes de muy distintas fuentes, conforman un extraordinario universo de carácter trascendental y gran complejidad interpretativa.

De Las cinco a las Pinturas para el templo

Hilma af Klint estudió en la Real Academia de Bellas Artes de Estocolmo, una de las primeras en autorizar la participación de la mujer en las clases de dibujo del natural con presencia de modelos. Además, la artista recibió una esmerada educación familiar, como correspondía a la hija del comandante naval Victor af Klint, nieto e hijo de los oficiales y cartógrafos Erik y Gustaf af Klint, respectivamente, e instructor de astronomía, navegación y matemáticas. Victor, que tocaba el violín en su tiempo libre, inculcó a su hija un profundo amor por la naturaleza. Igualmente, la cartografía y el resto de conocimientos científicos que marcaron la juventud de Hilma influirían en muchas de las composiciones con que a lo largo de su vida la pintora intentó conciliar ciencia y espiritualidad en una continua búsqueda de respuestas a los enigmas de la existencia —especialmente desde 1880, cuando fallece su hermana pequeña Hermina a los diez años de edad—. Tanto es así que, con posterioridad, en 1896 la autora funda el grupo de Las cinco junto con Anna Cassel, Cornelia Cederberg, Sigrid Hedman y Mathilda Nilsson, quienes llevaban a cabo sesiones de espiritismo y practicaban la escritura y el dibujo automáticos registrándolos en cuadernos. En este contexto, en 1904 Hilma se adherirá al movimiento de la Sociedad Teosófica que, con origen en Nueva York, trascendió progresivamente sus fronteras divulgando la idea de penetrar en lo más profundo de la realidad espiritual por medio de la meditación y la intuición. Dos años más tarde, la pintora empieza a realizar la primera serie del ciclo de las Pinturas para el templo, el proyecto más importante de su carrera artística y que Af Klint ideó para un santuario ideal que ella misma diseñaría a partir de 1931 y que habría de albergar las ciento noventa y tres obras del ciclo: una sala de altar en la parte superior de un faro o torre de cuatro pisos que, a su vez, coronaría un edificio de planta circular de tres niveles cilíndricos concéntricos de diámetro decreciente en altura y comunicados por una escalera de caracol, símbolo de la evolución espiritual del individuo. De esta suerte, los visitantes tendrían que ascender dos espirales —una más amplia en el edificio de base cilíndrica y otra de giros más ajustados en el faro— para elevarse de la tierra a la bóveda celeste y alcanzar la cúspide que, a modo de observatorio, les permitiría contemplar los cielos cubiertos del Báltico —pues Hilma situó este templo en la isla de Ven, en Öresund, entre Landskrona y Helsingborg, entendiéndolo como un ‘museo para mostrar lo que permanece oculto tras las fuerzas de la materia’—.

Caos primigenio, Eros y Grandes pinturas de figuras

Para este templo Hilma empieza a trabajar en una primera serie, cuyo título WU/ Rosa expresa la dualidad de materia (W) y espíritu (U), al mismo tiempo que alude a la orden de la Rosa Cruz, que se representa mediante un altar con una rosa sobre una cruz. El conjunto inicial de la serie, Caos primigenio, se compone de veintiséis lienzos en los que Af Klint pretende expresar el principio teosófico del nacimiento del mundo, cuando la unidad existente desaparece y la vida pasa a tener su razón de ser en la conciliación de contrarios —el bien y el mal o lo femenino y lo masculino—. A continuación, Hilma comienza a realizar un segundo grupo de la misma serie que, bajo el título Eros, explora la atracción, oposición y búsqueda de equilibrio a través del deseo y la procreación entre la masculinidad y la femineidad, en este caso asociadas a los colores amarillo y azul, respectivamente.

Entre mayo y diciembre de 1907 Hilma af Klint centra sus esfuerzos en la ejecución de las Grandes pinturas de figuras, es decir, el tercer grupo de la serie WU/ Rosa del mencionado ciclo Pinturas para el templo. En estos lienzos se aprecian figuras emblemáticas en el ámbito de la Teosofía como, por ejemplo, el cisne que, según Helena Blavatsky, se identificaría con la grandeza del espíritu —véase la primera obra del grupo, en la que dos cabezas de cisne emergen de un cuerpo femenino enteramente recubierto de plumas—. Entre otros principios teosóficos, en estos cuadros también está presente la concepción de la vida como forma de unión entre las fuerzas opuestas que se enfrentaron tras la creación del mundo. Por eso, mientras los cuatro primeros cuadros del conjunto revelan una ausencia de relación directa entre lo masculino y lo femenino —representados con sus colores característicos, sin contacto alguno y únicamente ligados por algún nexo del tipo de la espiral o una hilera de figuras humanas—, a partir de la quinta obra del grupo las fuerzas masculinas y femeninas se funden en un todo donde el componente figurativo ha desaparecido por completo.

Entre Darwin y Steiner

Las creaciones de Hilma af Klint contienen alusiones a la teoría de la evolución de Charles Darwin, todavía muy debatida casi cincuenta años después de la publicación de El origen de las especies en 1859.  Sin embargo, el enfoque de la artista se adecúa a los principios defendidos por, entre otros, Rudolph Steiner, representante de la Sociedad teosófica alemana y a quien Hilma —a pesar de su reticencia a mostrar públicamente sus trabajos— enseña sus pinturas en su estudio de Estocolmo. Cabe recordar que la Teosofía entendía la evolución desde un punto de vista espiritual, como un proceso de paulatina aproximación del alma a lo divino. A este respecto, un ejemplo significativo es la obra Evolución, del grupo V de la serie WUS/La estrella de siete puntas, siempre dentro del ciclo de las Pinturas para el templo.

Precisamente en La estrella de siete puntas —otro símbolo de la tradición religiosa y ocultista— Hilma aumenta progresivamente el formato de sus composiciones, cuya planitud y simplificación cromática, así como el empleo de una línea similar a la de sus dibujos automáticos, se adelanta al nacimiento del arte abstracto moderno. En este momento, según expresa la propia artista, ‘los guías espirituales le ordenan pintar tres grupos de siete cuadros, cada uno a intervalos de siete días’.

Arte y revelación

Y es que desde 1891 Hilma af Klint se va a sentir constantemente motivada por revelaciones espirituales que registra por escrito y ante las que ella demostrará una mayor o menor voluntad de intervención artística. Justamente en otoño de 1907 la pintora inicia el conjunto de Los diez mayores —o ‘diez cuadros de belleza paradisiaca’, según le había sido revelado—. De este modo, continuando con el ciclo de sus Pinturas para el templo, Af Klint emprende la ejecución de unas obras que reflejen las distintas fases de la vida del ser humano, desde la niñez hasta la senectud, pasando por la juventud y madurez. Al igual que en los altares de las iglesias renacentistas florentinas, que hacía no mucho había visitado y donde había podido encontrar una fuente de motivación para la reflexión espiritual acorde a sus propios intereses, la autora se sirve aquí de la técnica del temple. Además, dada la insólita monumentalidad de Los diez mayores, resultaría factible que la artista las hubiera realizado de forma impulsiva colocándolas sobre el suelo.

Tras una pausa de cuatro años en la elaboración de sus Pinturas para el templo, Af Klint reemprende su labor en 1912, atribuyéndose esta vez una mayor capacidad de decisión con respecto a las indicaciones de sus guías. Al retomar el emblema del cisne como motivo principal de un nuevo conjunto, somete su concepción formal a un grado de abstracción cada vez mayor, transformando progresivamente el animal en una figura geométrica —a excepción de la última obra del grupo, donde representa cisnes entrelazados junto a formas simbólicas como el hipercubo—. En cuanto al cromatismo, Hilma pinta sus cuadros en blanco y negro, recurriendo eventualmente al acostumbrado binomio amarillo-azul en alusión, una vez más, a la dualidad vida-muerte, luz-oscuridad y hombre-mujer.

Teosofía y Cristianismo 

En algunas de sus obras Hilma af Klint sintetiza los principios teosóficos y la iconografía cristiana: es el caso de El árbol del conocimiento y La paloma. El primero, llevado a cabo entre 1913 y 1915 con una estética decorativa de corte modernista, remite al Génesis y a la historia del origen del mundo. La popularidad de la que el Art Nouveau gozaba por aquel entonces influye en el diseño de un árbol de ramas y raíces curvilíneas que, al formar figuras geométricas, parten de un tronco cuya proyección lineal atraviesa y enlaza las esferas de lo terrenal y lo divino, generando una irradiación energética que gráficamente emana de un cáliz sagrado situado en la copa. Asimismo, en 1915 la artista recurre a l abstracción simbólica para tratar el motivo de la paloma en cuanto emblema del Espíritu Santo y, por otra parte, también reconoce en San Jorge —cuya escultura en la catedral de Estocolmo le había causado impresión desde la niñez— a uno de sus alter ego, al considerar su lucha contra el dragón un símbolo del combate entre el bien y el mal.

Finalmente, en 1915 Hilma culmina la serie de sus Pinturas para el templo con tres retablos donde, de acuerdo con la interpretación teosófica de la teoría de la evolución, se representa tanto la ascensión de lo material a lo divino como el descendimiento de lo espiritual a lo mundano. Igualmente, de su elaboración cabe destacar el empleo de la lámina de metal, propia de la tradición artística religiosa y que aporta gran luminosidad a las composiciones.

De héroes legendarios, ciencia y antroposofía

Una vez concluidas las Pinturas para el templo, en 1916 —año en que Kandinsky expone en Estocolmo—Hilma af Klint acomete la realización de la serie Parsifal que, inspirada en la leyenda artúrica de este caballero de la mesa redonda y su búsqueda del Santo Grial, es llevada a cabo durante casi tres meses en la casa del lago de la autora, en Munsö, donde al año siguiente Hilma construirá un estudio y pasará a centrar su interés en un nuevo proyecto: la serie del Átomo. La importancia que la teosofía confiere a esta partícula radica en el paralelismo que se establece entre su desarrollo hacia la unidad y la ascensión espiritual del individuo hacia lo divino, tal y como la pintora expresa en sus anotaciones. Además, a pesar de su carácter imperceptible, los teósofos consideran que es posible vislumbrar el átomo por medio de la clarividencia, llegando a considerarlo una puerta abierta al cosmos

En general, la teosofía cree en la vivencia espiritual del orden superior de lo divino a través de la observación de la naturaleza. Así, el pensamiento de Steiner influye particularmente en Hilma, quien en 1922 inicia la serie de acuarelas Sobre la contemplación de flores y árboles. En ella la artista pretende reproducir la fuerza espiritual que trasluce el entorno natural y, desde el punto de vista técnico, humedece el papel con una esponja antes de aplicar el pigmento, favoreciendo una gran espontaneidad en la aplicación de los colores que, al fluir con mayor libertad, asumen un papel protagonista en la conformación del motivo resultante. Cabe reseñar que ya en 1917 Hilma af Klint había iniciado una evolución estilística hacia un cromatismo más vivo y unas formas geométricas de mayores dimensiones, evolución coincidente con su solicitud de admisión en la Sociedad antroposófica y con la muerte de su madre —a la que cuidaba con la ayuda de la enfermera Thomasine Anderson, amiga y compañera suya con la que ese año de 1920 se muda a Helsingborg—.  

A partir de entonces se desarrolla la etapa final de una artista visionaria que en 1932 realizó dos mapas proféticos de Gran Bretaña y la Península ibérica, en este caso con la predicción del desencadenamiento de una guerra en España. Pocos días antes de morir, el 9 de octubre de 1944 —el mismo año, por cierto, del fallecimiento de Kandinsky, Munch y Mondrian—, Hilma af Klint escribiría en el último apunte de su cuaderno de notas: ‘Un servicio misterioso te aguarda y pronto sabrás lo que se espera de ti’. 

Bibliografía

AA.VV., Hilma af Klint: Tree of Knowledge, David Zwirner Books, 2023
Julia Voss, Hilma af Klint. A biography, University of Chicago Press, 2022
www.guggenheim-bilbao.eus
www.modernamuseet.se

Hilma af Klint
Desde el 18 de octubre de 2024 hasta el 2 de febrero de 2025
Museo Guggenheim Bilbao
Más información en: www.guggenheim-bilbao.eus