Puerto de Narvik, 1916.

Gracias a la colaboración con las instituciones muniquesas The Gabriele Münter and Johannes Eichner Foundation y la Städtische Galerie im Lenbachhaus und Kunstbau München, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta en Madrid, Gabriele Münter. La gran pintora expresionistaprimera retrospectiva de la artista berlinesa en España que, según Guillermo Solana, director artístico de la entidad madrileña, se suma al esfuerzo del museo por ‘recuperar a las grandes creadoras que no han recibido el reconocimiento que merecían’. Así, antes de viajar al Musée d’Art Moderne de París, la muestra reúne en Madrid cerca de ciento cincuenta pinturas, obras sobre papel y fotografías realizadas por Gabriele Münter (1877-1962), además de otra veintena de objetos, instantáneas y composiciones de carácter complementario llevados a cabo por otros autores como Wassily Kandinsky o Elfriede Schroeter, sobrina de la pintora.

‘Reflejos y sombras’ y ‘Comienzos en blanco y negro’

Como tantos otros artistas Gabriele Münter se retrató en diferentes ocasiones a lo largo de su carrera, especialmente durante los años en que formó parte del movimiento expresionista. Sin embargo, nunca expuso esas obras, a excepción del Paseo en Barca, de 1910, exhibido por primera vez en la segunda muestra de la Nueva Asociación de Artistas de Múnich de aquel mismo año. En este cuadro Münter aparece de espaldas y únicamente puede ser identificada en relación con sus acompañantes: Kandinsky, Von Werefkin y Andreas, el hijo de Alexej Jawlensky. Curiosamente, la pintora se sirvió de ese mismo recurso para ocultar su identidad en el lienzo El desayuno de los pájaros, de 1934, donde el contraste entre su solitaria figura y el conjunto de aves que observa a través de la ventana aludiría, según Uwe M. Schneede, al preocupante ascenso al poder del partido nacionalsocialista alemán. Sea como fuere, esta presencia anónima de la artista remite a las fotografías que la propia Münter tomara entre 1898 y 1900 durante su viaje de Nueva York a San Luis y Texas, cuando la autora gustó de hacer aparecer su sombra proyectada sobre el campo visual de algunas de las imágenes. A este respecto cabe recordar que, aunque nacida en Berlín en 1877, los padres de Gabriele Münter se habían conocido y casado en Estados Unidos, donde residieron hasta que la Guerra de Secesión precipitase su regreso a Europa en 1864. Por este motivo, tras la muerte de su madre, Gabriele y su hermana mayor, Emmy, se embarcaron en un viaje de vuelta a sus orígenes. Es en ese momento, en 1899, cuando la artista consigue una cámara portátil Kodak Bull’s-Eye n.º 2 y suma a la práctica del dibujo la de la fotografía. Aunque al parecer ella nunca concedió el valor de obra de arte a las más de cuatrocientas tomas que llevó a cabo entonces, estas influirán sin duda en sus composiciones pictóricas posteriores, no solo insinuando su presencia anónima, sino también determinando los insólitos encuadres con que Münter experimenta en, por ejemplo, En el café, de 1914 —donde solo se aprecian parte del sombrero y del brazo de la autora con su mano sujetando una taza—.

‘Aire libre’ y ‘El descubrimiento de Murnau’

Una vez asentada en Múnich en 1901, Gabriele Münter inicia su formación en la Damen-Akademie de la Künstlerinnen-Verein, la Unión de mujeres artistas que instruye a sus alumnas cuando aún estas eran excluidas de la enseñanza oficial. Un año después, Münter frecuentará la escuela de pintura del grupo Phalanx, donde ejercía como docente uno de sus fundadores, Wassily Kandinsky. Bajo su influjo, la autora abandona definitivamente la idea de dedicarse a la escultura y participa en las expediciones pictóricas que el artista de origen ruso organiza en diferentes comarcas bávaras. Justamente durante los veranos de 1902 y 1903 se fechan los primeros lienzos de Gabriele, donde a menudo esta reproduce los mismos paisajes que en sus fotografías. Lo mismo sucederá en los años inmediatamente posteriores, cuando ella y Kandinsky viajen por Europa y el Norte de África, con estancias prolongadas en Túnez y París (1904-1907). En las telas de este periodo, realizadas al aire libre en un estilo impresionista tardío, Münter emplea la espátula y demuestra una mayor preocupación por el volumen que por la captación de los efectos atmosféricos. No obstante, su estancia parisina de entre 1906 y 1907 favoreció una toma de contacto con las creaciones postimpresionistas de Gauguin y Van Gogh, además de con el fauvismo de Matisse y el modernismo de Théophile Steinlen, a cuyas clases asiste en la Académie de la Grande Chaumière. Al fin, en junio de 1908 Gabriele Münter descubre Murnau am Staffelsee, pequeña localidad de la Alta Baviera donde entre mediados de agosto y finales de septiembre la pintora se instala con Kandinsky y la pareja formada por Alexej von Jawlensky y Marianne von Werefkin. Supone este un momento crucial en el desarrollo del expresionismo y de la historia de la pintura, pues en enero de 1909 los cuatro impulsarán la creación de la Nueva Asociación de Artistas de Múnich, paso previo al nacimiento de El jinete azul en 1911. Estéticamente, tanto los paisajes que Münter lleva a cabo desde su habitación en la posada Griesbräu, como las vistas de las calles de la localidad, denotan lo que la pintora calificó de ‘gran salto’después de ‘un breve periodo de agonía’. Las pinceladas de trazo breve y empastado se vuelven más fluidas y el color adquiere un protagonismo pleno que elimina los detalles anecdóticos, superando el impresionismo y alcanzando Gabriele a ‘sentir un contenido, a abstraer, a plasmar un extracto’. Tras regresar a Murnau en junio de 1909, la autora adquiere una casa del pueblo el 21 de agosto. En sus propias palabras, fue allí donde encontró ‘su propia forma de pintar’:

En mi caso fue el arte popular lo que me mostró el camino, en particular, la técnica tradicional de pintura sobre vidrio que en otro tiempo floreció en torno al lago Staffelsee, con su despreocupada simplificación formal y los colores intensos con contornos oscuros. A partir de entonces, ya no me esforcé por encontrar la forma correcta, reconocible, de las cosas. Y, sin embargo, nunca quise superar a la naturaleza ni tampoco destruirla o burlarme de ella. Representé el mundo tal como me parecía en su esencia, tal como se apoderaba de mí (‘Gabriele Münter über sich selbst’, en Das Kunstwerk, n.º 7, 1948).

‘Personas’, ‘Interiores y objetos’

Gabriele Münter demostró un temprano interés por la figura humana, como atestiguan sus cuadernos de apuntes y, desde 1899, sus fotografías. De hecho, ella misma relataba que ‘cuando tenía 14 años, llamó la atención la precisión con que reproducía, en un simple esbozo, la cabeza de las personas de mi entorno’, y es que, a diferencia de los otros niños, Münter siempre prefirió dibujar ‘caras’ antes que ‘historias’. Incluso más tarde afirmará: ‘Pintar retratos es la tarea más audaz y difícil, la más espiritual, la más extrema para una artista’. En efecto, de las xilografías y linóleos que expuso en el Salon d’Automne de 1907, la mayoría eran retratos, como los de Aurélie y Kandinsky que hoy pueden contemplarse en el Thyssen. Si en ellos aún se apreciaba un equilibrio entre la simplificación formal y la fidelidad fisionómica, a partir de las estancias veraniegas en Murnau, el vivo cromatismo y la eliminación de lo anecdótico se impondrán como rasgos estilísticos sustanciales, tanto de sus retratos sobre fondo neutro, como de aquellos en que representa a sus personajes —mayormente mujeres y niños— inmersos en escenas de género o en espacios domésticos. Precisamente, estos lugares íntimos, como los de su nueva casa de Murnau —donde las estancias estivales se alternan con los inviernos muniqueses— protagonizarán muchas de sus creaciones desde 1909 hasta la Gran Guerra, un lustro en que Gabriele Münter ejecuta numerosos bodegones con sus objetos cotidianos, además de vistas de interiores que reproducen los momentos vividos en su día a día con Kandinsky. No en vano, ambos artistas pretendieron materializar allí una utópica comunidad artística que, en plena naturaleza, se imbuyera de la esencia de la vida rural, de su trabajo, de su producción agrícola y ganadera, de sus costumbres, de la tradicional forma de vestir de sus gentes, de su espiritualidad y, en este sentido, de sus artes decorativas populares —recuérdese la mencionada pintura sobre vidrio, cuyos gruesos contornos, sencillez formal, intenso colorido y carácter muchas veces devocional se corresponden plenamente con las pretensiones artísticas y espirituales de Münter—. No es de extrañar, pues, que la pintora llegara a crear sus propias piezas tras aprender la técnica con el artista local Heinrich Rambold.

‘La amazona azul’ y ‘Exilio en Escandinavia’

El itinerario expositivo incide ahora en la importante contribución de Gabriele Münter a la renovación artística contemporánea, no solo impulsando la Nueva Asociación de Artistas de Múnich y las exposiciones y almanaque de El jinete azul, sino también registrando con su cámara fotográfica ese trascendental momento histórico. En pos de la expresión de la ‘necesidad interior’ que defendiera Kandinsky, Münter y sus compañeros desarrollaron un carácter propio, compartiendo, no obstante, ciertos rasgos estilísticos y un mismo interés por la cultura popular o el arte infantil —del que la autora coleccionó algunos dibujos en el intento de iniciar un proceso de ‘desaprendizaje’ que, en algunas ocasiones, la aproximó a la abstracción—. Una vez establecida en Suecia, territorio neutral durante la Gran Guerra, Münter es acogida con entusiasmo y entra en contacto con Isaac Grünewald y Sigrid Hjertén que, seguidores de Matisse, cultivan un expresionismo decorativo que no le pasa desapercibido a la pintora alemana. Su estilo se atempera, adquiere un mayor carácter gráfico en el esbozo de los detalles y se vuelve más narrativo con la inclusión de pequeños personajes, tal y como evidencian sus paisajes escandinavos del verano de 1916. Este interés por el ser humano, y de nuevo por los niños y las mujeres, se trasluce particularmente en los retratos simbólicos de su amiga Gerti HolzFuturo (Mujer en Estocolmo) y Mujer pensativa, dos estudios notables de la psicología femenina realizados en 1917. Finalmente, antes de regresar a su país natal, Gabriele Münter vive en Copenhague, donde los apuros económicos la conducen a realizar numerosos retratos por encargo y donde llega a exponer dos veces en Den Frie Udstilling y en la Københavns Ny Kunstsal. 

‘Vida nómada’ y ‘Regreso a Murnau’

De vuelta en la Alemania de posguerra en febrero de 1920, Gabriele Münter alterna sus estancias en Berlín, Múnich, Murnau y Colonia hasta 1925. El conflicto había provocado la dispersión de su círculo de amistades y, después de catorce años, su relación con Kandinsky había terminado tras la estancia del pintor en Estocolmo entre diciembre de 1915 y marzo de 1916. De este modo, Münter hubo de introducirse nuevamente en el mundo artístico germano y lo hizo siguiendo los cursos de la berlinesa escuela de pintura de Arthur Segal. Tal y como confesaría la propia autora:

‘La década de 1920 a 1930 no fue una época fructífera en lo que a la pintura se refiere. No tenía un domicilio fijo, iba de un sitio para otro, unas veces vivía en mi casa de Murnau, otras en pensiones. […] Tardé años en tener un estudio. El cuaderno de bocetos era mi amigo y los dibujos, el reflejo de lo que veían mis ojos. Precisamente en esos años las personas eran lo que más me interesaba del mundo. Las observaba en los conciertos, sentadas a la mesa, en el tren, y casi siempre las dibujaba en secreto, sin que se dieran cuenta. […] El resultado eran simples bosquejos, obras del momento, esbozos en un par de trazos. Estos estudios no los ‘trabajaba’ posteriormente. Si habían surgido en una hora afortunada, los acababa inmediatamente. Contenían todo lo que yo tenía que decir’.

Aunque sus obras carecieron de cualquier tipo de crítica social, a finales de la década de 1920 su estilo se aproximó al de la Nueva objetividad, con una mayor sobriedad en su gama cromática y un gesto pictórico más contenido. Desde 1931 y tras una larga estancia parisina entre octubre de 1929 y junio de 1930, Münter se estableció definitivamente en Murnau, localidad que de nuevo estimuló su creatividad y la llevó a recuperar en parte su manera expresionista. Sin embargo, la promulgación de la Ley de Confiscación de Objetos de Arte Degenerado en 1938, la obligó a esconder en el sótano de su casa tanto sus trabajos como los de Kandinsky y otros artistas de El jinete azul, un conjunto que al cumplir 80 años, la autora donaría a la Lenbachhaus de Múnich. Terminada la contienda, su figura artística comenzó a ser redescubierta, dedicándosele exposiciones y adquiriéndose muchas de sus obras por parte de prestigiosas instituciones museísticas y coleccionistas privados. Una tendencia que continúa en la actualidad, haciendo justicia a una artista que resumió así su aportación pictórica:

destaco lo expresivo de la realidad, simplemente la represento, sin rodeos, sin florituras.

Gabriele Munter. La gran pintora expresionista
Desde el 12 de noviembre de 2024 hasta el 9 de febrero de 2025
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Más información en www.museothyssen.org